Jueves, 28 de marzo de 2024

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Islam y Yihadismo. por Egon Friedler

por Wiederholen

Como toda doctrina totalitaria, el Islam militante, considera que su misión es imponer su verdad en el mundo. La verdad del Islam es que Alá es el único Dios y que en el mundo existe una sola justicia valedera: la que cree en ese único Dios y en su profeta Mahoma.  Para los islamistas, el mundo vivirá en el caos y la injusticia hasta que se implante la justicia islámica, o sea hasta que todos los seres humanos de este mundo vean la verdad suprema en el Corán y supediten todas las leyes existentes a la Sharia, cuya vigencia es eterna.
 

En contraste con el judaísmo y el cristianismo, todo el Islam y no solo el Islam militante no han perdido nunca su gran batalla con la modernidad, y no se han visto obligados a aceptar pacíficamente a otros credos, a admitir la libertad de ideas, los cambios de costumbres ancestrales, y los avances de la ciencia que desmienten concepciones teológicas muy arraigadas. Los intentos de cambio del Islam que han triunfado han sido los que insisten con mayor rigor en la estricta aceptación del Islam más conservador y no los que proponen modificaciones de su concepción del mundo para adaptarse a los cambios en la evolución de las costumbres y los estilos de vida de la humanidad.

Ningún grupo judío, incluyendo a la ultra-ortodoxia propone como modelo de vida a Moisés o a alguna gran figura bíblica. Ningún grupo cristiano propone a Jesús como modelo de vida ni insiste en que sus feligreses deben vivir como los santos para ser dignos de su fe. Pero para los musulmanes, Mahoma es el hombre ideal y su conducta debe ser vista como un modelo a seguir para todos los tiempos. El cuestionamiento a este planteo es visto como la peor forma de apostasía. Poco importa que las normas de conducta del Profeta sean las de un guerrero del siglo VII, que por supuesto no tienen nada que ver con las reglas  que definen la conducta de los ciudadanos de sociedades democráticas y pluralistas en el siglo XXI. Poco importa que su visión del mundo divida al mundo en dos únicas categorías totalmente incompatibles: creyentes y no creyentes. Al contrario. Para todo el Islam esta es una concepción del mundo básica que todos consideran justa y racional, aunque los que se consideran moderados no insisten en su cumplimiento estricto con todas sus consecuencias. Pero para los más militantes, esta división del mundo que conduce a una guerra sin fin contra la mayor parte de los habitantes del planeta, es la única interpretación válida de la doctrina del Profeta Mahoma.

¿Qué es lo que lleva a los jihadistas a adoptar esta interpretación cuyas consecuencias pueden  llegar a ser catastróficas? Más allá de la rigidez de toda creencia religiosa regida por autoridades fanáticas, la aplicación literal de la filosofía bélica del Corán y de los libros santos conocidos como los Hadits, es inseparable de una fe que rechaza la libertad de conciencia individual. Ninguna religión acepta de buen grado que sus fieles la abandonen. Pero el Islam es la única religión en el siglo XXI que considera que su abandono es un crimen de tal magnitud que merece la muerte. Por lo tanto el Islam es una cárcel mental para sus fieles. Quien abandona la fe es un apóstata.

Esta visión por supuesto es rechazada por quienes desean un Islam de mayor apertura y más compatible con un mundo globalizado y pluralista. Pero todas las visiones liberales del Islam han sido enterradas por montañas de fatwas que las condenan. El clero musulmán tanto shiíta como sunita se opone sistemáticamente a todo cambio modernizador que debilite el carácter militante del Islam. Por lo demás, existe una barrera mental que hace muy difícil cualquier cambio: la idealización ilimitada del tiempo glorioso del Profeta y de los cuatro primeros califas justos, la visión de un pasado idealizado que fue un tiempo de guerra y de matanzas contra los infieles. El mundo que vive una profunda revolución tecnológica puede mirar hacia el futuro como desafío y como meta para alcanzar una vida mejor para toda la humanidad,  pero el Islam sigue mirando como ideal al mundo en el que vivió Mahoma.

No es que no existan modernizadores recalcitrantes entre los millones de musulmanes nacidos en el seno de familias educadas en su tradición religiosa. Claro que los hay, pero para su seguridad viven en Occidente y son considerados apóstatas por la “umma” o comunidad musulmana por lo cual son vistos como ex-musulmanes que no están calificados para opinar sobre temas de la fe. De hecho, en la rígida división del mundo del Islam entre fieles e infieles, los liberales o cuestionadores de la palabra santa del Corán se colocan, les guste o no, fuera de la gran comunidad islámica.

Los liberales musulmanes además tienen una desventaja notoria en materia teológica. Mientras la Iglesia Católica tuvo contrincantes teológicos de peso como Lutero y Calvino y la ortodoxia judía tuvo que enfrentar al reformismo y a movimientos laicos como el sionismo o el socialismo bundista, la disputa entre las dos mayores corrientes islámicas, la Sunna y la Shía fueron por la herencia del Profeta, o sea por diferencias históricas pero no teológicas. En su visión de temas fundamentales como el rol esencial de la “Jihad” o sea la necesidad de luchar para imponer el Islam en el mundo, no hay diferencias entre ambas corrientes.

Sin duda, habrá quienes de buena o de mala fe tratarán de descalificar esta visión del Islam, con el argumento, presuntamente contundente de que la verdadera acepción de “Jihad” es esfuerzo, y no un esfuerzo cualquiera, sino un esfuerzo de auto-mejoramiento espiritual. Es cierto. Esa es una acepción de la palabra, pero es considerada la “jihad menor” mientras la “jihad” mayor es la lucha denodada, tenaz y permanente, por todos los medios para imponer la única verdadera fe en el mundo.

Hasta en España, el país más despistado de los países europeos que han  sufrido los efectos de la jihad puesta en práctica por inmigrantes musulmanes, hay quien empieza a darse cuenta de que resulta extraño que ni siquiera por evitar sospechas, los musulmanes no involucrados en el terror corren a manifestar contra la violencia cometida por los suyos. Por ejemplo, un conocido periodista español, Rodrigo Carrizo Couto, escribe en la revista “Literal” : “Lo que me preocupa es el atronador silencio de esa mayoría pacífica. Ese silencio que podría ser interpretado como una aprobación tácita a una retribución “justa” por exacciones (reales o imaginarias) perpetradas contra esa mítica “umma” o nación del Islam. Desde Gaza a Bagdad, o desde Afganistán a Damasco pasando por Libia. Y es que lo peor de la “guerra” que estamos presenciando es tener que asumir que muchos de quienes martirizan nuestras ciudades han nacido y se han criado aquí. Se han educado en las escuelas de la República y han gozado de libertades y privilegios inimaginables en los países de origen de sus padres”.

El problema de la mayoría es su desamparo religioso-teológico, o sea su incapacidad para discutir con los radicales y demostrar que la Guerra Santa es un pecado o un crimen. Lamentablemente no pueden invocar el pacifismo del Corán porque éste no pasa de ser un argumento falaz para ser usado en la discusión con infieles..

Sin duda, también es un factor a tener en cuenta el temor a las represalias, ya que a menudo los militantes radicales son más crueles con los musulmanes que a su juicio traicionan la fe que con los mismos infieles.

Pero el temor mayor de la mayoría musulmana no activa en la violencia, es romper con el mundo comunitario y mental del Islam con todas sus consecuencias. El resto de los tartamudeos ideológicos sobre las bondades pacifistas de la religión de Alá, el misericordioso, es sólo “Taqqya” o sea la mentira sagrada, necesaria para engañar el infiel en la lucha por imponer en el mundo el Islam, la única religión verdadera, que por las buenas o las malas está destinada a derrotar a todas las demás.

NOTAS

 
http://porisrael.org/2017/09/03/islam-y-jihadismo/
 

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