Domingo, 05 de mayo de 2024

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Silencios sonoros

por Antonio Gil

Noviembre tiene y nos trae la brisa melancólica del otoño, "las hojas muertas", la renovación de la naturaleza, los brotes nuevos... Y un buen puñado de silencios sonoros. "Nos queda la palabra", decía el poeta. Pero también hemos de cultivar y escuchar los mejores silencios, los silencios sonoros. Probablemente, cada uno de nosotros podemos elegir muchos de esos "silencios", según el lugar, el paisaje, la hora, la situación, el momento que vivimos. H eaqui una lista sencilla, que, acaso, de alguna forma, todos podamos vivir y saborear.

1. El silencio del Sagrario: que nos abre a los susurros de Dios, a su voz directa a nuestra conciencia, a la intimidad y a las confidencias con el Señor. Siempre, en pueblos y ciudades, podemos encontrar una capilla recoleta donde está expuesto el Santísimo.

2. El silencio del claustro: que nos brinda paz y serenidad. Pasear por un claustro es sentir la paz y el silencio en el corazón.

3. El silencio del campo: que nos invita a contemplar la naturaleza en toda su grandeza e inmensidad.

4. El silencio de la noche: que nos hace recordar-escuchar otras voces, acaso olvidadas o perdidas.

5. El silencio de la soledad: que nos permite reflexionar a fondo y en profundidad.

6. El silencio de Dios: que nos introduce de lleno en el misterio. La gran pregunta: "¿Dónde estabas, Señor, en aquel momento dramático?".

7. El silencio de la enfermedad: que nos introduce en la debilidad hasta límites insospechados. "Por qué, Señor, por qué?".

8. El silencio de los corderos o de los buenos: que nos paraliza tantas veces, que inmoviliza nuestros labios y nuestros pasos.

9. El silencio de los inocentes o de las víctimas: que nos hace reclamar justicia y que nunca podemos comprender del todo, a pesar de que creamos sinceramente que "el mundo es de los crucificados".

10. El silencio de los que deben hablar o hablarnos: que nos lleva a la duda y al desánimo, y a veces, a una derrota anunciada.

Son, ciertamente, silencios sonoros, que muchas veces se convierten en clamor y en grito. Son silencios para escucharlos, pensarlos, regarlos con lágrimas y presentarlos a Dios, como plegaria encendida, ahora que las noches son más largas y más oscuras.
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