Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Un joven solitario

por Alejandro Campoy

El joven recorría las calles sin rumbo al anochecer. A veces, se deslindaba del bullicio y alboroto de los locales de ocio sólo por buscar la soledad, pues allí era donde podía encontrar la sencillez y simplicidad de las preguntas importantes, donde todo lo demás aparecía como simple estupidez sobreimpuesta. ¿Por qué existo? Esa era la pregunta que con mayor recurrencia se hacía en esos momentos de soledad buscada.

Sabía que a su alrededor millones de jóvenes como él se hacían la misma pregunta, y ninguno de ellos parecía encontrar una respuesta satisfactoria. Un día, pasó a su lado un joven comunista: “nuestra misión en la vida es acabar con la injusticia y las desigualades entre pobres y ricos, ¡únete a nosotros!”. El solitario joven respondió: “me alegro mucho por tí, pero eso no me aclara por qué he nacido”

Otro día, una joven militante de un partido político cualquiera le animó: “únete a nosotros, hay que cambiar las cosas”. El joven respondió: “magnífico, id vosotros, os acompañaré cuando sepa quién soy yo”. El joven veía cómo algunos de sus coetáneos se ocupaban en ese tipo de cosas, y en ocasiones le preguntaban qué tipo de ideas políticas tenía él. Pero el joven siempre buscaba la simplicidad y la sencillez: “Veréis, en política me gustaría que los poderes públicos me dejaran en paz hasta donde les sea razonablemente posible”. Los otros jóvenes le miraban con extrañeza.

Pero el joven solitario sabía que no estaba sólo. Eran millones como él, y también con ellos tuvo algún encuentro. “¿Cuando dejarás de romperte la cabeza? Sabes que ninguna de esas preguntas tiene respuesta” El joven replicaba: “en ese caso no creo que me merezca mucho la pena seguir viviendo” “¿Cómo que no? Esa angustia que sientes la sentimos todos, pero podemos suprimirla: disfruta, baila, bebe, ten sexo, drógate, viaja por el mundo, practica deportes de alto riesgo, rodéate de ruido y bullicio, no te quedes sólo nunca, intenta no pensar...”

“Eso no funciona, ya lo he visto demasiado en los que se pasaron la vida escondiéndose de las preguntas así. Ahora están todos destrozados, enfermos, viejos, y su angustia es diez veces mayor, porque ya le ven el rostro a la muerte”

El joven buscó en los grandes sistemas de pensamiento y en todo tipo de religiones y espiritualidades, hasta que un día se encontró con un grupo de jóvenes cristianos. Tranquilamente, les formuló su pregunta: ¿Sabéis vosotros por qué existo?. Aquellos jóvenes no supieron muy bien como reaccionar en un primer momento. Eran jóvenes comprometidos, con una buena formación doctrinal, pero la pregunta les sorprendió. Poco a poco, el más decidido aventuró una respuesta:

“¿No has pensado formar una familia? El matrimonio, los hijos, esa es razón más que suficiente para toda una vida ¡Ábrete a la vida!”. El joven solitario suspiró aburrido. Una chica retomó el argumento de su compañero: ¡Sí, el amor, la vida! ¡Únete a nosotros contra el aborto!. Pero el solitario ya se perdía entre la penumbra de las calles alumbradas por el neón. Aún escuchó el grito de uno de aquellos jóvenes: ¡viva España católica!. En ese momento, el joven solitario soltó una gigantesca carcajada. Finalmente, ya cansado, se sentó junto a un mendigo y comenzó a hablarle como en un monólogo.

“Esos jóvenes cristianos son iguales que el joven comunista o aquellos militantes del partido político. Viven para una causa, por unas ideologías, y les basta con un sistema de creencias producido por los propios hombres. Debo ser el único imbécil al que no le sirven las ideologías ni las causas, necesito simplemente la verdad, y no encuentro en ninguna parte la verdad de por qué existo ni por qué he nacido. Unos luchan contra el hambre en el mundo, y a mi me parecen afotunados los que tienen la suerte de morir antes de haber comenzado a pensar. Otro luchan por la justicia social, mientras a mi me parece la mayor de las injusticias el simple hecho de existir, otros quieren evitar el aborto, mientras yo envidio a aquellos que ni siquiera llegaron a nacer. Mientras tanto, los que son como yo se dedican a matarse en vida, cuando lo razonable sería el simple y puro suicidio”

El mendigo se revolvió entre sus mantas y se incorporó. Mirando al joven fíjamente, le dijo: “en una ocasión escuché una historia sobre un hombre que había muerto y al cabo de unos días había vuelto a la vida. Me dijeron que ese hombre era Dios, y que todos los hombres resucitaremos después de la muerte igual que él”

¡Oh!, -replicó el joven solitario- Eso es demasiado estúpido como para ser cierto. Y sin embargo, eso lo explicaría prácticamente todo. Si algo nos sobra hoy en día son esas montañas de doctrinas, ideologías, causas, sistemas y toda la infame cantidad de ruido que nos envuelve. Los que son como yo utilizan el ruido para evitar pensar, pero yo ya me cansé de eso. Necesitamos hechos, no palabras, necesitamos un acontecimiento, algo que sucede de verdad en tu vida, no discursos ni programas políticos ni teorías sociales ni todo ese tipo de mierdas. ¡Duerme bien, viejo!

Al día siguiente, las luces del alba alumbraron poco a poco un oscuro callejón. Entre dos contenedores, la claridad matinal iba perfilando la figura del joven solitario que yacía muerto con una pistola en la mano.

La mies es mucha, y los obreros pocos. Son menos aún cuando se distraen en cosas secundarias. Sólo el mendigo es necesario.

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