Jueves, 25 de abril de 2024

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El 11-M de Rubalcaba

por Alejandro Campoy

El 11-M de Rubalcaba -quien a hierro mata, a hierro muere- fue ayer, 17-N, jueves también, igual que aquella terrorífica fecha de marzo de 2004. Y quien ha irrumpido en el proceso electoral con la fuerza de un tsunami no ha sido ningún grupo terrorista fantasmal como en aquella ocasión, sino un individuo no menos fantasmal llamado mercado.

En todas las tertulias de hoy, viernes 18 de noviembre, no se habla de otra cosa que de la entrada de la deuda española en zona de rescate, en el mismo nivel en el que previamente entraron Grecia, Irlanda, Portugal y más recientemente, Italia. En particular, en cierta cadena radiofónica los tertulianos hablan de que la culpa es de Rajoy por no decir a las claras cual va a ser su hoja de ruta hacia la recuperación, mientras que otros hablan de que la culpa sigue siendo del actual Gobierno. No hay nada de todo eso.

Se trata, ni más ni menos, que de la entrada de los mercados en la campaña electoral. Los mercados ya han conseguido sustituir los gobiernos de Grecia e Italia por otros más a su gusto, y lo mismo se pretende hacer en España siendo este cataclismo financiero el último empujoncito.

Hace muy pocos días el candidato Rubalcaba encontró un último clavo ardiendo al que agarrarse cuando la crisis de la deuda soberana derribó a Berlusconi en Italia. Los socialistas se apresuraron a reclamar inmediatamente la gestión zapaterista como la que habría salvado a España de haber seguido la misma suerte que Italia. Incluso se atrevieron a sacar a Zapatero del armario y lo situaron junto a Rubalcaba en un mitin en Málaga. No está nada claro que ésto modificara lo más mínimo las tendencias de voto que se vienen apreciando desde hace muchos meses, pero sí puede haber sido más que suficiente como para que los mercados reaccionaran intentando dar la puntilla definitiva a un socialismo decimonónico que imperiosamente debe regenerarse y refundarse tras las elecciones.

Evidentemente, el horror de aquel 11 de marzo de 2004 no puede compararse ni por asomo con un cataclismo financiero que ha puesto a España al borde de la quiebra absoluta, pero lo que sí puede compararse es la intencionalidad de ambos acontecimientos: derribar gobiernos, sustituir unos por otros. En este caso lo que ha irrumpido en el proceso electoral en forma de hecatombe financiera sí ha sido un agente externo, supranacional. Que eso fuera así en 2004 está todavía por demostrarse, aún cuando eso fue lo que intentaron vendernos desde el primer momento.

Lo que resulta más que evidente es que mañana sábado, jornada de reflexión, toda la sociedad española no tendrá más que una sola cosa en la cabeza: el hundimiento completo de España hasta el nivel de tener que ser rescatada como Grecia, Irlanda y Portugal. Y todo ello acompañado por las imágenes caóticas que nos llegan desde las calles de Atenas y Roma. Ni la más potente manifestación de perroflautas o de sindicalistas contra Aguirre podrá quitar de la cabeza de los españoles el efecto demoledor que ya está teniendo en todos los medios el colapso financiero español.

En ambos casos la intención fue y es influir en un proceso electoral para cambiar un gobierno: en 2004, contra pronóstico, el efecto fue darle la vuelta a las tendencias que anunciaban las encuestas; en el presente caso, por contra, se trata de reforzar lo que vienen vaticinando las actuales tendencias. Pero en ambos casos se trató de cambiar al entonces partido en el Gobierno por el que estaba en la oposición.

Y una sensación de fondo, subjetiva, de que lo que ocurrió ayer, 17 de noviembre, genera la impresión de una potente explosión, de una cadena de estallidos sucesivos que persiste hoy con el empeoramiento progresivo de los datos de la prima de riesgo. Explosión, colapso, cambio de gobierno. Quien a hierro mata, a hierro muere.
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