Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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La noche del alma

por Juan Miguel Carrasquilla

El sonido de la cerradura de la celda sorprende en el silencio. Las visagras chirriantes sobrecogen y la luz cegadora ilumina el habitáculo húmedo y estrecho. El carcelero forcejea y empuja un bulto encorvado que parece humano. A duras penas consigue traspasar el umbral con la carga y cuando la tiene medio introducida, la empuja violentamente con el pie. El fardo de huesos rotos y carne herida, se estampa contra la mugrienta pared de enfrente, de la que me aparto con agilidad, so pena de ser aplastado. El cuerpo del recién ingresado se retuerce con la cara pegada al frío suelo y la sangre brotando abundantemente de la boca por la paliza recibida.
¡Y mañana te daremos otra!. Para que te inventes novedades y vayas encontra de tus superiores y de la mano que te ha criado. ¿Carmelita, reformador, santo?
El carcelero, al que no veo la cara al estar a contraluz, agarra la pesada puerta y la cierra con estrépito y se le oye murmurar al otro lado mientras se aleja:
¡Engreído servidor de Satán, más bien!. Ya te enseñaremos nosotros...
Y se hizo la oscuridad.
Estamos hacia el 1577 en una celda del carmelo de Toledo. El que será doctor de la iglesia, San Juan de la Cruz es retenido para que se retracte de aplicar en el carmelo masculino, las austeras reformas introducidas en el femenino, por su amiga Teresa de Ávila. El nuncio del Papa, el capítulo general de la orden y el prior no se ponen de acuerdo con respecto al carácter espiritual de la reforma y dan ordenes contradictorias, lo que provoca la confusión y el encarcelamiento de Juan.
En Roma, el Papa Gregorio XIII, amigo de Felipe II y defensor del concilio de Trento, está obsesionado con acabar con el poder de la protestante Isabel I de Inglaterra. Ella y el pirata Francis Drake andan obsesionados con el oro español de las américas. Por su parte, Felipe II, está obsesionado con la guerra contra los rebeldes calvinistas de Flandes y la inquisición está obesionada con todos...herejes, protestantes, brujas, indios, judas, demonios...
No distingo nada en la oscuridad, pero intuyo dónde se encuentra por sus leves gemidos.
¿Y te merece la pena esta iglesia tuya que te encarcela, te pega, te humilla?
Amo a la iglesia por encima de la confusión de algunos de sus hijos—me contesta con un hilo de voz.
Tu iglesia está en crisis. Media Europa está dividida y en guerra por su causa.
La iglesia no es la culpable.
Ya, claro, a lo mejor soy yo...
El culpable es el pecado, de dentro y de fuera. La ambición provoca la guerra.
Juan responde a mis inquietudes con gran esfuerzo y débil voz. Yo insisto y le susurro:
¿Por eso estás aquí? ¿Por ambición? ¿Pretendes glorias y honores? ¿Te crees mejor que tus hermanos de orden?
Todo lo contrario. Yo solo persigo lo que me una a Dios.
Y este estado en el que te encuentras...¿te une a él?
No me contesta directamente. Simplemente recita:

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

San juan de la Cruz comprende que sufre porque Dios lo permite. No juzga a sus torturadores porque reconoce que es el mismo Dios el que ve conveniente que pase por esta pasión. Pregunto:
Pero, ¿para qué?
Comprende lo que quiere Dios de él. Que le busque, que le desee, que le ame. Desde lo más profundo. Sin chantajes ni reservas. Sin apegos y amores desordenados que le distraigan. La gracia de Dios no puede darse junto al gusto de las cosas terrenas:

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.


Me exaspera tanta poesía:
¡Alumbrado!¡budista!¡errado!
Si es así el tiempo lo confirmará, pero si estoy acertado, veré a Dios.
Le rodeo sigiloso:
¡Verás a Dios!, pero qué Dios. Aquí no hay nadie. Sólo oscuridad...soledad. Yo no veo nada.
No ves porque estás lleno.
Mi lengua se tropieza con sigo misma, ansiosa por preguntar:
Lleno ¿de qué?
De tí mismo. De pasiones, de deseos, de retos, de ambiciones, de afectos. La creación nos pertenece pero no sabemos tratarla. Nos queremos apropiar de las cosas, de las personas, porque tenemos miedo a morir, a perder, a llorar. La llamada de Dios empieza por la noche oscura, dónde el alma se despoja de sus sustentos, de sus confianzas, de sus seguridades. A veces, a Dios le utilizamos también. Hay que dejarse despojar, desasirse, hasta de la idea de Dios que tenemos forjada con nuestros caprichosos deseos. Estás lleno de tí mismo, te lo repito. Lleno de ideas, de buenas intenciones, de justicias, y bondades. Convicciones que falsean la verdadera imágen de Dios. En la noche del huerto, en la oscuridad del sinsentido, se nos invita a descansar en Dios y entregarle nuestras preocupaciones, fallos, inseguridades, inquietudes y pecados...
Estoy anodado con tamaño grado de autosugestión, huída de la realidad y sufrida resignación. Vuelvo a la carga:
Entiendo entonces, que un Dios que no ves, desea que renuncies a disfrutar de lo que ves por celos...un Dios cruel.
Al Padre nadie le ha visto, pero hemos visto al hijo, hemos visto a Jesucristo Resucitado...Mira, el vaso no puede contener nada más, si está lleno de intereses propios. Se trata de vaciarse de amores, para llenarse del amor. Nuestros amores son esclavitudes, psicosis y sentimentalismos. Si nos vaciamos de ellos, encontramos el amor de verdad y amamos desde la libertad y la generosidad. Aprendemos a amar.
¿Me vas a decir que no amo adecuadamente aunque le haga un bien a mi prójimo?
No, si lo que buscas es el afecto, la autocomplacencia, el sentirte bien contigo mismo. No dejas de buscarte a tí mismo y de usar al otro para un interés propio, bajo el aspecto de una piedad.
¡Muy bien!,—exclamo cansado de su palabrería—¿y como se supone que debo despojarme, como se hace?
No debes hacer nada. Sólo ver y soltar. Ver lo mucho que has sufrido por el deseo insatisfecho, ver el desasosiego constante que atenaza tu alma peregrina detrás de idolatrías y soltar lastre. Abandonar tu amor propio en manos de Dios y respirar. Soltar el mundo ilusorio al que te aferras...
Es decir, rendirse ante la vida. Me pregunto a cuántos incautos engañará este charlatán con esta filosofía barata.
Acerco mi cara a la suya hasta oler su sangre y le acoso:
Sufrir...sufrir y padecer.
Libertad, madurez y crecimiento.
Sumisión, resignación, pesimismo.—insisto con rabia.
Sufrir con sentido es todo lo contrario al pesimismo y la tristeza,—me rebate con la voz entrecortada—nadie es apto para comprender las cosas celestiales, si antes no se dispone a sufrir por Cristo todo lo adverso. La vida del cristiano es un vivir muriendo, pero cuánto más muere uno a sí mismo, más comienza a vivir para Dios. Pues si hubiera habido otra forma más útil para salvar a los hombres, Cristo nos lo hubiera enseñado. Sin embargo ahí están sus palabras y sus hechos: “Si alguno quiere ir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su cruz y sigame”.
Me separo un poco de él. Me está enfureciendo su terquedad, pero comprendo que se tiene que agarrar a algo para superar estos momentos absurdos y duros, para no volverse loco.
Vamos, que estos rancios y violentos hermanos que te tienen secuestrado y te tratan tan bien, son agentes de Dios para tu purificación, para tu bien espiritual y para el bien de la humanidad...
Has acertado en todo menos en una cosa...
Me tiene intrigado mientras veo que se mueve porfin. Parece que se ha recuperado con mi animada charla. Se retuerce en el suelo en un complicado escorzo y levanta su brazo derecho lentamente. Le pregunto ansioso:
¿Qué cosa?
Mis carceleros no son agentes de Dios. El permite su acción para mi bien, pero en realidad son almas engañadas.
¿Por quién?
¡POR TÍ!
¡Vaya!. Se me acabó la fiesta. Sacando fuerzas de flaqueza, me ha aplastado de un zarpazo rápido y enérgico. Será mejor apartarme de este loco y dejarle en su sucia pocilga de consuelos inventados y misticismos esquizofrénicos.
Veremos qué es capaz de hacer y para qué sirve su locura a la humanidad...

Aprovecho un leve cese de la presión de su mano, para salir reptando dolorido y humillado. Antes de escapar por debajo de la puerta miro hacia atrás y me despido del triste y fracasado despojo humano, que sigue inerte ensimismado en sus ensoñaciones. Pero me alejo sólo...para volver en una mejor ocasión.


Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará.» Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía.” (Lc 18, 31-34)

 


 


 

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