Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

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La Iglesia argentina lamenta el alejamiento de la sociedad

por Marcelo González

Varios matutinos locales de estos días dan cuenta de lo que ha reflejado el vocero de la CEA sobre la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina. A saber, que la Iglesia argentina percibe un alejamiento de la sociedad, la gente se aleja de la Iglesia. Esto ya lo sabíamos, pero resulta interesante que los reconozcan los pastores.

Puede argumentarse que el alejamiento es universal, lo cual no corresponde exactamente a la realidad, pero algo de eso hay. 

Comisión Permanente de la CEA reunida en Buenos Aires. Preside el Card. Jorge Bergoglio. Foto de Aica.


Puede argumentarse que hay que experimentar con una mayor apertura a los reclamos de la “modernidad” o de la “posmodernidad”, lo cual ya no es necesario, puesto que muchos episcopados ya han experimentado una mayor apertura a “los nuevos desafíos” que plantea el mundo actual, obteniendo como resultado (no discutamos aquí la licitud de dichas aperturas) un vaciamiento completo de sus iglesias, la extinción de las órdenes religiosas y la agonía del clero.

Holanda, Suiza, Bélgica, Francia... han llevado la experiencia de “apertura” a niveles extremos. Hoy comprobamos que la decadencia de la Iglesia en esos países no se da tan solo por las desviaciones doctrinales o morales de los miembros (clero y fieles) sino que está patéticamente reflejada en su virtual desaparición.

Recordemos también que el asumir prácticas que los obispos argentinos llaman “nuevos desafíos culturales” -y a las cuales más clásicamente denominaríamos “corrupción de las costumbres”- no solo se degradó el clero y los fieles, sino que además recibió el brutal repudio de los medios y la sociedad laicista (cargados de ideología, sin duda) los cuales elogían en todos lo que no le perdonan al clero.

Se me dirá que por malas razones y lo admito. Pero la realidad es la realidad. Una mayor apertura –aun si fuera lícita- no acercará la sociedad a la Iglesia, sino lo contrario. Una confesión firme, clara y constante de la Fe, una realización humilde y heroica de las obras de la Fe, un apego irrenunciable a los medios habituales de santificación: eso es lo que atrae la sociedad a las iglesias.

La experiencia es universal y también argentina: la gente se acerca allí donde ve signos inequívocos de “Iglesia”. Donde se predica la doctrina, que es un yugo, como lo ha definido Nuesro Señor, pero suave, especialmente cuando se ha vivido la experiencia de “ir por sí mismo” a la vida, sin leyes morales, sin parámetros ciertos, sin premios ni castigos.

La mayor preocupación del hombre occidental de hoy es la angustia. Se dirá la pobreza, pero no es verdad. Donde la pobreza se vive cristianamente no solo es fuente de alegría sino de bendiciones, que hacen de esa una carga ligera.

La pobreza desespera cuando no hay espíritu cristiano, lo mismo que desespera la riqueza en las mismas circunstancias. La falta o la abundancia son fuentes de angustia y desesperación cuando falla o falta el parámetro cristiano: la Fe en Dios, la Esperanza y el deseo de los bienes eternos; la caridad, a la vez amor a Dios y al prójimo como reflejo del amor a Dios.

La pobreza y la riqueza desesperan cuando se las vive en el orden natural... en cambio son fuente de alegría cuando se las eleva al orden sobrenatural. Esto falta en la Iglesia de hoy: una visión sobrenatural, se vive en el naturalismo inmanentista.

No se equivoquen los obispos argentinos nuevamente: Fe, sacramentos, virtud conforman el círculo virtuoso de la alegría que atrae a las almas de todos, ricos o pobres, a los atrios de los templos, a sus ceremonias y tantas veces a la vocación religiosa o sacerdotal. Son los medios que atenuarán los altos niveles de violencia, corrupción, drogadicción, injusticia. Porque estos vicios nunca serán completamente erradicados simplemente porque el hombre es pecador. Creer lo contrario es poner las esperanzas en un utópico paraíso terreneal tantas veces señalado por el Magisterio como error pernicioso y fatal.

Todo aquello de lo que se quejan  nuestros obispos solo empeorará con el remedio que se viene probando desde hace ya demasiadas décadas: la “apertura” liberal.

Sea la Iglesia el fiel reflejo de Cristo y de su amor, sea exaltada por sus hijos con la fidelidad a su doctrina y a las virtudes, y -como predijo de sí mismo el Señor- “cuando yo sea elevado atraeré a todos hacia Mi”. (Jn. 12,32)

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