Jueves, 28 de marzo de 2024

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De la Leyenda Negra y los Estados Unidos de Norteamérica

por En cuerpo y alma


 
 
             Siempre que de la Leyenda Negra española se trata, se piensa invariablemente en ingleses por encima de todo, luego en franceses y holandeses, y algo menos en alemanes e italianos. Hay, sin embargo, un agente difusor de nuestra Leyenda Negra, al día de hoy tal vez el más pertinaz por su condición de superpotencia y por la particular capacidad y difusión de su industria cinematográfica, que no es otro que un país tan distinto y tan distante como los Estados Unidos de Norteamérica, país con el que hemos compartido mucha más historia de la que acostumbramos a creer. Y la verdad es que si se conocen adecuadamente los hechos, se piensa un poco y se aplica cierta lógica, no tiene nada de particular que así sea, ni tiene a nadie por qué extrañarle.
 
            Más allá del hecho incontrovertible de que los primeros exploradores de los Estados Unidos son los españoles tan pronto como en los inicios del s. XVI (pinche aquí para conocer mejor al descubridor de los Estados Unidos), y de que casi dos tercios del territorio hoy estadounidense fue jurisdiccional, y en algunos casos, intensamente español (pinche aquí si le interesa el tema), la verdad es que cuando ya con una identidad claramente anglosajona nacen los Estados Unidos, toda su posible expansión no tiene otro horizonte que una serie inacabable de territorios con una cosa en común: en todos ellos se habla español, en todos ellos se piensa “en español”. Y aún a pesar de la importante aportación española a la independencia de las trece colonias originarias (que por cierto, comienza ahora a reconocerse), el enemigo a batir durante el primer siglo y medio de la historia estadounidense no será otro que España y las diversas clases de españoles que pueblan sus territorios.
 
            La imparable expansión estadounidense se produce durante algo más de un siglo en tres grandes oleadas. La primera coincide con la invasión napoléonica de España y los movimientos secesionistas criollos en América: cede entonces España a la incipiente nación norteamericana los inmensos territorios de Florida y la Luisiana, lo que no es baladí, pues abre las fronteras a la futura expansión del gigante norteamericano hacia el sur y hacia el oeste.
 
            La segunda oleada, -bien es verdad que con las tropas realistas fuera ya del continente, lo que no es óbice de que permanezca en él la viva impronta hispana-, es la bien cinematográfica “Conquista del oeste” y con ella la llegada al Pacífico, acompañadas de la terrible masacre de las poblaciones indígenas originarias, acometida básicamente contra el inmenso imperio mejicano en las guerras que finalizan con el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, y la sustracción, con él, a Méjico, de nada menos que dos millones de kilómetros cuadrados, los que suman los hoy estados norteamericanos de Tejas, Nuevo Méjico, Colorado, California y varios más.
 
            Y la tercera oleada es la que representó el duro 98, -del que a lo mejor somos los españoles, aún hoy, más tributarios de lo que creemos-, en el que Estados Unidos arrebata a España territorios tan profunda e intensamente españoles como Cuba, Puerto Rico y, aunque algo menos hispanizada, también Filipinas.
 
            Y Vd. me dirá: "de acuerdo Antequera, hasta ahí todo correcto, ahora bien, ¿qué tiene que ver lo que nos cuenta Vd. con la leyenda Negra española?" Pues tiene que ver, querido amigo, que si algo caracteriza el planteamiento antropológico e historiológico norteamericano es una aversión indiscutible y omnipresente a aceptar que su insaciable expansionismo obedece a una ambición territorial al uso, como la que ha caracterizado la historia de la Humanidad desde los tiempos de los egipcios como poco, y todo el empeño de los forjadores del pensamiento en Estados Unidos desde el mismo momento en que nace la nación no es otro que el de presentar la imparable expansión, tanto dentro como fuera del continente americano, como producto y resultado de una lucha denodada por la implantación de los principios de la libertad y de los derechos humanos en el planeta. Y dado que hasta el año 1898 todos los territorios que en su inagotable afán por expandirse se han encontrado los norteamericanos se hablaba español y se pensaba “en español”, resulta de manera inexorable que la expansión territorial norteamericana no podía hallar otra justificación que la de la "barbarie y el retraso" que la civilización hispana imponía en cuantos territorios impregnaba de su cultura. Algo que, como digo, rezuma de cuantas manifestaciones culturales emanan del gigante norteamericano. Y de manera particular, de su industria cinematográfica, por desgracia para España, la más potente e influyente del mundo, y la de mayor calidad. Si a ello añadimos ese extraño regusto que hallamos los españoles en relamernos en nuestra leyenda negra, convirtiéndonos en los principales degustadores y consumidores de la misma, el cóctel está servido.
 
            Lástima que la realidad se condiga poco con los hechos y que, sólo a modo de ejemplo, mientras que en los inmensos territorios hoy día norteamericanos los indios puros no superen el 1% de la población y el mestizaje sea inexistente, en los territorios hispanoamericanos los indios puros superen el 20% de la población total y los mestizos el 70 (pinche aquí para conocer mejor el tema). Pero eso es otra cuestión que importa poco, y menos aún a Hollywood… ¿o no? Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana por aquí estaremos, con el Día cualquiera.
 

            ©L.A.
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