Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Un romance de san Juan de la Cruz



 


Posiblemente existen pocos escritos, después de los Evangelios, que ayuden profundizar sobre el sentido de la Navidad, como el romance de san Juan de la Cruz, "In principio erat Verbum". Éste romance surgió de su corazón de místico y de poeta cuando su dignidad humana era pisoteada a unos límites increíbles en su estancia en la cárcel conventual de Toledo. En él balbucea magistralmente algo del diálogo intratrinitario donde surgió la creación del ser humano.
  

Romance sobre el evangelio «In principio erat Verbum» de San Juan de la Cruz

  1.                                  

I. Introducción al pensamiento y a la obra de san Juan de la Cruz

 

1. Breve nota biográfica

 
Juan de Yepes, nace en Fontiveros, pequeño pueblo de Ávila, el año 1542. Huérfano de padre desde su más tierna infancia, conoce desde niño la pobreza y el hambre.  Junto a su madre y hermanos tendrá que ir de pueblo en pueblo en busca de sustento, hasta que se establecen en Medina del Campo. Allí, a la vez que cuidará de los enfermos en el Hospital de la Concepción de Medina, asiste a las clases en el Colegio de la Compañía de Jesús. Concluidos los estudios ingresará en el Carmen en el 1563. Hará su Profesión religiosa, después de un año de fervoroso noviciado, tomando el nombre de fray Juan de santo Matía. De Medina pasará a Salamanca, donde estudiará filosofía y teología en la Universidad de Salamanca. Ordenado sacerdote en Salamanca en 1567, va a Medina a celebrar su Primera Misa durante el verano de 1567.
    Deseando vivir con más radicalidad la vida religiosa tiene proyectado ingresar en la Cartuja. Pero en Medina se encuentra con Teresa de Jesús que acaba de iniciar la Reforma del Carmelo femenino, y busca quien le ayude a iniciar la Reforma del Carmelo masculino. Encuentra en fray Juan la persona clave para iniciarla. Teresa de Jesús le convence que si quiere vivir con más radicalidad la vida religiosa, que lo haga en su misma Orden. Fray Juan regresa a Salamanca para finalizar los estudios teológicos.
Un año después en 1568, fray Juan de santo Matía, que tomará el nombre religioso de la Cruz, junto con fray Antonio de Jesús iniciará en Duruelo (Ávila) la Reforma del Carmen masculino. En 1572 Teresa de Jesús le pide que vaya a Ávila hacer de confesor de las monjas carmelitas de la Encarnación, de la cual ella es priora. En 1577 es secuestrado y le encierran en la prisión conventual de Toledo, pagando con ello discordias y desavenencias de la familia religiosa. Fortalecido por las oraciones que santa Teresa y sus monjas no dejarán de ofrecer a Dios por su liberación, fray Juan de la Cruz en la prisión se afianzará en la santidad, y surgirá el poeta y el místico.
    Permanecerá en la prisión durante ocho meses y medio hasta que puede huir de ella el 16 de agosto de 1578. Será destinado a Andalucía, donde vivirá unos años llenos de vitalidad. Nombrado consejero de la Reforma permanecerá unos años en Segovia, para regresar de nuevo a Andalucía, donde sufre persecuciones de algunos de sus hermanos de la Reforma. Pero él no tolera que se hable mal de nadie, enseña con la palabra y con el silencio a ofrecerlo todo al Señor. Ejemplo luminoso para todos en su enfermedad, como lo ha sido siempre durante toda su vida, muere santamente en Úbeda (Jaén) a las 12 de la noche del 13 al 14 de diciembre de 1591, irá a cantar los maitines al cielo. Contaba 49 años. 
    Juan de la Cruz era un hombre sencillo, bueno, valiente, sensible, profundamente religioso, enamorado de su vocación de carmelita. Después de su muerte ha recibido los máximos honores, como místico, poeta, santo, escritor  y teólogo. Será canonizado por Benedicto XIII el 27 de diciembre de 1726. Pío XI lo declara Doctor de la Iglesia Universal el 24 de agosto de 1926.  Juan Pablo II visitará su tumba en Segovia el 4 de noviembre de 1982 y el 8 de marzo de 1983 lo declarará Patrón ante Dios de los poetas de lengua castellana.  Ya lo había dicho Manuel Machado, “¡Oh, el más poeta de los santos todos...., y el más santo de todos los poetas!”.
 

2. Obras

 
    De la confluencia de diversos factores –religioso, contemplativo, vocación de poeta, teólogo, maestro de espíritu, místico- surgirán las obras de san Juan de la Cruz. Su condición de poeta siempre está latente, se despierta y se manifiesta en la soledad y en la oración, en la vida fraterna, en comunidad, en sus viajes. Las situaciones límite –la prisión de Toledo- son ocasión para que realice su creación poética, que no necesita de entrenamiento, “noviciado”, sino que surge con una belleza y una expresividad acabada. Es una explosión de lirismo, de lamento reprimido que se convierte en canto de amor, como es el caso de los Romances, el Cántico espiritual, la Fonte... De esta forma la obra cumbre de la poesía española, es el primer ejercicio de un poeta primerizo, del que no conocemos ningún escrito anterior.
    Juan de la Cruz no es un poeta de profesión, ni es un literato; es un religioso carmelita contemplativo por vocación, y su condición de poeta-artista es un don que Dios da a la humanidad para manifestarnos algo de la belleza de su misterio y de nuestro misterio.
 
    La obra de san Juan de la Cruz se compone de:
 
    Escritos breves:
  1. Poesías: dos romances, cinco poemas, cinco glosas.
  2. Dichos de luz y amor y otros avisos: unos doscientos.
  3. Cautelas y cuatro avisos a un religioso.
  4. Epistolario: treinta-tres cartas (aprox.).
 
Obras mayores:
  1. Subida del Monte Carmelo (tres libros)
  2. Noche oscura (dos libros).
  3. Cántico espiritual.
  4. Llama de amor viva.   

 
    Prácticamente toda su obra literaria tiene como objetivo ayudar a la unión del alma con Dios, que es según el Vaticano II la vocación última del hombre. Así lo afirma en la Gaudium et spes: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios” (n.19).
 
 3. Composición del Romance “In Principio erat Verbum”

 
    Juan de la Cruz se encuentra en la prisión de Toledo, donde vive en condiciones infrahumanas. Vive durante ocho meses y medio en una pequeñísima habitación, sin más claridad que algún rayo de luz que entra por un ventanuco. Allí no tiene más que una manta con la que duerme. Le dan de comer un poco de pan con sardinas y agua, una comida que su estómago no tolera. No le permiten cambiarse de ropa y los piojos le destrozan.... Todo con el objetivo que abandone la Reforma iniciada por santa Teresa de Jesús. 
    En esta soledad impresionante, es donde vive en su propia carne la degradación más grande de la persona humana y religiosa. En esta noche humana, vive también la noche de la alma, todo es oscuro; en este momento resuenan las palabras de Jesús en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). En esta situación de purificación radical, donde el sufrimiento espiritual y la oscuridad llegan a límites insospechados, Juan de la Cruz no deja de enfrentarse a esta realidad con la oración, implorando la ayuda de Dios. Él no está solo, le acompaña la comunidad eclesial que reza constantemente por él, en la persona de Teresa de Jesús y de sus monjas.
    En esta noche oscura del alma y de la dignidad humana surge una luz, como él mismo cantará en su poema Noche oscura.
 
“En una noche oscura /con ansias en amores inflamada/ ¡oh dichosa ventura! Salí sin ser notada/ estando ya mi casa sosegada:; /(...) En la noche dichosa/ en secreto que nadie me veía/ ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía/ sino la que en el corazón ardía./ Aquésta me guiaba/ más cierto que la luz de mediodía/ adonde me esperaba/ quien yo bien me sabía/ en parte donde nadie parecía./ ¡Oh noche que guiaste! !Oh noche amable más que la alborada!/ Oh noche que juntaste Amado  con amada, amada en el Amado transformada!”
 
     Este poema expresa algo de lo que le sucedió en su alma. Hasta entonces se podría decir que Juan de la Cruz era un asceta, el cual por medio de una vida austera, llena de penitencias se esforzaba en vivir el Evangelio. Quiere retornar a Dios los dones que le ha concedido, si no será objeto de castigo. Esta visión de la relación del hombre con Dios la podemos constatar en el inicio del Cántico espiritual.  Es entonces cuando en su alma, por un don del Espíritu Santo, surge con una gran pujanza algo que nos es dado con el bautismo, cuando nos incorporamos a la Iglesia que es la esposa de Cristo. Por tanto cada bautizado como miembro de la Iglesia, es esposa de Cristo. Y esta será ya para siempre su forma de relacionarse con el Cristo.
Juan de la Cruz mirará a Cristo, su obra de redención humana, incluso la misma naturaleza con ojos de enamorado, con los ojos de alguien que ha intuido en lo más profundo de su alma el inmenso amor con que Dios lo ha creado todo.
     En el lugar donde la dignidad del hombre religioso había llegado a las cotas más bajas, es cuando a Juan de la Cruz le es concedida la comprensión del amor con que Dios creó el mundo y la humanidad, y con el amor con que Él ha querido que el hombre fuera redimido. Esta compresión lo expresará en los versos magistrales del romance sobre la Encarnación del Verbo.
     En este romance él expresará su visión antropológica de la condición humana y su relación con el misterio de Dios. Este tiene su inspiración principal no en el relato de la Génesis, sino en el Prólogo del Evangelio de san Juan.  En él se puede ver la profunda compenetración de Juan de la Cruz con la Biblia. Que, como se ha dicho de él vive, respira y se mueve en le mundo de la revelación bíblica. El siente los hechos y las palabras de la Escritura como expresión de su propia experiencia personal.
     En el romance sobre el evangelio «in principio erat Verbum», es una muestra de la compenetración de la Biblia con el poeta, Juan de la Cruz, están presentes elementos de diferentes libros de la Biblia integrados en un poema excepcional. 
 

4. Estructura  del romance “In principio erat Verbum” [4] 

 
     Este Romance se divide en nueve partes, que forman una perfecta unidad literaria y doctrinal. En este romance nos podemos adentrar en el misterio de Dios, desde los preparativos de la Historia de la Salvación y su realización, condensada en la Encarnación de Jesucristo. Se podría decir que el romance sobre la Trinidad habla del Verbo, de su Encarnación con tal de introducir nuevamente a la esposa, después del exilio y la muerte por causa del pecado en la gloria de la vida intratrinitaria.
 
     Los romances, de dos en dos van presentando una misma realidad que se desarrolla progresivamente:
 
1 y 2: vida trinitaria y predestinación. El misterio íntimo de Dios comunión que predestina al hombre, para que tenga comunión con Dios.
 3 y 4: La creación como plan y como realización. El mundo creado, es «el palacio» de la humanidad-esposa del Hijo de Dios.
5 y 6: le esperanza general de los hombres, y la esperanza particular de algunas personas. La humanidad, mediante los sufrimientos del exilio, aprende a esperar un Salvador.
7 y 8: La Encarnación como plan y como realización. En «la plenitud de los tiempos» el Verbo de Dios se hace, por amor, «semejante» a la que tanto estimaba, creada a imagen suya.
9. El Nacimiento. El Verbo asume plenamente la vida humana, desposándose con la humanidad y comunicándole los frutos de la redención.
 
    Es impresionante como Juan de la Cruz en el Romance In principio erat Verbum ha sabido mostrar magistralmente el inmenso amor existente en el seno de la Trinidad, en el que el Padre desea que el Hijo sea aún más amado, y el amor que Éste tiene hacia el Padre, hace posible que con gran amor se quiera encarnar para poder comunicar a la humanidad la inmensa bondad y belleza de Dios, y redimir a la humanidad, para que participe de la vida divina. Si la creación del mundo se debió a la Palabra creadora del Padre, en la Encarnación es necesario que exista también la colaboración humana que se hace presente en Maria. 
     En este poema podemos ver, que aunque la degradación humana de algunos llegue a límites inimaginables y reduzca al hombre a extremos inconcebibles, nadie nos puede apartar del amor de Cristo, ni tampoco de la oración de la Iglesia. La comunidad eclesial no deja de implorar al Padre por sus miembros sufrientes, el Padre derrama su gracia divina y el hombre a quien se ha querido aniquilar, renacerá, y como Juan de la Cruz, podrá contemplar el inmenso amor con que Dios ha creado al hombre y la posibilidad de la plenitud del amor, la última meta de nuestra sed, el ser amados y de amar.

 
 
                          

Texto del Romance sobre el evangelio «in principio erat Verbum» acerca de la Santísima Trinidad de San Juan de la Cruz

              

 

 

                  1

En  el principio moraba                         

El Verbo y en Dios vivía

En quien su felicidad
Infinita poseía.

El mismo Verbo Dios era                           

que el principio se decía.
El moraba en el principio
y principio no tenía.
El era el mismo principio;
por eso de él carecía.                                       
El Verbo se llama Hijo
que de el principio nacía;
hale siempre concebido
y siempre le concebía;
dale siempre su sustancia                                    
y siempre se la tenía.
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre
en el Hijo poseía.                                                   
Como amado en el amante 
uno en otro residía
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía
con el uno y con el otro                                          
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había
y un amor en todas ellas :
y un amante las hacía;                                          
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía
y cada cual de ellos ama                                       
a la que este ser tenia.
Este ser es cada una
y éste solo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía;                                          
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen,
que su esencia se decía:
que el amor cuanto más uno                    
tanto más amor hacía.
 
       
                     2

   De la comunicación de las Tres Personas

 En aquel amor inmenso
 que de los dos procedía
 palabras de gran regalo
 el Padre al Hijo decía,                     
 de tan profundo deleite
 que nadie las entendía;
 solo el Hijo lo gozaba,
 que es a quien pertenecía;
 pero aquello que se entiende           
 de esta manera decía:
 «nada me contenta, Hijo,
  fuera de tu compañía;
  y si algo me contenta,
  en ti mismo lo quería.                       
  El que a ti más se parece
  a mí más satisfacía
  y el que en nada te semeja
  en mí nada hallaría.
 En ti solo me he agradado,                
 ¡oh vida de vida mía!
 Eres lumbre de mi lumbre,
 eres mi sabiduría,
 figura de mi sustancia
 en quien bien me complacía.          
 Al que a ti te amare, Hijo,
 a mi mismo le daría
 y el amor que yo en ti tengo
 ese mismo en él pondría,
 en razón de haber amado               
 a quien yo tanto quería».
 
 
 
               3
 
  De la creación
          
«Una esposa que te ame,
  mi Hijo, darte quería,
  que por tu valor merezca
  tener nuestra compañía               
  y comer pan a una mesa
  de el mismo que yo comía,
  porque conozca los bienes
  que en tal Hijo yo tenía
  y se congracie conmigo                  
  de tu gracia y lozanía».
 «Mucho lo agredezco, Padre,
 —el Hijo le respondía—;
  a la esposa que me dieres
  yo mi claridad daría                         
  para que por ella vea
  cuánto mi Padre valía,
  y cómo el ser que poseo
  de su ser le recibía.
  Reclinarla he yo en mi brazo           
  y en tu amor se abrasaría
  y con eterno deleite
  tu bondad sublimaría».

                       4.
 
            Prosigue

         
«Hágase, pues —dijo el Padre—,
 que tu amor lo merecía»;                     
 y en este dicho que dijo,
 el mundo criado había
 palacio para la esposa
 hecho en gran sabiduría;
 el cual en dos aposentos,                
 alto y bajo dividía;
 el bajo de diferencias
 infinitas componía;
 mas el alto hermoseaba
 de admirable pedrería.                   
 Porque conozca la esposa
 el Esposo que tenía,
 en el alto colocaba
 la angélica jerarquía;
 pero la natura humana                    
 en el bajo la ponía,
 por ser en su compostura
 algo de menor valía.
 Y aunque el ser y los lugares
 de esta suerte los partía,                
 pero todos son un cuerpo
 de la esposa que decía:
 que el amor de un mismo Esposo
 una esposa los hacía.

 Los de arriba poseían                          

 el Esposo en alegría,

 los de abajo en esperanza
 de fe que les infundía,
 diciéndoles que algún tiempo
 él los engrandecería                         
 y que aquella su bajeza
 él se la levantaría
 de manera que ninguno
 ya la vituperaría,
 porque en todo semejante                      
él a ellos se haría
y se vendría con ellos
y con ellos moraría
y que Dios sería hombre
y que el hombre Dios sería                      
y trataría con ellos,
comería y bebería
y que con ellos continuo
él mismo se quedaría
hasta que se consumase                  
este siglo que corría,
cuando se gozaran juntos
en eterna melodía,
porque él era la cabeza
de la esposa que tenía,                    
a la cual todos los miembros
de los justos juntaría,
que son cuerpo de la esposa,
a la cual él tomaría
en sus brazos tiernamente               
y allí su amor la daría;
y que así juntos en uno
al Padre la llevaría,
donde de el mismo deleite
que Dios goza, gozaría;                      
que, como el Padre y el Hijo
y el que de ellos procedía
el uno vive en el otro,
así la esposa sería
que, dentro de Dios absorta,            
vida de Dios viviría.
 
               5

         Prosigue

Con esta buena esperanza
que de arriba les venía,
el tedio de sus trabajos
más leve se les hacía;                             
pero la esperanza larga
y el deseo que crecía
de gozarse con su Esposo
continuo les afligía;
por lo cual con oraciones,                         
con suspiros y agonía,
con lágrimas y gemidos
le rogaban noche y día
que ya se determinase
a les dar su compañía.                    
Unos decían: «¡oh si fuese
en mi tiempo el alegría!»
Otros: «¡acaba, Señor;
al que has de enviar, envía!»

Otros: «¡oh si ya rompieses            

esos cielos, y vería
con mis ojos que bajases,
y mi llanto cesaría!»
«¡Regad, nubes de lo alto,
que la tierra lo pedía,                            
y ábrase ya la tierra
que espinas nos producía
y produzca aquella flor
con que ella florecería!»

Otros decían: «¡oh dichoso               

el que en tal tiempo sería
que merezca ver a Dios
con los ojos que tenía
y tratarle con sus manos
y andar en su compañía                  
y gozar de los misterios
que entonces ordenaría!»
       
                  6

           Prosigue

En aquestos y otros ruegos
gran tiempo pasado había;
pero en los postreros años                     
el fervor mucho crecía,
cuando el viejo Simeón
en deseo se encendía.
rogando a Dios que quisiese
dejalle ver este día.                         
Y así el Espíritu Santo
al buen viejo respondía
que le daba su palabra
que la muerte no vería
hasta que la vida viese                  
que de arriba descendía,
y que él en sus mismas manos
al mismo Dios tomaría
y le tendría en sus brazos
y consigo abrazaría.                       
 
                    7

Prosigue la Encarnación
 
Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley                        
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
«Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había                 
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos                   
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;                        
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía».
«Mi voluntad es la tuya                   
—el Hijo le respondía—
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía;
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu alteza decía,                             
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo                             
y noticia le daría
de tu belleza y dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa
y sobre mí tomaría                            
sus fatigas y trabajos
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga
yo por ella moriría
y sacándola de el lago                            
a ti te la volvería».     
 
                   8
       

              Prosigue


Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía
y enviólo a una doncella
que se llamaba María,                             
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
aunque tres hacen la obra,                      
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenía sólo Padre,
ya también Madre tenía,                 
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrañas de ella
él su carne recebía;
por lo cual Hijo de Dios                  
y de el hombre se decía.
 
            9

Del Nacimiento
 
Ya que era llegado el tiempo
 en que de nacer había,
 así como desposado
 de su tálamo salía                         
 abrazado con su esposa,
 que en sus brazos la traía,
 al cual la graciosa Madre
 en un pesebre ponía
 entre unos animales                          
 que a la sazón allí había.
 Los hombres decían cantares,
 los ángeles melodía,
 festejando el desposorio
 que entre tales dos había;              
 pero Dios en el pesebre
 allí lloraba

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