Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Toledo, 31 de julio de 1936. En el Paseo del Tránsito (1)

por Victor in vínculis

El gran periodista Luis Moreno Nieto (1917-2005), Cronista Oficial de la Provincia de Toledo, fue durante medio siglo corresponsal de ABC en Toledo: escribió más de 50 libros y los artículos periodísticos publicados por él superan los 10.000. Un buen número de sus obras pueden ser considerados como extensas crónicas de los acontecimientos más destacados ocurridos en la ciudad de Toledo: desde el asedio del Alcázar hasta las estancias de Franco, San Juan Pablo II o los Reyes de España. No debemos olvidar que estuvo preso con el beato José Polo Benito, durante los días de la persecución religiosa del verano de 1936.

El dato que nos interesa, para la reseña del mártir de hoy, lo encontramos en su libro Toledanos (Imprenta Serrano. 1994 pp. 1718). En él podemos leer una curiosidad: y es que la popular actriz Mary Carrillo (1919-2009), que nació en Toledo, y se educó en las Ursulinas, en el Colegio de la Inmaculada… “recibió la primera comunión de manos de su tío Juan Carrillo de los Silos”. Bajo estas, varias fotos de la actriz toledana.


 
Juan Carrillo de los Silos

Nació en Toledo en la calle de Santa Fe el 22 de diciembre de 1873 y el 27 del mismo mes, en la parroquia de La Magdalena, recibe las aguas bautismales. Sus padres Felipe y Facunda, buenos cristianos, son los primeros en modelar el corazón del niño e inclinarlo hacia la virtud. A los diez años, en la parroquia de San Justo, hace su primera comunión.

A los doce años ingresa en el Seminario venciendo grandes dificultades, pues siendo el mayor de sus hermanos (tenía dos más: Dionisio y Eloísa) eran otros los designios de su familia para él.

Vocación de dominico. Juan no es un alma vulgar que se contenta con poco, quiere darse por completo a Dios y a los diecisiete años ingresa en el Convento de los PP. Dominicos de Ocaña.

Una pequeña biografía publicada en Vida Sobrenatural en julio-diciembre de 1938 (tomo XXXV) afirma que “bien pudiéramos llamar a don Juan Carrillo el gran enamorado del Patriarca de los Predicadores, Santo Domingo de Guzmán, y por lo tanto, amante apasionado de María”.

Un año y medio después un vómito de sangre hace fracasar sus más sublimes ideales y regresa al seno de su familia, no sin llevarse metido en las fibras más recónditas de su alma el amor a Santo Domingo, que le hará repetir tantas veces en su vida:

-Padre mío, que en todo me ganen los dominicos, pero en amarte, ¡no!

En cuanto le es posible amolda su vida a las reglas y constituciones de la orden dominica que se ve obligado a abandonar, y así le sorprendemos alguna vez en la solitaria iglesia de un convento de monjas haciendo las múltiples inclinaciones que prescribía el ceremonial dominicano para el rezo del oficio divino.

Sacerdote diocesano. Los exquisitos cuidados de la familia le hacen recobrar prontamente la salud y puede continuar su carrera eclesiástica con fervor siempre creciente. Por esta época de su vida colabora activamente en la benéfica obra del beato Joaquín de la Madrid, al que acompaña pidiendo por los pueblos para los niños pobres, cual si fuera un san Vicente de Paúl.

El 5 de marzo de 1898 recibe la ordenación sacerdotal y el 19, el Obispo le envía al pueblo de Guadamur (Toledo) para celebrar la fiesta de San José y que, por enfermedad del párroco, seguirá atendiendo interinamente. ¡15 años durará la interinidad!

Bajo estas líneas una foto de varias personas del pueblo, al fondo la parroquia. Es del año 1900:



El celo de Don Juan ha captado las simpatías de todos y aquí empieza la vida del sacerdote santo que es de todos y para todos; su programa es el del apóstol de Languedoc, es decir, como Santo Domingo de Guzmán derramar a manos llenas y por todas partes los tesoros de ternura con que Dios ha enriquecido su corazón. Bautiza, confiesa, predica, casa o unge con el óleo santo al que está próximo a partir de este mundo, y esto con el celo de un apóstol y la naturalidad de un santo que parece que no hace nada, porque para él la humildad es como la atmósfera en que respira.

¡Quince años de trabajo incesante en Guadamur! Don Juan es el apóstol infatigable que no repara en ningún sacrificio y que es tan dulce y suave para con todos como de temple de acero para oponerse al mal, aun exponiendo su vida, como le sucedió con unos protestantes que hacían intensa propaganda en aquel pueblo.

Durante los últimos años de su ministerio parroquial fue confesor del obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Prudencio Melo y Alcalde, que había sido consagrado el 20 de noviembre de 1907. Éste le pidió que le acompañase, como su mayordomo, cuando en 1913 fue nombrado obispo de Vitoria. Luego el 22 de marzo de 1917, el Doctor Melo es nombrado obispo de Madrid-Alcalá, y don Juan todavía permanecerá a su lado durante un año y medio más, hasta que regrese a la diócesis como capellán de Reyes Nuevos de la Catedral Primada de Toledo. Éste fue el radio de acción en que se desenvolvió toda su vida.

Las relaciones con las almas hacen repercutir en el corazón del apóstol sus dolores y sus alegrías, sus progresos y sus deficiencias, y así tiene para todos palabras de aliento, de consuelo y de esperanza; porque D. Juan posee el don precioso de llegar hasta el fondo de los corazones y conmover sus fibras más recónditas. Con sus sermones electriza a los auditorios. “A Nuestro Padre Santo Domingo he pedido la gracia de sacar fruto de mis sermones”, dijo muchas veces y era verdad indiscutible en mil ocasiones comprobada.

A este propósito, decía el siervo de Dios Benito López de las Hazas (martirizado a los 81 años durante la persecución religiosa en la ciudad de Toledo):

Yo no sé lo que Don Juan tiene, pero lo que sí sé es que yo he llevado por los pueblos a muchos sacerdotes con fama de elocuentes y sabios, para propagar la devoción al Corazón de Jesús, y ninguno me saca el copioso fruto de Don Juan.

Otra persona declara:

En otros sermones, por mucho que me gusten, no me da gana de hacer lo que el predicador dice; pero con Don Juan… El otro día nos habló del rosario, que debía ser siempre nuestro compañero… y yo, desde ese día, no lo separo de mí, duermo con él entre las manos, como él nos decía.

Terminamos este apartado recordando una anécdota que tantas veces él mismo contaba. Un día iba a predicar a Santa Leocadia y unas señoras iban diciendo:

-¿Pero quién es el que predica en la novena de la Virgen de la Salud que va tantísima gente?, dijo una.

-Pues, es el hijo del carpintero, respondió otra.

Don Juan siente el corazón rebosar de júbilo:

-Muchas gracias, les dice, han dicho como de Jesús: Es el hijo del carpintero.

 
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