Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Asalto al purgatorio (IV): Sacrificio

por Juan Miguel Carrasquilla

—¡Están por todas partes!
—¡Hay que pedir más ayuda!
—Habrá que avisar a Gabriel. Tiene que enviar mensajeros arriba y abajo.
Las puertas del purgatorio se abrieron por mandato del Padre. Agustín y Tomás observan cómo los condenados importunan por doquier a las débiles almas, mientras las santificadas luchan defendiéndolas con oraciones y… sacrificios. Todo el purgatorio está desestabilizado, la verdad exige que una vez acabado su tiempo de meritar en la vida terrenal, las almas salvadas no puedan condenarse, ni las condenadas puedan acceder a la Gracia…pero todo esto parece ponerse en entredicho…
En los últimos estratos del río de purificación que limpia los restos de la soberbia, tres mujeres se encuentran en su orilla protegiendo a un alma salvada por Dios in extremis, en su vida natural. Es un soldado nazi, que murió entre remordimientos implorando perdón a Dios por sus crímenes. Las tres mujeres son las Teresas carmelitas: Teresa Benedicta de la cruz (Edith Stein) y las de Lisieux y de Ávila. En la orilla de enfrente hay un misterioso hombre de grandes bigotes y ojos hundidos, hablando con el nazi.
—Conozco a aquel hombre —dice la de Lisieux­—Coincidí con él en un ascensor de París, en el único viaje que hice en mi vida fuera de Liseux. Yo iba camino a Roma, en busca de un permiso del Papa Leon XVIII, para poder ingresar a los 15 años en el carmelo. Recuerdo que me impresionó este nuevo invento del hombre y me inspiró una imagen para describir la salvación a la que yo aspiraba y no era capaz de ganarme con mis esfuerzos e imperfecciones. ¡Un ascensor hacia el cielo! Sí, y así fue. Mi Padre me llevó amorosamente entre sus brazos, en mi vida y en mi muerte. Nunca me pidió nada grande, a parte de la confianza en él y en su amor. ¡Así subí hasta el cielo, en un ascensor de amor!
—Vaya. Ya estamos con debilidades e imaginaciones—El hombre de enfrente alza la voz dirigiéndose con desprecio a las santas mujeres— Esa moral de esclavos, ese vivir de rodillas, ese Dios tirano que amenaza y que hay que engatusar para tranquilizar las conciencias… ¡Eso ya está superado!.
—Es Frederic Nietszche—anuncia Edith, la pensadora judeo cristiana que murió en la cámara de gas de Ausztwizch—el filósofo más influyente del siglo XX. En sus premisas de superhombre y voluntad de poder se basaron los nazis para su superioridad racial y su dominio sobre el mundo.
El pensador alemán ataja:
—Yo no fui responsable del nazismo, yo nunca fui antisemita. Aquello fue un experimento a mi costa. ¡Hablad con Hitler y sus secuaces! —furioso por la acusación, señala hacia abajo —La verdadera cristalización de mi pensamiento está en marcha ahora mismo. Individualismo exacerbado, relativismo moral, muerte de Dios, aceptación y promoción de los instintos. Se acabó la tiranía de la iglesia, del resentimiento cristiano con la vida. Se acabó la exaltación de la culpabilidad, la renuncia y la debilidad.
—¡Solo hay una verdad! —Edith se hace oír.
—La verdad es cambiante. —Contesta divertido ante este duelo improvisado de filósofos alemanes—La voluntad es la realidad. Ser es querer y querer es poder. Vosotros los cristianos renunciáis a ser. La fe es renunciar a la verdad. Evasión de la realidad. La voluntad domesticada.
—La fe es la libertad. El pecado, el dejarnos dominar por los instintos nos lleva a la esclavitud y a la insatisfacción y rebeldía eternas. La Gracia divina nos hace libres y poderosos.
—Resignación, debilidad y sumisión. No afrontar nuestra naturaleza vital. Eso es el pensamiento cristiano. Pasiones, ambiciones y placeres, están bajo sospecha en esta moral antigua y restrictiva… Moral de esclavos para mentes débiles y temerosas—insiste el filósofo vitalista—Yo amé la vida hasta enloquecer, pero la única vida que hay, la terrenal, la cambiante, la finita. La vida hay que vivirla y no vivir esperando la otra vida.
—¿Y qué haces aquí, si no existe la vida futura?
—Esto no es más que un sueño, un invento vuestro para dominar las mentes. Pero mirad, mirad la vida terrenal— el profeta alemán señala hacia abajo, hacia el mundo y la vida del hombre actual— van evolucionando saliendo del oscurantismo y el temor. La evolución del hombre sigue su curso. Han pasado de la sumisión del camello a la rebelión del león rugiente que no se conforma y están entrando en la era del niño, libre total de prejuicios.
—El hombre solo encuentra el descanso de su alma en Dios. Quitando los límites morales y matando a Dios, el hombre se pierde en la duda, en la insatisfacción eterna. Y lo que es peor, no asume la responsabilidad de sus actos. El relativismo moral engendra permisividad e infantilismo.
—¡Basta de palabras! — Nietszche tiende su mano al olvidado soldado alemán que asiste expectante el duelo dialéctico, desde el río de purificación—Querido, sal de ahí, vamos. El remordimiento y la culpa te voy a decir lo que son: ¡una auténtica estupidez!
Las últimas palabras de Frederic Nietszche resuenan en las almas como un eco. El soldado nazi tiembla ante la posibilidad de salir del río de Gracia que le proporciona la purificación necesaria para su entrada en el cielo. No quiere volver a experimentar el infierno y la oscuridad a las que se vio avocado por las pestilentes promesas de un nuevo orden mundial y espiritual. No quiere volver a encontrarse fuera de la Gracia y el perdón de Dios… pero la fuerte arrogancia del filósofo, le arrastra como un imán.
—¡Teresa!
Un grito desgarrador surca el purgatorio por encima del ruido general en el que está envuelto en esta delicada hora. Edith Stein está en la orilla con los brazos extendidos buscando a su hermana. Teresita de Lisieux ha dejado las palabras también y ha actuado. Ha saltado al río de purificación para impedir al soldado nazi su perdición. Se ha producido un intercambio de amor. Un alma por otra. Mientras la pequeña Teresa sufrirá las penas de una purificación innecesaria para ella, el oficial nazi será recibido en la Frontera por el arcángel San Rafael, por sus familiares y por… sus victimas.
—¡Therese! —sor Benedicta de la Cruz susurra sostenida por los brazos de su madre, la de Ávila, consternada por el sacrificio que acaba de suceder.
Frederic Nitzche permanece mirando la escena sin entender lo que ha pasado:
—¿Esto es la justicia de vuestro Dios?¿Sacrificaros por un criminal, por un ser abyecto?
San Dimas aparece en escena al lado del filósofo y le susurra al oído:
—La misericordia divina se obliga a sí misma a perdonar el arrepentimiento sincero.
—¿Pero yo no he matado a nadie y no tengo derecho a…?
—¿…A qué? ¿Un poco de amor? ¿Comprensión? Tú ya tienes el destino que buscabas. Una vida sin Dios, una muerte sin Dios. No puedes ser juzgado por un tribunal que no reconoces. —Dimas recoge suavemente el brazo del desorientado Frederic e inician un lento paseo— Además…O nos sacrificamos por los débiles o los sacrificamos a ellos, no hay elección. La vida no es un cuento de hadas, siempre hay muertos. En la Alemania Nazi se practicaba la eugenesia, la esterilización, la investigación genética, la manipulación de masas y finalmente, el genocidio judío. Cosas que se repiten hoy de forma larvada y oculta o como logros del progreso o como derechos conquistados. Todo en aras de un hombre perfecto, una sociedad perfecta, un mundo ideal sin límites. Este es tu legado sin Dios. Todo pecado tiene sus consecuencias. La raza humana camina hacia la locura y el autosuicidio.
—Os repito que yo no soy responsable de eso. —Se rebela Nietszche asqueado, gritando al viento.
—La soberbia produce monstruos. Nunca llegaste a ser feliz, fuiste un amargado y un insatisfecho. Asiduo de burdeles y rechazado en matrimonio varias veces, te amargaste en tu soledad. En cambio esa que sufre ahí voluntariamente fue siempre una niña alegre y vivaz, que sabía que su Dios se lo perdonaba todo. —Dimas señala al río de purificación donde se ha arrojado Teresa de Liseux—La paz nace de perdonar, ser perdonado y descansar en Dios. Esta es… la verdad.
Nitzche se debate entre la confusión y la rabia y con un caminar errático…
…se aleja hacia la puerta de salida, acosado por una extraña sombra.
Su conciencia.

 
Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero sucedió que vino a caer de su carro que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron. El que poco antes pensaba dominar con su altivez de superhombre las olas del mar, y se imaginaba pesar en una balanza las cimas de las montañas, caído por tierra, era luego transportado en una litera, mostrando a todos de forma manifiesta el poder de Dios” (2 Ma 9, 6)

 
Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” (Mc 2, 16)

 

 
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