Jueves, 28 de marzo de 2024

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Toledo, 27 de julio de 1936. En la Cuesta del Águila

por Victor in vínculis

Los datos que he recogido -afirma el autor del documento Los Jesuitas y la revolución- desde la muerte y sepultura de estos edificantes hermanos (los siervos de Dios Agustín Díaz y Félix Palacios) son más breves, pero más claros y concluyentes.

El referido día 27 de julio, hacia las once de la mañana, sacaron de nuestra residencia a los dos Hermanos seis u ocho milicianos y los llevaron por la calle de La Sillería en dirección hacia el hotel Castilla, y poco después de volver la primera esquina de la mano izquierda, los volvieron hacia atrás, como si hubieran pensado cambiar el lugar de la ejecución. Así me lo afirmó varias veces y con toda aseveración, el portero de la Caja Regional, edificio contiguo a nuestra casa, que dice presenció el hecho y conocía perfectamente y hablaba a los dos Hermanos.

Al poco rato -continúa el mismo testigo- condujeron de nuevo a los Hermanos en la dirección primera. Aquí la Srta. Pilar que los vio pasar en esa dirección. Ella y ellos se miraron, y pasándolos por entre el hotel Castilla y el cine Toledo, los bajaron por la Cuesta del Águila, y delante de la carpintería artística de Moreno, en la esquina de la misma, los mataron a tiros.

Habiendo corrido por Toledo que cerca del cine Toledo habían matado a dos jesuitas, nuestro acólito, Ángel López que lo oyó, quiso ir a verlos acompañado de otro amigo suyo, Lorenzo Rodríguez; y, en efecto, los vio y los reconoció muertos, muy juntos los dos, en el lugar citado. El Hermano Díaz -dice Ángel- se conocía muy bien por estar tendido boca arriba y con un gesto muy fuerte en el rostro. El Hermano Palacios estaba tendido al lado del Hermano Díaz y cubierto con el blusón negro que llevaba puesto.

Lo mismo afirma, además del portero de la Caja y el acólito Ángel, Eusebia Rodríguez, mujer del carrero Alfredo Ruano, que vivía en la casa contigua al lugar de la ejecución y que presenció los hechos que referimos.

El elogio de estos dos Hermanos no lo necesita nadie de los de nuestra provincia, pues nadie de los que los conocíamos y tratamos, dejamos de edificarnos de la perfecta observancia regular de ambos, de su hermosísima piedad, de su caridad grande y abnegada, de su laboriosidad incansable. Verdaderos modelos de nuestros Hermanos Coadjutores que, después de haber como perfumado con su virtud y santidad los oficios que ejercitaron y las comunidades con las que convivieron, sellaron su vida con el sello del martirio con que murieron.

Otro testigo afirma que:

“Fusilado el P. Martín Juste, los milicianos volvieron inmediatamente por los dos Hermanos Coadjutores que habían quedado en la casa. Creyeron que también estos eran sacerdotes. El hermano Agustín Díaz, tenía 67 años y acababa de cumplir los 50 años de vida religiosa. Fue fusilado con el hermano Félix Palacios, de 59 años, lleno de méritos; el que tan de cerca había servido a Jesús Sacramentado en la tierra, pasó a contemplar su hermosura en el cielo.

Fueron asesinados en el recodo de la Cuesta del Águila, detrás del Hotel Castilla. Más de veinte disparos simultáneos acabaron con sus vidas. Era el mediodía. Los dos mártires murieron a pleno sol. A la vista quedaron las medallas y escapularios que llevaban pendientes del cuello”.

 

Siervo de Dios Agustín María Díaz y Zapata

Nació en Tarancón (Cuenca) el 4 de mayo de 1869. Entró en la Compañía el 23 de mayo de 1886. Hizo la incorporación en Villafranca de los Barros (Badajoz) el 2 de febrero de 1901.

Todo lo redujo a la unidad, como aconseja el Kempis, librito que saboreaba asiduamente; todo lo veía en Dios, todo le llevaba a Dios, sus convicciones, la mortificación de su carácter fuerte, la recia contextura de su espíritu tejido de fibras las más puras de la espiritualidad ignaciana; la oración afectuosa que empuja al trabajo, a la abnegación, a la caridad; el amor a la pasión de Cristo y a Cristo humillado. El vía crucis que meditaba todos los días, la comunión en que participaba de la Víctima santa y la Santa Misa, sacrificio incruento de Jesucristo, le prepararon para el martirio en ansia suprema de que su sangre, cual libación sacrifical, cayese sobre tantas víctimas que gozosas se inmolaban por la fe de España.

Conservamos esta preciosa descripción indicadora de su amor a María Santísima. La recoge el Padre Carlos María Staehlin en un librito publicado en 1943 titulado “Así era el Hermano Agustín”.

«Un día recibió en Madrid la orden de ir a Toledo para suplir a otro Hermano que había caído enfermo. Comentando el futuro viaje, dijo ingenuamente:

-Voy muy contento a Toledo cuando la obediencia me envía. ¿Sabe por qué? Pues por la Virgen del Valle. ¿Usted la conoce? Mire, es una ermita pequeñita, al otro lado del Tajo, muy devota. Es un paseo muy agradable; hay que bajar una cuesta, pasar el río, y, al otro lado, allí entre las peñas, escondida y muy chiquita, está la ermita de la Virgen. Allí, a sus pies, he descansado muchas veces rezando el Rosario. Se está muy bien allí. ¡Es tan devota! Y la vuelta a casa para seguir trabajando se hace lleno de alegría. Me gusta mucho estar en Toledo por estas visitas a la Santísima Virgen. Si va usted, no deje de visitarla.

En otra ocasión, otro Padre que salía de Toledo para predicar en Talavera, le preguntó si quería algo para aquella ciudad. -Sí, Padre. Que no se olvide de rezar una salve por mí a la Virgen del Prado».
 
Siervo de Dios Félix Palacios López

Nació en Agudo (Ciudad Real) el 11 de abril de 1877. Entró en la Compañía el 19 de abril de 1902. Hizo la incorporación en Murcia el 15 de agosto de 1912. Ejercitó muchos años el oficio de sacristán en las casas de Granada, profesa de Madrid, Murcia y Toledo.

Ciertamente el Hermano Palacios no era un religioso vulgar: se notó siempre en él una verdadera vida interior con muchas prácticas de oración y devoción, gran vencimiento y domino de sí mismo, esmeradísima y abnegada aplicación en el cumplimiento de su oficio y una humildad y caridad como de ejemplar Hermano Coadjutor de la Compañía.

Desde que fue disuelta la Compañía la Comunidad residía desde el invierno de 1934 en el número 8 de la Calle Sillería, propiedad de la Señorita Pilar García Ramírez.


Entierro y veneración

Los cuerpos de los tres mártires jesuitas reposan en la iglesia de San Ildefonso, de cuyo culto se ha encargado la Compañía de Jesús hasta 2011.

El periódico  El Alcázar, el 2 de febrero de 1941, publicaba la siguiente noticia: Entierro de los mártires asesinados por los rojos. Con motivo de la traslación de los restos de los mártires a la iglesia de San Ildefonso de la Compañía, el 1 de febrero de 1941.

Ayer se celebró el de los Padres y Hermanos Jesuitas

A las doce de la mañana de ayer tuvo lugar el entierro del reverendo padre Martín Juste y de los hermanos coadjutores Félix Palacios y Agustín Díaz. Todos ellos pertenecientes a la Compañía de Jesús y asesinados por los rojos en el 27 de julio de 1936.

Los restos habían sido exhumados recientemente de la fosa del cementerio de Nuestra Señora del Sagrario, donde se encontraban, y trasladados a la iglesia parroquial de San Nicolás, desde donde ayer partió la comitiva para depositarlos en la iglesia de San Ildefonso, donde fueron definitivamente inhumados.

Abría la marcha la cruz alzada y los ciriales, siguiendo dos largas filas de señoras del Apostolado de la Oración, yendo a continuación el clero oficiante, actuando de preste el reverendo padre Eliseo de la Torre, superior de la residencia de Toledo.

Seguían los restos sobre carroza fúnebre, ostentando los féretros la bandera nacional.

La primera presidencia estaba integrada por el padre Pérez Gil, S. J., el presbítero don Juan Lorenzo Frisuelos, que fue quien ocultó en su domicilio a los padres de la Compañía de Jesús que, durante la dominación roja, se libraron del martirio y un hermano de la Compañía.

La segunda estaba constituida por la Directiva de Caballeros del Pilar, que llevaba en su centro a su presidente don Ángel Aguilar. Y la tercera, por las autoridades, entre las que figuraba el excelentísimo Señor Gobernador militar, coronel Castro; presidente de la Diputación, Sr. Basarán, que llevaba la representación del Sr. Gobernador civil que no asistió por hallarse enferma su esposa; coronel jefe de la Guardia Civil, Sr. Martí; por la Jefatura Provincial de Movimiento su secretario provincial camarada Labandera; una representación del cabildo de lagrimada; y, por el Ayuntamiento, el gestor Sr. San Román. Cerraba el cortejo numerosísimo público, entre el que se encontraban los miembros de las Congregaciones Marianas y Asociaciones religiosas establecidas en San Ildefonso.

El entierro recorrió las calles de Sillería, Zocodover, Comercio, Cuatro Calles, Hombre de Palo, Nuncio viejo, Jardines y Juan de Mariana.

Al llegar a la puerta de San Ildefonso, los cadáveres fueron trasladados hasta el túmulo, levantado en el centro de la nave del crucero, por congregantes de San Ignacio y San Luis.

A la entrada del templo esperaban el excelentísimo señor obispo, administrador apostólico de la archidiócesis, que asistió al funeral desde sitial colocado junto al Evangelio. Frente al señor obispo tomaron asiento las representaciones del clero secular y regular. El catafalco estaba cubierto de rico paño funerario sobre el que destaca el bonete romano y la estola.

La oración fúnebre estuvo a cargo del reverendo padre Jiménez Font, que después de glosar la ejemplarísima vida de los religiosos asesinados, dijo que la Compañía había querido dar suntuosidad al acto del traslado, para honrar en ellos a todos los mártires toledanos. Recordó la iniciativa de El Alcázar respecto a la posibilidad de rendir homenajes militares a los que en nuestra ciudad dieron su vida por Dios y por España, y dijo que el esplendor con que el entierro había sido hecho, era el recuerdo de la gloria que con su muerte todos alcanzaron.

Terminado el funeral, el señor obispo, revestido de pontifical cantó el oficio de sepultura ante el altar del Sagrado Corazón, donde estaba preparado el enterramiento y arrojó sobre los féretros la primera paletada de tierra, acto que secundó el superior de la residencia, reverendo padre Eliseo de la Torre.
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