Jueves, 28 de marzo de 2024

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No queréis crucifijos: pues aquí están los míos

por Guillermo Urbizu

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"Tú eres el Hombre, la Razón, la Norma, tu cruz es nuestra vara, la medida del dolor que sublima, y es la escuadra de nuestra derechura: ella endereza cuando caído al corazón del hombre".
 

 El Cristo de Velázquez. Miguel de Unamuno.




Voy a poner en mi casa, en la entrada, un crucifijo enorme que era de mi abuela. A los pies tiene una calavera, monda y lironda, sobre unas piedras, que cuando era niño me impresionaba mucho y de la que salía corriendo. Quitaremos algún jarrón o fotografía. Y en la puerta un Sagrado Corazón, para que no haya duda e ilumine el rellano de la escalera. Seguro que el cartero me dice algo, o algún vecino, o el hombre del Círculo de Lectores (aunque el de ahora es más callado). Y hablamos sobre el tema. También en el coche pondré una imagen de Cristo crucificado, discreta pero bien visible. Por mí que no quede. Será la matrícula de sus dueños, la identificación del alma que conduce. Y en mi trabajo o en la biblioteca o en el cíber, en cuanto comience a trabajar o a leer, sacaré del bolsillo mi pequeño crucifijo y lo dejaré sobre la mesa o el teclado. Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum. Junto al móvil y las gafas. Para que conste a quien mire, curioso, de frente o de reojo. Si piensan que piensen. Y de fondo de escritorio en el ordenador un Cristo, el de Velázquez sin ir más lejos, y así releeré mejor el poema de Unamuno. Y ahora que caigo, en mi dormitorio, sobre la cama, hay un hermoso tríptico de La Virgen de la Silla, de Rafael, flanqueada por dos apuestos ángeles. Pero no está Jesús clavado en la Cruz. Jesús, Dios y Hombre verdadero. No está. Pues tendrá que estar. Buscaré uno. Al lado de las estanterías puede ser un buen lugar, para que antes de apagar la luz le demos un último vistazo al Verbo. Dicen que es un símbolo el crucifijo. Y será verdad. Aunque os puedo asegurar que yo cuando lo miro lo veo vivo. Al crucificado. Hay otras muchas personas que circulan por las calles, o merodean por las tiendas, que parecen más muertas. Lo que les digo. Y por todos murió Ese que desprecian y descuelgan de las almas y paredes. Murió hasta por los mequetrefes y demás adocenados, sean políticos o no. Para que tengamos alguna posibilidad de cimentar el Cielo en la tierra, en este mundo tan inhóspito y escéptico. Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo al Cristo delante de mí, con los brazos extendidos de Amor, desangrándose por mi escritorio, haciéndome una transfusión de Vida. ¿Un símbolo? Yo lo miro con atención -llevo puestas gafas de cerca- y le digo que cuente conmigo si Le hace falta algún crucifijo. Aunque se trate sólo de un buen deseo todos sabemos que para Él no son problema los milagros; que cada uno, si somos fieles a Dios y tenemos fe es de puro milagro. Poco mérito es el nuestro. Y esta es mi conclusión: pueden quitar todos los crucifijos que quieran. No importa, si cada católico carga sin quejas con su cruz y Le sigue. Nosotros seremos esta vez los crucifijos.
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