Viernes, 29 de marzo de 2024

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Los valores de la familia

por Cardenal Ricardo M. Carles

Hoy quiero hablar de la familia, porque es día de la Sagrada Familia. La sociedad actual es una acumulación gigantesca de individuos, pero no un todo que haya crecido de forma orgánica. El colectivismo no ha aportado solución a los problemas del individualismo moderno. Individualismo y colectivismo son extremos contrapuestos, pero coinciden en dejar solo al individuo Ambos se equivocan al señalar la esencia de la persona. Humana, la cual sólo encuentra alegría y paz en el encuentro personal, en valores y objetivos comunes, en el recíproco dar y recibir todo, incluso en participar en los valores personales.

La comunión con otros es una realidad y un anhelo originales del hombre. Se lee en el comienzo de la Biblia: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Es esta la razón que da del inicio de la familia humana. (Gen 2, 18)

Estaba solo el hombre, porque era distinto a todo el resto de la creación.. El hombre “está” entre las cosas. “Es” entre los hombres. De ahí la importancia radical de la familia -si se realiza tal como Dios la pensó- para que los hombres alcancen su “ser” de tales.

Pero el hombre tiene nostalgia de la comunión con quien le ha creado. “Lo que hemos visto os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. (1 Jn 1,3) El hombre lo es plenamente cuando vive ante el Padre-Dios, conformándose con el Hijo Jesucristo.

Nos es preciso tener modelos de referencia e ideales. Y estos se encuentran especialmente en la familia, donde tienen cabida unas relaciones verdaderamente humanas y, más, en aquella familia que busca la comunión entre sus miembros y con Dios.

No se favorece en nuestra sociedad a la familia, siendo ella el elemento básico de la “ecología social”. Es en ella en donde se descubre el sentido verdadero de la relación entre moralidad y libertad, ambas fundamentales para una sociedad verdaderamente humana y habitable. Porque es en la familia donde se descubre que las relaciones humanas no son un simple “deber”, sino un “querer”, ya que las exigencias del amor personal no presentan ninguna violencia a la libertad. Para decirlo sucinta y directamente: ni el individuo aislado, ni los organismos de cualquier administración pública, ni el Estado son el lugar en donde nostros descubrimos qué somos y para qué existimos.

La “cultura del corazón” –la que hace humanos a los hombres y nobles a los pueblos- se da especialmente en el seno de las familias. Es lamentable que –contra la familia- se ofrezcan insistentemente, desde muchos ángulos, modelos de comportamiento que banalizan la relación-mujer, o ridiculizan la fidelidad de la unión conyugal, o no respetan la vida de los hijos que, como toda vida, sólo puede ser respetada, si se considera intangible.

Por lo que toca a la defensa de la familia, hay que decir que una de las amenazas más graves para la libertad en las sociedades de este final de siglo es la poca importancia que se da a la familia. Porque para desestructurar una sociedad, nada tan directo como desestructurar las familias y vaciar de contenido los valores fundamentales que se transmiten en el seno de ellas.

Acabo con esta petición de un poeta cristiano: “Concede, Padre, Señor, / una mesa y un hogar,/ amor para trabajar, / padres a quienes querer/ y una sonrisa que dar”.
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