Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Nueva entrega de la serie de artículos preparados por el Doctor Martín Ibarra Benlloch

Don Jesús Arnal, escribiente en la Columna de Durruti (4)

por Victor in vínculis

DON JESÚS ARNAL, escribiente en la Columna de Durruti (4). EL VALOR DE LA AMISTAD 

Martín Ibarra Benlloch

El caso de don Jesús Arnal Pena, sacerdote diocesano, es conocido, pues estuvo como escribiente en la columna del anarquista Buenaventura Durruti. Don Jesús había nacido en Candasnos (Huesca) en enero de 1904. Se ordenó de sacerdote en 1927, estando en Fraga, Selgua, Monzón, Serraduy y en 1935 párroco de Aguinaliu- todos estos pueblos eran de la diócesis de Lérida, ahora de la de Barbastro-Monzón. Mosén Jesús sabía conducir y eso le salvó la vida, pues estallada la guerra pudo pasar como miliciano de transportes y evitar una muerte más que segura.

Muchas peripecias le sucedieron a don Jesús Arnal desde que huyó de su parroquia de Aguinaliu, llegando al final a su pueblo natal de Candasnos [bajo estas líneas, la parroquia].

Hacía pocos días que se había asesinado al párroco, don Félix Launed, a quien el comité local había respaldado. En Candasnos fue a verle el histórico anarquista Timoteo Callén, presidente del comité revolucionario, quien quiso salvarlo a toda costa, incluso proponiéndole hacerle un carnet de la CNT-FAI con fecha de 1930. Uno del comité no pensaba igual, y aprovechó una ausencia de Timoteo para proceder a detener a don Jesús. En cuanto Timoteo Callén volvió a Candasnos lo sacó del calabozo. Timoteo decidió convocar a todo el pueblo para proceder a un juicio sumario, algo que se hizo en otros pueblos con importancia anarquista. Veamos cómo lo cuenta don Jesús Arnal en su libro Por qué fui secretario de Durruti, que se publicó en Andorra en 1972:

“Por medio de un bando fue llamado el Pueblo para reunirse en la plaza principal, con el fin de pronunciarse en juicio público sobre el caso de mosén Jesús, llamado el cura del Americano.

En muy poco rato se reunió en la plaza todo el vecindario, masculino y femenino, niños, jóvenes y viejos, todos con voz y voto en el juicio sumarísimo que se iba a celebrar.

Como los individuos peligrosos eran muy pocos, por precaución y con mucha vista, fueron rodeados por los más adictos a mi persona” (p. 77).

El comité, al ver el apoyo popular, decidió salvar al sacerdote. Pero los partidarios de liquidar a todos los curas volvieron a la carga:

“Por segunda vez se presentaron milicianos armados, y esta vez en grupo más numeroso, con la pretensión, según decían, de llevarme a la Comarcal para prestar declaración; pero, en realidad, para liquidarme tan pronto saliésemos del pueblo” (p. 78).

Cuando subían por las escaleras a por el sacerdote, el presidente del comité les apuntó con su arma diciéndoles que más de uno quedaría por el camino si se lo llevaban. Al final, desistieron. Decidió entonces Timoteo ir a hablar con el propio Durruti:

“Con todos estos triunfos en el bolsillo, se dispuso Timoteo a visitar a Durruti, cuya Columna estaba en Bujaraloz, distante de Candasnos diez y nueve kilómetros por la carretera general de Lérida a Zaragoza, y a su regreso, me dice:

-Hemos coincidido con Durruti. Le he explicado todo lo que nos ha sucedido y me ha preguntado: -¿Verdaderamente, tienes deseos de salvarle?

-Si no tuviese verdadero interés en salvarle, no estaría hablando contigo, no me habría desplazado hasta Bujaraloz. Para otra solución, no precisaría ayuda. Soy bastante hombre, sin necesidad de nadie.

-Pues mira, Callén. Para seguridad absoluta, no veo más solución que le traigas a la Columna. ¿De acuerdo? (p. 80).

Quedaron al día siguiente por la mañana, a las diez. Ahí estuvieron puntuales.

“Durruti [bajo estas líneas, a la izquierda] salió a recibirnos y después de los primeros saludos, dándonos a todos cordialmente su mano, se dirige a mí con estas primeras palabras y que las recuerdo como si se pronunciasen ahora mismo.

-Bueno, y tú, ¿qué prefieres? ¿Irte a casa o quedarte en la Columna?

-¿Es que tengo derecho de opción?

-Mira, te seré sincero. Si te marchas, algunos de esos grupos incontrolados te matarán, pues no siempre tendréis la misma suerte; y si te quedas, yo respondo de tu seguridad, porque estarás bajo mi absoluta protección (p. 83).

 

Sabemos de otros casos en los que el pueblo defiende a su sacerdote, como al de Mediano (Huesca, diócesis de Barbastro), don Gregorio Mora Moreras. Todo el pueblo se reunió para mostrar su apoyo y firmó un documento en el que lo expresaban. A pesar de todo, mosén Gregorio Mora murió mártir.

Este suceso de mosén Arnal nos hace pensar mucho, pues el porcentaje de asesinatos de sacerdotes en la diócesis de Lérida –y en la de Barbastro- fue muy elevado. Y estos anarquistas, tanto los que vivían en los pueblos como los de la Columna Durruti, eran bastante expeditivos. Lo que cambia en este caso es el valor de la amistad. Amistad -aunque sea para cometer actos criminales-, entre Timoteo Callén y Buenaventura Durruti desde hacía muchos años. Amistad entre Timoteo y mosén Jesús Arnal desde la infancia, que les llevará a ambos a interceder por el otro en momentos de grave dificultad. Una amistad que estará por encima del deseo de instaurar un mundo mejor, sobre los restos de los edificios sagrados y los cadáveres de sacerdotes, religiosos y laicos significados.

El propio mosén Arnal escribió:

“-¿Qué impresión te produjo Durruti?

Sencillamente, no encontré en él nada de legendario y me pareció un hombre normal, que sabía corresponder a una amistad” (p. 84).

Cuando se enteró de su muerte el 20 de noviembre de 1936, mosén Arnal rezó por él, “pidiendo a Dios usase de su infinita misericordia con aquel hombre, como la usó con el buen ladrón, estando en la Cruz. Si en su vida hubo desvíos muy graves, fruto de su ideal, también hubo rasgos de grandes virtudes humanas. Los desvíos del buen ladrón, fueron olvidados por Cristo en la Cruz, sólo porque le pidió se acordase de él en su reino. Convencido estoy de que también serán olvidados los de Durruti” (p. 142). Y poco más adelante: “¡Qué importaban nuestros ideales, si había nuestra amistad!”. “¡Gracias, Durruti! y que Dios, al juzgar tus defectos, haya tenido en cuenta esta gran delicadeza tuya hacia este sacerdote”.

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