Jueves, 25 de abril de 2024

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¿Adónde iremos, Señor...?

¿Adónde iremos, Señor...?

por Marcelo González

A mí como sacerdote me parece que la gente ya no presta atención a la homilía, yo ya no la preparo más porque si uno la prepara la gente lo entiende a uno para el lado que ellos quieren, si subo la voz dicen el "cura esta enojado" y miden la prédica no por el contenido sino por la duración... entonces ahora hablo unos minutos... pocos... trato de hablar lo menos posible y  hablo de cosas dulces, pero de doctrina no me gasto en hablar.

No castigo a mis fieles solo digo que estamos viviendo un momento de "autismo" ni yo escucho a mis fieles ni mis fieles me escuchan a mi y con ese afán de brevedad... brevedad ... no vamos a llegar a nada. Ahhh el otro día la homilía del Papa en Epifanía duró 22 minutos...

Un sacerdote

El párrafo que precede es un comentario, más que un comentario, una confesión, se podría decir, de un sacerdote en Panorama Católico. Breves párrafos que muestran la realidad, realzada en este caso por ser una confesión de quien protagoniza esa realidad desde el lado del altar.

"Estamos viviendo un momento de "autismo" ni yo escucho a mis fieles ni mis fieles me escuchan a mi". 

El deber del sacerdote es triple: enseñar, regir, santificar. La homilía puede cumplir, al menos en parte, cualquiera de estos tres deberes o mandatos.

El de enseñar resulta el más directamente relacionado. La homilía forma parte de uno de los tres momentos de la misa, que son, a saber, el penitencial, el didáctico y el sacrificial, siendo la homilía parte del segundo.

La lectura de las escrituras (epístola, evangelio) y la homilía principalmente tiene como fin instruir a los fieles en la doctrina.

Sin embargo, esa instrucción también permite ejercer las otras misiones del sacerdote: la de regir, exhortando a los fieles sobre a cumplir sus deberes, y hasta, hablando propiamente, "amenazar", i.e. "Dar indicios de estar inminente algo malo o desagradable", mentando los divinos castigos a los que se exponen quienes por tibieza, dureza de corazón o espíritu hipócrita toman las dichas divinas enseñanzas en vano.

Y también se los puede santificar, no ya propiamente con la administración de los sacramentos, sino con la acción movilizadora de la palabra sobre los corazones.

La palabra del sacerdote goza de un carisma especial, a condición de que el sacerdote hable como tal, es decir, no en su nombre sino en nombre de aquel a quien representa, de Cristo. Sacerdos alter Christus.


La predicación de San Bernardino

Así, pues, lo primero que un sacerdote debe tener en claro al salir a predicar, es que su palabra es eficaz cuando predica, no con la eficacia sacramental, por cierto, pero sí con la eficacia de conmover los corazones por la autoridad de su palabra.

Cuando el sacerdote pierde esta convicción y se desanima ante la indiferencia de su auditorio realiza un juicio humano, equivocado, olvida lo sobrenatural. Cree que su palabra ya no tiene el poder de convertir, o bien que esa conversión depende se él por sus talentos humano, o que ha de verse necesariamente reflejada en un resultado exterior inmediato.

El sacerdote es pastor. Y por lo tanto, siguiendo las múltiples analogías que las Sagradas Escrituras nos ofrecen entre la misión sacerdotal y la pastoral, no debe perder de vista algunas verdades:

Del pastor, destaca la escritura, que las ovejas "conocen su voz", una expresión que significa mucho más que el reconocimiento de un timbre vocal, sino más bien, el de una inconfundible identidad entre Cristo y su ministro.

Ya San Pablo junto con la tradición toda de la Iglesia destaca el valor de la palabra proferida como instrumento de conversión y perseverancia de los fieles. Fides ex auditu. 

La Iglesia, contrariamente al protestantismo, siempre ha privilegiado la palabra proferida a la escrita. Nuestro Señor no dejó una sola línea escrita. Y la Sagrada Tradición es esencialmente la enseñanza oral de N.S.J. no registrada por las Sagradas Escrituras.

El propio San Pablo y el resto de los apóstoles recomiendan incasablemente "exhortar". En su segunda epístola, San Pedro dice: "Exhorto, pues, a los presbíteros que están entre vosotros, yo, co-presbítero y testigo de los padecimientos de Cristo, como también partícipe de la futura gloria que va a ser revelada: apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, velando no como forzados sino de buen grado, según Dios; ni por sórdido interés sino gustosamente; ni menos como quienes quieren ejercer dominio sobre la herencia de Dios, sino haciéndoos modelo de la grey. Entonces, cuando se manifieste el Príncipe de los Pastores, recibiréis la corona inmarcesible de la Gloria" (II Pet. V,1-4).

Si el buen pastor deja de serlo se convierte en mercenario que huye cuando el lobo acecha, o en lobo él mismo. Se aterroriza, paraliza, pierde la confianza.

Como bien decían algunos lectores respondiendo a este comentario, es en la oración, la doctrina y el santo sacrificio donde el sacerdote se encuentra a sí mismo encontrando a Cristo. Es su razón de ser. Y a partir de ahí ya no puede existir ni autismo ni desencuentro.

Tal vez persecución, pero no hay nada más fecundo para la Fe que la persecución…

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