Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

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El establo de los deseos

por Juan Miguel Carrasquilla

Está a unos metros. Solo veo la luz del establo. Hay mucha gente entre el niño y yo. No lo veo. No alcanzo a verlo. A mi lado se encuentran dos humildes pastores. Uno de ellos con barba blanca y piel curtida por el sol, me toca en el brazo y me pregunta:
¿Qué pasa?¿Qué ocurre ahí?
Le contesto en voz baja para no quebrar la atmósfera de silencio y recogimiento que nos envuelve:
Por lo visto ha nacido un niño importante. Dicen que es Dios. Que cambiará el mundo, que habrá un antes y un después del día de hoy.
El otro pastor gira repentinamente la cabeza y con su boca vacía de dientes me interroga con pasión:
¿Entonces va a acabar con los romanos?
No, no. No ha venido a eso.
El desdentado y desilusionado pastor me increpa de nuevo:
¿Entonces a qué ha venido?
A salvarnos.
¡De los romanos!—me pregunta ansioso, otra vez.
No, no. de nosotros mismos. De nuestras flaquezas, de nuestros miedos, de nuestras ambiciones, de nuestras envidias...de nuestra soberbia, de creernos buenos y o medianamente buenos, justos, y bondadosos...de nuestros pecados.
No entiendo nada. Nosotros somos los que estamos bajo la bota romana, los que sufrimos, los que morimos, los que no hacemos mal a nadie, al revés, los que sufrimos ese mal y ¿este bebé ha nacido para decirnos que nosotros somos los malos?
Ni los romanos son los malos, ni lo son los zelotas, ni los fariseos, ni los pastores, ni los ricos, ni los pobres, ni los judíos. En todos nosotros se libra la batalla a la que ha venido a ayudarnos este niño. La maldad y la bondad está al alcance de todos nosotros, pero no sabemos identificarlas. Él nos lo dirá y nos ayudará a elegir y... a poder elegir. Ahora somos esclavos.
¡De los romanos!
No, no. De todo. Nuestro corazón está apegado a las cosas, a las personas, a las ideas. Amamos desmesuradamente nuestra vida, nuestra imagen, nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestra razón. Nos amamos a nosotros mismos por encima de todo.
Esperaremos que crezca y nos explique esto bien, porque tu nos estás liando más que Moisés a su pueblo... (con lo fácil que hubiera sido atravesar el desierto en línea recta).
Lo explicará...Morirá en la cruz para explicarlo.
El de la barba blanca le coge al desdentado por le brazo y tira de él alejándose de mí:
Vayámonos de aquí. Ya te dije que este tipo tenía un aspecto raro. Somos un pueblo oprimido y vejado, esclavo y humillado y éste nos dice que un niño que es Dios, nos salvará del verdadero enemigo que habita en nuestro interior, que nos hace ver la mentira como la verdad. Y eso nos lo enseña naciendo como un niño pobre e indefenso en un apestado establo y nos lo enseñará con su muerte, una muerte de criminal en la cruz. ¡Como está el mundo, no hay nada más que profetas y videntes que creen saber la verdad que se nos niega a los ignorantes!. ¡Qué sabios! Lo único que quieren es dominar nuestras mentes y nuestras vidas con profecías baratas que no tienen ni pies ni cabeza. No le escuches, no sabe lo que dice.
Me encuentro algo ofuscado y desalentado, pero intento una última aclaración antes de que se alejen:
¡Resucitará! Nos abrirá el cielo, nos perdonará y nos acompañará siempre, nos salvará y nos dará la libertad.
El desdentado se vuelve y me increpa una vez más:
Entonces por fin, ¿nos librará de los romanos?
No, no. Nos dará la vida eterna. Nos dará su amor. Conoceremos su amor. Su verdad nos hará humildes. La humildad nos hará conocer la verdad.
El desdentado con aire enfadado y despreciativo se suelta del compañero que lo seguía agarrando y señalando hacia el establo me grita:
¡Mira profeta de tres al cuarto o lo que seas!. Dile a ese niño que cuando crezca, si no es para librarme de los romanos, que no venga a buscarme. Si no va quitarme la enfermedad, la pobreza, la injusticia, y la mala suerte que me acecha constantemente, si no va a concederme lo que yo considero que me merezco, que no se moleste en buscarme, que siga su camino y que muera como quiera y que resucite o que se quede en el cielo o en el infierno. ¡Ya está bien de aguantar!
¡Muy bien dicho, Barrabás!. Que se entere éste y su inútil Dios que estamos hartos de monsergas, queremos hechos. Vamos a casa, aquí no hay nada que ver.
Si volvamos a casa que tengo un hijo que cuidar y educar. Y lo educaré en valores justos, para que no se resigne y luche por la verdadera libertad.
Me quedo perplejo y frustrado, mientras los zelotas se alejan definitivamente. Miro al establo. Se despeja algo la escena de curiosos y veo con claridad a María con el niño en brazos. Ella me mira. Mi sofoco por el encuentro con los pastores, se disipa poco a poco y una frase emerge en mi mente: confía, a pesar de todo confía.

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