Miércoles, 24 de abril de 2024

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La gracia y el mérito

por Angel David Martín Rubio


1. El domingo pasado, la parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 113) nos recordaba la necesidad de proveernos del aceite de la fe y las buenas obras para estar prevenidos en el momento definitivo del encuentro con Dios, representado en la llegada a medianoche del esposo: “En la precedente parábola ha sido demostrada la condenación de aquéllos que no se habían provisto suficientemente de aceite. Bien se entienda por aceite la pureza de las buenas obras, bien la satisfacción de la conciencia o de la limosna que se hace con dinero” (Glosa).
 
El domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, en la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30), Jesús nos ha advertido de la obligación de administrar debidamente los dones que hemos recibido de Dios.
 
Los talentos de que habla la parábola no son las extraordinarias dotes intelectuales que tiene la persona (ingenio, sabiduría...). En sentido literal, son una moneda imaginaria de muy alto valor. Se estima que, al ser equivalente el talento a 6000 denarios, un obrero ordinario tardaría veinte años de trabajo en ganar un solo talento. Metafóricamente, los talentos son el conjunto de dones naturales y sobrenaturales con que Dios enriquece a los hombres. “De aquí sigue: "Y a uno le dio cinco talentos y a otro", etc. En los cinco, en los dos y en uno talentos, entendemos que a cada uno fueron dadas diversas gracias” (San Jerónimo).
 
Nosotros debemos mostrarnos agradecidos a Dios por todos los beneficios generales y particulares, conocidos y desconocidos que recibimos de Él. Tampoco debemos dejar de alabar a Dios cuando nos suceden pruebas y sufrimientos que Él permite y que sirven para probar nuestra fidelidad y amor, expiar nuestras culpas y merecer un premio mayor.

Pero sobre todo, debemos agradecer a Dios los bienes que recibimos en el orden sobrenatural y, de manera muy particular, las gracias que nos concede. Pensemos sobre todo, en la trascendencia del fin último del hombre, concedido gratuitamente, más allá de las facultades de nuestra naturaleza.

2. La parábola nos enseña nuestra condición de simples administradores. No somos dueños absolutos de nada. Todo lo hemos recibido de Dios: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7). Además, el Señor exige a los que han recibido sus dones que los hagan fructificar. No basta reconocer que los hemos recibido. Hay que devolverlos duplicados.

La gracia actual es necesaria para salvarnos, pero nuestra cooperación no es menos necesaria. Dios ha dispuesto que el éxito de su ayuda dependa de nuestra colaboración, ésta es su providencia salvadora para que podamos gozar de la gloria como merecida por nosotros, a la vez que gratuita:
 
-         Gratuitamente es entregada por Dios esa gracia a nosotros.
-         Merecidamente es recibida esa gracia por nosotros a causa de los sufrimientos de Cristo.
-         Y merecidamente también es recibida y conquistad por nosotros la gloria mediante el consentimiento libre de nuestra voluntad y nuestra cooperación.
 
3. Por último, la parábola nos sitúa en el mismo contexto apremiante que todos los Evangelios de estos domingos. En la segunda lectura (1Ts 5, 1-6), San Pablo nos advierte que la venida del Señor a juzgarnos será como un ladrón en la noche, cosa que había dicho Jesús expresamente, con las mismas palabras.
 
La historia salvífica de cada uno terminará con el rendimiento de cuentas que fijará nuestra suerte definitiva. Al final, el Señor castigará o premiará —según el trabajo realizado con los dones naturales y sobrenaturales recibidos— con la entrada o no en el reino eterno de la contemplación de Dios.
 
Esto es, en donde no hay ninguna luz, ni siquiera corporal, ni hay visión de Dios, sino que como pecadores indignos de la presencia divina, son condenados para expiación a las que se llaman tinieblas exteriores. Alguno que ha explicado antes que nosotros acerca de las tinieblas del abismo que existe fuera del mundo; dice que como indignos de todo el mundo son arrojados fuera en aquel abismo de tinieblas que nadie las ilumina” (Orígenes, homilia 33 in Matthaeum).

Que la Virgen María, nos enseñe a acoger y nos alcance, todos los beneficios y dones que Dios nos hace llegar a través de sus manos maternales.
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