Miércoles, 24 de abril de 2024

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Entre San Pío X y San Pío X

por Marcelo González

Hace algunos días, el 18 de agosto, Su Santidad Benedicto XVI recordó a San Pío X en la alocución de los miércoles dedicada a los peregrinos. Su fiesta, según el calendario litúrgico nuevo, se celebra el 21 de agosto. Según el tradicional el 3 de septiembre. Por lo cual, entre San Pío X y San Pío X, siguiendo el ejemplo del Sumo Pontífice, me parece prudente recordar al último papa canonizado.

Recuerda el Santo Padre rasgos característicos del papa santo:

Su deseo de reforma de las estructuras administrativas y las disposiciones disciplinarias que mostraban rasgos de decrepitud.

Su énfasis en la formación sacerdotal.

Su enfoque pastoral: proveer ante todo por el bien de las almas y poner los medios sobrenaturales y naturales al alcance para contribuir a este fin.

Así, el Papa Sarto redujo la edad para la primera comunión a los siete años y simpificó los requisitos de formación de los niños: llegó él mismo a dar la primera comunión a un niño de 4 años, que excepcionalmente manifestaba tener la conciencia suficiente de que recibía el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Recuerda también el Papa Benedicto la eficacia del Catecismo Mayor (hoy conocido –o desconocido- como “catecismo de San Pío X”). (Mis hijos adolescentes, anoto yo, han hecho toda su etapa de perseverancia estudiando los textos de dicho catecismo, con resultados admirables).



José Sarto, San Pío X

Finalmente alude el Papa a la obra legislativa formidable de San Pío X, el Código de Derecho Canónico, promulgado por Benedicto XV, pero cuya idea e inspiración, sostenimiento y perseverencia,  como lo reconoce el propio promulgador, es mérito del Papa Sarto y, asimismo recuerda el Pontífice reinante la lucha de San Pío X contra el Modernismo.

Dos San Pío X

Así como la reforma litúrgica nos ha puesto en la paradójica situación de tener dos fechas para celebrar la fiesta del mismo santo, así también esta esperanzadora recordación del Papa Benedicto no deja de traer el eco de otra paradoja: se recuerda la obra de San Pío X, pero no se pone énfasis en destacar las diferencias que hicieron tan fecundo su ministerio apostólico en contraste con los resultados de las experiencias posconciliares.

Al caso: el catecismo de San Pío X formaba las mentes sólidamente en la doctrina de la Fe. Los innumerables catecismos que hemos conocido desde el Concilio (y ya durante él) dejan en las almas de los niños, en el mejor de los casos,  una lánguida experiencia sentimental, que se evapora ante el primer desafío intelectual o moral que se les presenta.

Estos catecismo NO forman, más bien entretienen la imaginación y en muchos casos deforman o permiten que la mente del niño se deforme. Tampoco establecen el hábito teológico, a saber, el ver la doctrina como un corpus ordenado, lógico y coherente, fundado en la revelación pero expuesto conforme a las normas de la recta razón (teológía). No, por el contrario,  promueven un hábito antiintelecutal, dando a crer que la Fe es una emanación sentimental.

Consecuencia de este desprecio por la doctrina, tampoco se aplica hoy en día la gente –ni el clero ni los fieles- al estudio del magisterio del Papa San Pío X, que ha sido un punto culminante de Magisterio Católico.

Al hablar de la lucha contra el Modernismo, el Papa no se detiene a considerar el fenómeno “modernismo” como algo actual y con consecuencias gravísimas en la situación de la Iglesia en los últimos 50 años. Tal vez la brevedad de la alocución no le ha permitido extenderse, pero uno no deja de extañar un párrafo más que profundice esta cuestión, para no quedarse con la impresión de que el Modernismo es algo superado y lejano.

E Supremi apostolatus

En 1903, cuando el Papa Pío X publicó su primera encíclica, E Supremi Apostolatus  planteó la situación del mundo y de la Iglesia en términos que eran a la vez un diagnóstico crudo y una exhortación esperanzadora:

¿Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? (...) Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición de quien habla el Apóstol”. (¡1903!)

Palabras que hacen temblar. Mucho más actuales hoy que en el momento en que fueron escritas, pero menos proféticas que descriptivas, porque la perspicacia del Papa Sarto pudo ver en sus tiempos en pleno desarrollo lo que hoy vivimos como una espantosa realidad.

Por ello el papa Pío toma como lema pontificio la frase paulina que anuncia formalmente en esta encíclica: Omnia instaurate in Christo: establecer todas las cosas en Cristo.

Y no solo diagnostica, sino que receta la medicina para estos males.

“Ahora bien, para que el éxito responda a los deseos, es preciso intentar por todos los medios y con todo esfuerzo arrancar de raíz ese crimen cruel y detestable, característico de esta época: el afán que el hombre tiene por colocarse en el lugar de Dios; habrá que devolver su antigua dignidad a los preceptos y consejos evangélicos; habrá que proclamar con más firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia, toda su doctrina sobre la santidad del matrimonio. la educación doctrinal de los niños, la propiedad de bienes y su uso, los deberes para y con quienes administran el Estado; en fin, deberá restablecerse el equilibrio entre los distintos órdenes de la sociedad, la ley y las costumbres cristianas”.

Dicho en otros términos: el Reinado Social de Cristo.

Tales los sacerdotes, tales los fieles

Por eso la recomendación más enfática que realiza el papa en esta carta apostólica  dirigida a los obispos, es la de cuidar la formación sacerdotal: no solo en las ciencias de Dios, sino en las virtudes sacerdotales. Y ¡por favor! –el papa usa esta expresión inusual en el lenguaje magisterial- “¡por favor! no olvideis la prescripción de San Pablo a Timoteo: a nadie impongais las manos precipitadamente”. Más daño hace un mal sacerdote que la falta de sacerdotes. La generalidad de los seminarios de hoy desmiente a las claras que las advertencias del Papa Pío X hayan sido tenidas en cuenta, al menos en las últimas décadas.

Finalmente, para no abusar de la paciencia del lector, quiero destacar de esta mágnífica y breve pieza del Magisterio Pontificio, la recomendación, tan actual hoy, quizás más que nunca, sobre el modo de dirigirse a los que yerran, a los apóstatas, a los extraviados en la Fe y a los infieles.

“Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia”.

¿De donde saldrá esa infinita paciencia sino de la caridad sobrenatural? “¿Cómo no vamos a esperar que el fuego de la caridad cristiana disipe la oscuridad de las almas y lleve consigo la luz y la paz de Dios? Quizás tarde algún tiempo el fruto de nuestro trabajo: pero la caridad nunca desfallece, consciente de que Dios no ha prometido el premio a los frutos del trabajo, sino a la voluntad con que éste se realiza”.

Diagnóstico seguro y realista, medios claros, fundamentos sobrenaturales y también sobrenatural esperanza. ¿Qué otros consejos se pueden pedir a un padre? Sobre todo cuando este padre, desde la altura de su santidad ve lejos, tan lejos como cien años después, es decir, nuestro tiempo. Y se asienta en la roca inconmovible de las verdades eternas.

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