Viernes, 29 de marzo de 2024

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Toledo, 8 de agosto de 1936. A orillas del Tajo

por Victor in vínculis

Hoy son tres los sacerdotes asesinados por odio a la fe. El primero de ellos es el siervo de Dios Francisco Ortega Aguilera,que nació en Toledo el nueve de marzo de 1873. Tras realizar sus estudios en el Seminario Mayor fue ordenado sacerdote, el 25 de marzo de 1897, de manos del Obispo auxiliar de la diócesis, Monseñor José Ramón Quesada y Gascón (18451900).

Ejerció brevemente durante su primer año como capellán de La Magdalena y del Convento de San Antonio. Ese mismo año fue nombrado Capellán de las MM. Agustinas, del popular convento de las Gaitanas. En 1914, se le asigna el cargo de sacristán segundo en la Capilla Mozárabe de la Santa Iglesia Catedral Primada y, dos años después, Sacristán Mayor de la misma. En 1918, pasa como capellán al Convento de Santa Clara. En 1925, es nombrado coadjutor de la parroquia de Santiago del Arrabal. Desde 1929 aparece en el “Anuario Diocesano” como coadjutor de la parroquia de Santa Leocadia.

El martirio de don Francisco Ortega se enmarca dentro de los sucesos de la persecución religiosa en la ciudad de Toledo. Tuvieron lugar en un margen de 72 días, que llevará al exterminio de las comunidades de religiosos, de los sacerdotes diocesanos y de muchos seglares comprometidos con la Iglesia. Junto a esta página gloriosa y  desconocida por muchos, que se analiza en estas obra, suceden los famosos hechos de la defensa del Alcázar, episodio militar que fue seguido en el mundo entero... Mientras sus defensores hacían dar un significativo paso para el ejército de Franco y sus atacantes huían sin el triunfo conseguido, la Iglesia fue perseguida y masacrada.

Durante las primeras semanas de la guerra, don Francisco había sufrido varios registros y saqueado en su domicilio. La mañana del 8 de agosto de 1936, tras un último registro, los milicianos lo detienen, requiriéndole que les acompañe para prestar declaración. Por el camino lo van apartando de las vías principales, hasta llegar a las últimas calles que conducen al Tajo, pues los milicianos han decidido que lo van a ametrallar a orillas del río. Tras la ráfaga asesina, el siervo de Dios queda tendido, mientras su sangre derramada se mezcla con el agua.

De la parroquia de Santa Leocadia fueron asesinados también: otro de los coadjutores, el siervo de Dios José Rivas Cobián (15 de agosto de 1936) y el párroco, el siervo de Dios Pedro Santiago Gamero (20 de septiembre).
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