Martes, 08 de octubre de 2024

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¿Cómo es eso de una buena o santa muerte?

por Luis Javier Moxó Soto

Santa Teresa del niño Jesús y de la santa Faz, virgen y doctora de la Iglesia

 (María Francisca Teresa Martin)

Teresa de Lisieux.jpg

La fotografía fue tomada por su hermana Genoveva al día siguiente de la muerte de Teresa, el 1 de octubre de 1897, después de varios meses de sufrimientos extremos.

 

“No es ‘la muerte’ quien vendrá a buscarme, será Dios. La muerte no es un fantasma ni un espectro horrible, como se la representa en las estampas. En el catecismo se dice que ‘la muerte es la separación del alma y el cuerpo’, ¡no es más que eso¡…

Nuestra familia no permanecerá mucho tiempo en la tierra… Cuando yo esté en el cielo, os llamaré muy pronto… ¡Y qué felices seremos! Todas nosotras hemos nacido coronadas…

¡Toso! ¡Toso! Hago como la locomotora de un tren cuando llega a la estación. Yo también estoy llegando a una estación: a la estación del cielo, ¡y lo anuncio!...

Me siento muy contenta de irme pronto al cielo. Pero cuando pienso en aquellas palabras del Señor: ‘Traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno según sus obras’, me digo a mí misma que en mi caso Dios va a verse en un gran apuro: ¡Yo no tengo obras! Así que no podrá pagarme ‘según mis obras’… Pues bien, me pagará ‘según las suyas…’

Me he formado del cielo una idea tan elevada, que a veces me pregunto cómo se las arreglará Dios, después de mi muerte, para sorprenderme. Mi esperanza es tan grande y es para mí motivo de tanta alegría –no por el sentimiento, sino por la fe-, que necesitaré algo que supere todo pensamiento para saciarme plenamente…

En realidad, me da igual vivir que morir. No entiendo bien qué podré tener después de la muerte que no tenga ya en esta vida. Veré a Dios, es cierto, pero estar con él, ya lo estoy completamente en la tierra…

Me han liberado de todos los oficios. Y pensé que mi muerte no causaría el menor trastorno a la comunidad…

Había pedido a Dios poder asistir a los actos de comunidad hasta mi muerte. ¡Pero él no quiere! Estoy segura de que podría muy bien asistir a todos los oficios divinos, no moriría por ello ni un minuto antes. A veces pienso que, si no hubiera dicho nada, no me creerían enferma…

Me dicen que tendré miedo a la muerte. Puede ser. No hay nadie aquí que desconfíe más que yo de sus sentimientos. Yo nunca me apoyo en mi parecer; sé muy bien cuán débil soy. Pero quiero disfrutar del sentimiento que Dios me da ahora. Siempre habrá tiempo de sufrir por lo contrario…

Voy a morir pronto, pero ¿cuándo? Sí, ¿cuándo…? ¡Nunca acaba de llegar! Soy como un niñito al que le están prometiendo siempre un pastel: se lo enseñan desde lejos, y luego, cuando él se acerca para cogerlo, retiran la mano… Pero, en el fondo, estoy totalmente resignada a vivir, a morir, a recobrar la salud o a ir a la Conchinchina, si Dios así lo quiere…

(Del “Cuaderno amarillo” de la Madre Inés, frases de abril-mayo 1897)

 

El 30 de septiembre de 1897, la que descubrió que su vocación era el amor en el corazón de la Iglesia, decía sus últimas palabras, así, para dejar esta vida hace 114 años:

¡Sí, el sufrimiento puro, pues no hay en él el menor consuelo! ¡No, ni el más mínimo!

¡Ay, Dios mío! Sin embargo, sí, lo amo a Dios… ¡Querida Virgen Santísima, ven en mi auxilio!

Si esto es la agonía, ¿qué será la muerte…?

¡Madre, le aseguro que el vaso está lleno hasta el borde!

¡Sí, Dios mío, todo lo que quieras…, pero ten compasión de mi! Hermanitas… hermanitas… ¡Dios mío, Dios mío, ten compasión de mí!

¡No puedo más…, no puedo más! Sin embargo, tengo que resistir…

Estoy… estoy acabada… No, nunca hubiera creído que se pudiese sufrir tanto…, ¡nunca, nunca!

Madre, ya no creo en la muerte para mí… ¡ya no creo más que en el sufrimiento!

¡Y mañana será todavía peor! Bueno, ¡pues mejor que mejor! “

(Por la noche, nuestra Madre acababa de despedir a la comunidad, diciendo que la agonía que la agonía iba a prolongarse todavía, y nuestra santa enfermita contestó):

Pues bien, ¡adelante, adelante! ¡No quisiera sufrir menos!

….

Sí, le amo…

¡Dios mío, … te … amo!

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