Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

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El gran cambalache de la "dignidad humana"

por Marcelo González


“Las personas homosexuales tienen ... la mayor de las dignidades como cualquier ser humano, por ser hijos de Dios, ... y además merecen un particular respeto porque muchas veces han sido efectivamente objeto de discriminación...”

Juan Gregorio Navarro Floria,

Jornada sobre Matrimonio Homosexual en la Universidad Católica Argentina


Vivimos revolcaos en un merengue

y en el mismo lodo todos manoseaos”.

Enrique S. Discépolo: Tango “Cambalache”


No se trata de hacer filosofía tanguera, sino de rescatar en esta obra de arte popular (dedicada por su autor a Alfonso XIII, “mi amigo”,) chispazos de sentido común que aún hoy podemos encontrar en la gente sencilla:

¡Qué falta de respeto,

qué atropello a la razón!

Cualquiera es un doctor,

cualquiera es un ladrón (...)

(...) los inmorales nos han igualao...

Que es lo mismo el que labura


Noche y día como un buey,


Que el que vive de los otros,


Que el que mata o el que cura


O esta fuera de la ley.


Concepción discepoliana de la “dignidad humana”



El famoso “Mordisquito” supo transmitir, en medio del merdazal del siglo XX su llamado a la cordura. No todo da igual, es más, no todas las personas tienen la misma dignidad, sino que ésta se asocia a los méritos de las obras. Parece de sentido común: no es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante o sabio, recto o inmoral.


Enrique Santos Discepolo: filósofo aristotélico tomista

¿A quién puede escapar esta diferenciación moral? Solo a la persona amoral, por tara congénita o por tara ideológica. Sabemos que algunos nacen con el órgano de la moralidad natural atrofiado: son los perversos. Otros, en cambio, se amputan voluntariamente este órgano como requisito para alcanzar la corrección política en un mundo ganado por las consecuencias últimas del liberalismo y el antropocentrismo.

Para los primeros, la regla próxima de su conducta es la utilidad. Para los segundos, es el principio de la “dignidad humana”, inmune a toda consecuencia de la mala conducta de las personas. El hombre es digno haga lo que haga, dicen estos últimos.

Las derivaciónes teológicas, morales y sociales están a la vista. Comencemos por las más evidentes: la delincuencia no es punible, porque hay una dignidad esencial en el delincuente que no se pierde ni cuando realiza las mayores maldades. Si ha cometido alguna aberración se debe sin duda a factores extrínsecos. Cese pues no solo la “represión de la delincuencia” sino hasta el concepto mismo de “represión” (que significa ejercer por la fuerza una acción destinada a castigar el delito, término habitual en el lenguaje jurídico: “se reprimirá con tantos años de prisión...”).

¿Hay dignidad en el hombre?

Por cierto que la hay en diversos aspectos.

Hay una dignidad, llamemos así, “ontológica”, por la cual, como creatura tiene un ser que es bueno. Ser es bueno. El mal, por cierto, es la privación del bien, es un “no ser”. Ninguna obra de Dios es mala.

Pero esta dignidad inherente a su creación no le otorga al hombre dignidad absoluta. Precisamente como creatura hecha a imagen y semejanza de Dios, ha de ser fiel a esta filiación natural, que alcanza además un grado excelso en la filiación divina que nos proporciona el bautismo. Uno de los episiodios más olvidados por el hombre moderno es la elección del pecar de nuestros primeros padres, y cuyas consecuencias hacen de todos nosotros al nacer “seres indignos”, hasta que recibimos las aguas lustrales del bautismo.

Mayor dignidad en los bautizados que en los infieles.  Sobre este principio la Iglesia autorizó a los estados cristianos a conquistar a los pueblos paganos, a fin de establecer entre ellos la verdad evangélica y elevarlos a la dignidad de hijos de Dios por el bautismo.

La simple lectura de los evangelios y las cartas apostólicas nos proveen infinidad de ejemplos de la mayor dignidad del fiel con respecto al pagano. Inclusive el catecúmeno estaba privado de participar en la parte sacrificial de la misa, por no tener la “dignidad del bautismo”.

Como vemos, la Iglesia establece grados diversos de dignidad.  A algunos cristianos los eleva a los altares, a otros los excomulga. ¿Como será esto posible sin considerar una dignidad desigual? Y en todo caso, ¿qué cosa sino la fidelidad a las obras de la Fe será lo que establece esa diferencia?

¿Por qué el hereje está fuera de la Iglesia a pesar de estar bautizado? ¿Por qué el bautizado en pecado mortal es miembro de la Iglesia, pero miembro “muerto”, sin acceso a la gracia y sin la posibilidad de hacer obras meritorias? Negar un discernimiento de los diversos grados de dignidad es negar la fundación, doctrina e historia de la Iglesia.

La dignidad y el mérito

Así pues, salta a la vista de cualquier persona sensata que mayor dignidad tiene aquél que obra con mayor arreglo a la Ley de Dios.

Pero el amor de Dios suple las faltas, dicen ahora. Frase equívoca y frecuentemente envenenada. “El que me ama, cumple mis mandamientos”.  Es decir, el que no cumple mis mandamientos, no me ama. La gracia de Dios puede mover los corazones más duros, pero siempre los mueve hacia el arrepentimiento y hacia las obras de la Fe. No meramente a una efusión sentimental (¡Dios me ama!) sin consecuencias en la conducta. La Fe sin obras es luterana. La Fe católica es la Fe más las obras de la Fe. De modo que la suplencia de Dios se ejerce por la gracia del arrepentimiento y por la posibilidad de la absolución sacramental, ordinariamente. De otras suplencias no podemos decir nada, por ser extraordinarias y misteriosas.

¿Entonces, a las personas indignas, “inmorales” según la clásica denominación que utiliza Discépolo aquí, hay que espetarles improperios y burlas? No, al menos habitualmente no.

A las personas inmorales, por ejemplo los homosexuales, que además hacen gala pública de sus vicios y pretenden erigirlos en norma general, hay que tratarlos conforme a la caridad cristiana:

1) No mentirles respecto a la malicia de su condición y exhortarlos a la conversión efectiva. (No hay conversión sin cambio de vida).

2) No hacerlos objeto de burlas salvo en la medida en que la buena apologética lo recomienda, esto es, contra los corruptores y propagadores de estos vicios nefandos (no todos los homosexuales lo son) es lícita no solo una refutación teórica, sino la manifestación del desprecio que en toda alma moralmente sana producen sus vicios.

Esto por caridad hacia los demás e incluso por caridad hacia el propio pecador, que muchas veces necesita sentir el rechazo social para enmendarse, y que, por el contrario, al recibir la aprobación social, persevera en sus gravísimos pecados.

3) No realizar un destrato innecesario, y no juzgar las almas, cuyo estado se reserva a Dios. Tan solo nos es lícito juzgar los hechos exteriores, y las manifestaciones que realiza el pecador, no el fondo mismo de su alma. En virtud de su potencial arrepentimiento, todo destrato que cierre el camino de la compunción es gravísimo y hasta criminal contra la caridad.

Hoy en día se confunde la dignidad humana asociándola al mero hecho de ser humanos, sin distinguir más. Incluso en algunas corrientes teológicasa al uso, se habla de una dignidad humana inmarcesible por el hecho de la unión hipostática. Lutero redivivo: la Fe en Cristo justifica nuestros pecados: pequemos fuertemente y creamos fuertemente, tenemos asegurada la salvación. Solo que esta versión moderna es más corrupta, si cabe: nada es pecado, porque el hombre no puede pecar. No en tanto “ame”. Ama y haz lo que quieras (¡pobre San Agustín!) Como si la frase del Obispo de Hipona no fuera reflejo de la sentencia paulina: la perfecta caridad nos exime del rigor de la ley. Pero la perfecta caridad es la santidad, a la que se llega por medio de innumerables actos de virtud y un estricto cumplimiento de los mandamientos.

 La consecuencia inevitable de esta versión bastarda de la frase de San Agustín será la tolerancia de todos los vicios y (también inevitablemente) la hipocresía de quienes dicen practicar esta “caridad”, quienes procederán contra los pecadores con inaudita crueldad, cuando las consecuencias de esos pecados los afecten en lo personal. Así lo demuestra la experiencia.

Una consecuencia será esa jornada de la Universidad Católica Argentina en la que la que se llegó a  afirmar que los homosexuales merecen un mayor respeto que los buenos cristianos. Y que muchos santos y héroes han sido homosexuales.
 

“Vivimos revolcaos en un merengue

y en el mismo lodo todos manoseaos”.

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