Jueves, 28 de marzo de 2024

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Reflexión sobre el Evangelio

Si nos quedamos sin aceite, la lámpara se apaga

por La divina proporción

El Evangelio de hoy domingo es especialmente adecuado para comentar la situación de la Iglesia actual. Hace un par de días leí un post sobre el tema, escrito por un teólogo e gran difusión contemporánea. En este texto diagnosticaba que nuestra fe está “gastada”, en “antigua”, necesita cambiar para atraer a nuevas personas. Releyendo este texto se puede uno dar cuenta de hasta donde ha penetrado el marketing dentro de la Iglesia. Tirar lo viejo y ofrecer novedades que cambiaremos cuando ya no nos valen. Este teólogo nos decía que lo importante es la fe, no en lo que se tenga. Traducido, lo importante es la apariencia y la emotividad que depositamos en ella.

Leamos lo que nos dice San Agustín sobre este episodio evangélico:

Las diez vírgenes querían ir todas a recibir al Esposo. ¿Qué significa recibir al esposo? Es ir a su encuentro de todo corazón, vivir esperándolo. Pero tardó en venir, y todas se durmieron... ¿Qué significan estas palabras? Hay un sueño al que nadie puede escaparse. Os acordáis de las palabras del apóstol Pablo: “No queremos, hermanos, que ignoréis la suerte de los que duermen el sueño de la muerte” (1Tim 2,12).... Todas se durmieron. ¿Pensáis que la virgen prudente puede escapar de la muerte? No, tanto las prudentes como las necias deben pasar por el sueño de la muerte...

 “A medianoche se oyó un grito: Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro” (Mt 25,6). ¿Qué decir? Es el momento que nadie piensa, que nadie espera... Vendrá en el momento en que menos pensáis. ¿Por qué viene de este modo? Porque, dice él, “No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder.” (Hch 1,7) “El día del Señor”, dice Pablo, “vendrá como un ladrón en plena noche.” (1Tim 5,2) Vigilad, pues, durante la noche para que no os sorprenda el ladrón. Porque, queriendo o sin querer, el sueño de la muerte llegará necesariamente.
(San Agustín. Sermón 93)

Como bien indica San Agustín, todas las vírgenes se durmieron, pero sólo las que tenían aceite fueron reconocidas por el esposo. Quienes dan más importancia a la reunión social que a la llegada del esposo, evidentemente no pensarán en la necesidad de disponer de aceite suficiente. A estas vírgenes necias les da igual quien sea el esposo y la razón de su llegada. Para ellas lo importante es estar allí, emocionarse entre ellas y vivir el show que les ofrece la situación. Pero cuando llega el esposo se dan cuenta que algo no cuadra y ven como sus amigas prudentes van más allá de las apariencias sociales y las emociones vividas. Eso se llama trascendencia. Ver y vivir más allá de los aparente y socialmente bien visto. Ver a mano de Dios en todo lo que nos rodea y vivir desde la sacralidad este convencimiento.

La trascendencia casi ha desaparecido dentro de las estructuras de iglesia como institución humana. Para estas estructuras, lo importante es conservar el “Status Quo” secular que les aporta beneficios personales y sociales. Los católicos reconocemos a Cristo como esposo de la parábola. Los eclesio-estructuralistas, ponen a las estructuras como objetivo de su vivencia y pervivencia. ¿Son realmente tan importantes las estructuras? ¿Son tan importante la pléyade de segundos salvadores de los que disponemos? ¿Son tan importantes las formas sociales y tan secundaria la Verdad que nos ha revelado Dios? En la Iglesia actual existe una lucha terrible para imponernos unos a otros, formas, apariencias y marketing social.

Charlaba hace unos días de estos temas con un sacerdotes, que me preguntaba por “la solución”. Le comenté que yo no tengo capacidad de dar soluciones. A lo sumo, soy capaz de ver los problemas y entender determinados aspectos de la dinámica eclesial en la que estoy inmerso. No se trata de crear nuevas apariencias que sirvan para vender. Tampoco conseguimos nada encerrándonos en apariencias que ya no tienen significado para el 90% de los católicos. Tampoco llegaremos muy lejos cambiando la aplicación de la doctrina que nos da coherencia. Tampoco llegaremos muy lejos amarrándonos a hermenéuticas que nadie vive actualmente. Entonces ¿Cuál es la solución?

En otros posts he señalado mi humilde certeza personal. La única solución que encuentro es Cristo. Él es Camino, Verdad y Vida. No confío nada en unos segundos salvadores u otros. Tampoco confío en hermenéuticas disruptivas que nos hacen depender de neo-revelaciones humanas contemporáneas. La Verdad está escrita en el Evangelio. ¿Cómo interpretarla? Tenemos la Tradición Apostólica. ¿Cómo aplicarla y vivirla? Tenemos el magisterio secular de la Iglesia. Si pensamos que todo esto hay que tirarlo por la borda con el objetivo de crear un producto vendible que nos emocione y haga que la sociedad nos aplauda, no llegaremos muy lejos.
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