Jueves, 28 de marzo de 2024

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Domingo IV del T.O (B) y pincelada martirial

por Victor in vínculis

El Evangelio nos habla a menudo con narraciones concretas, como escuchamos hoy, del poder extraordinario que Jesús demostró en este campo. El demonio no es ni el protagonista ni el antagonista del Evangelio, pero rechazarlo como un personaje de época no sería una lección de seriedad. Afirma José Luis Martín Descalzo en su obra Vida y misterio de Jesús de Nazaret al comentar este pasaje del evangelista Marcos que la Iglesia primitiva vivió intensamente esa certeza del vencer al fuerte en nombre del más fuerte, Cristo.
Un exorcismo es el primer milagro que Jesús hace en Cafarnaún, en los mismos inicios de su tarea predicadora. Se diría que Satanás moviliza todas sus fuerzas contra el Santo de Dios, como escribe un autor francés, y que la providencia permite que esta lucha espiritual adquiera un carácter sensible.
 

Jesús exorciza al endemoniado (Miniatura de Las Muy Ricas Horas del Duque de Berry). Musée Condé, Chantilly, France.

La escena ocurre en sábado. En Cafarnaún saben lo que ocurrió en Caná, cuando Jesús cambió el agua en vino, y, sobre todo, se ha difundido por la ciudad la curación del funcionario de Herodes, muy conocido de todos. Sin duda muchos acudieron aquel día a la sinagoga. Jesús se presentó en ella y, llegado el momento de los comentarios a las Escrituras leídas, todos los ojos se volvieron hacia Él.

No conocemos lo que dijo aquel día. Sabemos solo que, luego, la gente hablaría de una “doctrina nueva”. Y sabemos también que sus palabras encolerizaron a Satanás y le hicieron saltar al ataque. Había en el templo, dicen los evangelistas, un hombre poseído de un espíritu impuro. Era normal que los endemoniados acudieran a la sinagoga cuando estaban sosegados. Raramente la posesión era constante y registraba notables altibajos. Pero era lógico que las palabras de Jesús le hicieran abandonar su sosiego; se sintió herido, arrinconado. E interrumpió a Jesús. También esto es normal. Sigue comentando José Luis Martín Descalzo que toda palabra verdaderamente evangélica oída en la casa de Dios hace salir de sus casillas a nuestro demonio interior y sentiríamos deseos de interrumpir al predicador.

El poseso lo hace. Grita de pronto y todos los ojos se vuelven hacia él. ¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? Lo sé: tú vienes a perdernos. Yo te conozco, tú eres el Santo de Dios. Las palabras son un claro ejemplo de trastorno mental: tan pronto usa el singular como el plural.

Jesús reconoce los enormes elogios que hay bajo el ataque del poseso: Tú eres el Santo de Dios. Y en su respuesta hay al mismo tiempo soberanía y compasión. Calla la boca, dice, con una expresión muy familiar. Y añade inmediatamente: Sal de ese hombre. A partir de aquí -y por eso nosotros no debemos despreciar nunca esta página del Evangelio- muchos comienzan a descubrir que una nueva etapa se ha abierto en la historia. Satanás huye ante la palabra de un hombre; de un hombre que, sin duda, es mucho más de lo que aparenta.

Hoy día cualquiera puede permitirse impunemente todo tipo de trivialidades y cualquier juicio brutal al hablar de las cosas y las personas de la Iglesia. Además, muchos cristianos comparten todo esto porque tienen miedo a expresar la verdad en la que viven, y aceptan cualquier crítica o minusvaloración de su historia. En ocasiones, incluso provocan ellos mismos estas críticas por su deseo de parecer modernos, de no quedarse atrás o de no llamar la atención; en todo caso, si se exagera, sonríen ligeramente.

La apasionante santidad de San Juan Bosco, cuya fiesta celebraremos esta semana, Dios mediante, nos presenta muchas veces situaciones parecidas. De los oratorios y colegios salesianos, en los más de ciento veinticinco años de historia, han salido, formados en todos los sentidos, miles de cristianos. La crítica, en su momento, dijo que Don Bosco no tenía posturas políticas avanzadas, ni inteligentes análisis sociales progresistas; él, sencillamente, veía una necesidad e intervenía. Pero actuaba sobre hombres concretos, los que hacen la historia de cada día.
 

Solo hay que esperar... Mientras Don Bosco llevaba a cabo la fundación de su segundo oratorio, Marx estaba escribiendo el Manifiesto... La demagogia, la crítica feroz e impersonal termina sucumbiendo, desaparece. El amor cristiano, la preocupación por ayudar al hermano, la búsqueda del amor de Dios permanece. Y no son actitudes espiritualistas. Al acercarnos a la vida de San Juan Bosco se descubre a un hombre intrépido, lleno de Dios, preocupándose por la salvación de los niños, salvación de alma y de cuerpo. También en la actualidad algunos le acusan de que su pedagogía era fúnebre, regresiva, de tener un proyecto pedagógico casi obsesivo... Él, sin embargo, decía: La educación es cosa del corazón y solo Dios es su dueño, así que nada podremos lograr si Dios no nos entrega la llave de estos corazones... El católico es el único que puede aplicar esta pedagogía...

Un detalle significativo: en 1883, la tipografía Don Bosco era la que estaba mejor equipada de Turín. En 1884, en la Exposición Nacional de la Industria, la Ciencia y el Arte, Don Bosco fue el primer sacerdote que participó como expositor en un congreso nacional dedicado al trabajo. Comenta el historiador que la primera reacción de los que leían la inscripción era la risa, porque pensaban que iban a encontrarse con el clásico bazar de sacristía, pero que después entraban y se quedaban asombrados al poder presenciar en vivo una cadena de trabajo.

En una ocasión un joven sacerdote de la Lombardía, que sentía curiosidad por todas las cosas que había oído contar de Don Bosco, acudió a visitarlo. Tuvo que esperar, porque estaba reunido con los directores de sus casas. El joven cura, mientras, observaba. Casi cincuenta años más tarde, aquel cura que llegó a ser el Papa Pío XI refirió así aquel encuentro:

Había gente que venía de todas partes, con todo tipo de problemas; y él, de pie, como si fuera algo de poco tiempo, lo oía todo, lo captaba todo y respondía a todo: un hombre que permanecía atento a todo lo que sucedía a su alrededor y que al mismo tiempo parecía que no se ocupaba de nada, que su pensamiento estaba en otra parte.

Y así era en efecto: se encontraba en otro lugar, estaba con Dios; y tenía la palabra adecuada para cada uno. Era una maravilla. Esta es la vida de santidad, de oración constante, que llevaba Don Bosco entre sus continuas e implacables ocupaciones.

En los últimos meses, se movía trabajosamente[1]. Y cuando le preguntaban: ¿Adónde va, Don Bosco?, respondía: ¡Voy al Paraíso!

Este es el verdadero ejemplo de santo: el que se preocupa de las cosas de los hombres con la mirada puesta en Dios, para que eso dé fruto.

El Evangelio de hoy nos habla de esa presencia del mal en el mundo, de la existencia del demonio, de algo que sigue vivo, de un espíritu inteligente que lucha contra nosotros. Pero para eso Cristo el Señor ha puesto su mirada sobre nosotros.
San Pablo, en la doctrina que nos ha expuesto en la segunda lectura, nos habla de la virginidad, de la castidad. Hoy hay un ambiente tremendo contra la castidad y la virginidad. Se las desprecia, se ridiculiza y se ataca abiertamente este tema. No hay que asustarse. Ni en esto ni en nada. Se trata de apoyarse más en Dios, de vivir las virtudes con creciente delicadeza, de amar a Cristo. El demonio es quien tiene que tener miedo de nosotros, cristianos que estamos en Cristo.
La Sagrada Escritura, carne resucitada del Señor, limpiará y fortalecerá nuestra carne, carne de pecado, carne débil, pero carne salvada.

Santa Juana de Lestonnac dice: Que ninguna dificultad nos detenga en el camino de la virtud. En las ocasiones difíciles es cuando manifestamos nuestra fidelidad a Dios. Sin tener miedos. El Señor está con nosotros en nuestro camino; el Señor nos acompaña. Él sacará nuestros pequeños demonios y seguirá luchando contra el mal, que es poderoso; pero nosotros, firmes en su fuerza, saldremos victoriosos. El Señor nos lo ha prometido: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y luego, por supuesto, mucho más, porque estaremos con Él, contemplando la gloria de la Santísima Trinidad. Que la Virgen María consiga todo esto para nosotros.
 
PINCELADA MARTIRIAL

El beato Ponciano Nieto Asensio, lo es desde hace solo unos meses, puesto que fue beatificado en noviembre del año pasado. Ingresó en la Congregación de los padres paúles a los 15 años. El principal apostolado del P. Nieto fue el de la pluma. Fue director de la revista “La Inmaculada de la Medalla Milagrosa”, de “Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad” y de “La caridad en el mundo”. En 1934 tuvo el consuelo de ver salir a la luz, la obra capaz por sí misma de inmortalizar su nombre: “La historia de las Hijas de la Caridad”. Su cultura poco común, además del castellano y latín le permitía hablar el francés y traducir el griego, el hebreo, el inglés, el italiano y el alemán. Sus escritos rezuman espiritualidad y amor a la verdad.
 

En febrero de 1921, en un artículo largo de la revista La Inmaculada de la Medalla Milagrosa, aborda el tema del martirio como respuesta del hombre a los planes amorosos de Dios. Después de recorrer y contemplar las perfecciones de Dios: su soberanía, su misericordia y su amor, exclama con San Agustín: Señor, siervos tuyos y obra hecha por tus manos somos, danos hacer lo que mandas y mándanos lo que quieras. Como el Apóstol San Pablo en Damasco debemos decir: Señor, ¿qué quieres que haga? Explica luego que cuando el alma se siente poseída de estos sentimientos, en vista de la grandeza, la hermosura y bondad de Dios, toda sumisión le parece poca. ¿Dios lo quiere? pues adelante, y se dejaría hacer añicos antes de ir contra una sola tilde de la ley divina. Hace luego el P. Nieto un recorrido por la obediencia más arriesgada y difícil de los patriarcas, de los profetas y de los santos actuales para concluir: “cuando el conocimiento de Dios era más claro, esa multitud de fieles de todas las condiciones y de todos los siglos, antes de faltar a un solo mandamiento del Señor, han escogido vivir en la oscuridad, en la miseria, ser objeto de las más negras calumnias y hasta derramar la sangre entre los más atroces y exquisitos tormentos”. Con estas disposiciones, 14 años más tarde, acepta el martirio junto al P. Maurilio Tobar, el 23 de septiembre de 1936.



En ese mismo artículo había escrito:
“Jamás el hombre ha dejado tanto de ser hombre por acercarse a Luzbel como en nuestros días. Hasta ha puesto en himnos de diabólica hermosura su rebeldía y el por ellos imaginado triunfo de Satanás sobre el Dios de los sacerdotes. ¡Réprobos infelices, agitados ya en este mundo por las iras atormentadoras del infierno!”
 

[1] Antonio SICARI, Retratos de santos/1 págs. 93 y siguientes (Madrid, 1995).
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