Miércoles, 24 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio (Mt 5,13-16)

Cristo ilumina el espacio del corazón

por La divina proporción

El Evangelio de hoy domingo nos llama a ser sal de la tierra y luz del mundo. Nos llama a ser herramientas de Dios, que la verdadera Sal y la verdadera Luz del mundo. Como herramientas, Dios nos llama a ser dóciles en sus manos, para que su Voluntad sea la que impere en nosotros y en cada una de nuestras acciones. Ser sal y luz es mucho más que simples transmisores de emociones y creadores de actividades humanas. Necesita todo nuestro ser. Ser que se sostiene también en la inteligencia.

Todo esto lo aclara perfectamente Hesiquio el Sinaita. monje higúmeno del monasterio de la Virgen de Nuestra Señora de Roveto, en el Mon­te Sinaí. Se supone que vivió en torno al siglo XIII, pero no existe total certeza. En todo caso, su obra “Sobre la sobriedad y la vigilancia” es una joya que nos permite entender muchos aspectos de nuestra fe, nuestra vida cotidiana y de la presencia de Dios entre nosotros.

La sal da sabor al pan y a todo alimento, impide la descomposición de la carne y la conserva largo tiempo. Considera que lo mismo ocurre con la vigilancia de la inteligencia. Ella llena de sabor divino tanto al hombre interior como al hombre exterior, expulsa el desagradable olor de los malos pensamientos y nos permite perseverar en el bien. Muchos malos pensamientos nacen de la sugestión y de ellos nace la acción mala sensible. Pero quien con Jesús apaga la sugestión, escapa de lo que sigue. Se enriquecerá con el suave conocimiento divino, con él encontrará a Dios, que está presente en todos lados.

Teniendo delante de Dios al espejo de la inteligencia, está continuamente iluminado, a imagen del cristal puro y del sol sensible. Alcanzada la última cima deseada, la inteligencia se reposerá de otra contemplación. (...) Es imposible que quien mira el sol no tenga los ojos inundados de luz. Lo mismo, quien se inclina siempre hacia el espacio de su corazón, será iluminado. (...) Cuando las nubes se disipan, el aire aparece puro. Igualmente, cuando bajo el sol de justicia, Jesucristo, se disipan los fantasmas de las pasiones, nacen en el corazón los pensamientos luminosos, semejantes a las estrellas. Porque Jesús ilumina el espacio del corazón. (Hesiquio el Sinaíta.“Sobre la sobriedad y la vigilancia” 87, 88, 108, 197)

Hesiquio señala con claridad que la fuente de la Sal y de la Luz es Cristo. No podemos creer que podemos salar el mundo e iluminarlo con nuestras propias fuerzas humanas. Muchos de nosotros creemos que merecemos ser considerados relevantes ídolos por ser nosotros mismos. Se nos olvida que sin Cristo nada podemos y que sin la Luz de Cristo, no podemos iluminar nada. Se nos olvida que Dios nos mandó no adorar a ídolos paganos ni tampoco convertirnos nosotros mismos en ídolos a los que otros deban seguir.

Como se dice en Evangelio de hoy, debemos transmitir con humildad, la Luz y la Sal que Dios nos ha dado en depósito. Debemos transmitirla para gloria de Dios, no para gloria de nosotros mismos. Igual que Cristo nos llama a orar en secreto, también debemos evangelizar humildemente a quien necesite la Sal y la Luz de Dios.

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