Jueves, 28 de marzo de 2024

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Beato José Polo Benito (1)

por Victor in vínculis

Esclavo de la Virgen
Fue, sin duda, la Virgen del Sagrario la que le hizo, para siempre, esclavo suyo y, para siempre, libre. Era el deán de Toledo devotísimo de la Virgen toledana. Él había fundado la Esclavitud de la Virgen del Sagrario, y él era su presidente. Y él organizaba todos los años las fiestas solemnísimas que en honor de la Santísima Virgen se celebraban a mediados de agosto. Esta fue la razón de encontrarse, por esta época, como todos los años, en Toledo. Fue, pues, su amor y su devoción a la Virgen lo que le puso en coyuntura de caer en las garras de las fieras.

[En 1923, en los tres últimos días del Octavario, el Cabildo catedralicio organizó un triduo de sermones. En la mañana del día 22, el beato José Polo Benito, deán, fue el encargado de la predicación y durante su sermón expuso la idea de fundar una cofradía-esclavitud bajo la advocación de Nuestra Señora del Sagrario, proyecto que al ser comunicado al cardenal primado, Enrique Reig, éste ofreció su total ayuda y colaboración. Los estatutos por los que había de regirse la Esclavitud fueron aprobados por un decreto del prelado el 25 de enero de 1924].

El caso fue de esta manera

El 23 de julio de 1936, a los dos días de haberse apoderado de Toledo las milicias marxistas, se presentó en casa del señor deán un crecido grupo de milicianos. Al frente de ellos iba un albañil de Toledo, llamado Rosell. Este hombre infame era uno de los que más favores había recibido del señor Polo Benito. Varias veces el caritativo sacerdote le había encomendado obras en su casa con el único intento de socorrerle cuando el obrero se encontraba sin trabajo. Y el mismo albañil se gloriaba, públicamente, de su amistad con el señor deán. Ahora, el amigo socorrido capitaneaba aquel pelotón de criminales que buscaba al sacerdote para asesinarle. Lo mismo, lo mismo que Judas.

Rosell conocía perfectamente la casa del señor deán y sabía muy bien lo que había en ella. A pesar de ello, lo primero que hizo aquella horda fue registrar, de arriba abajo, toda la casa. Y hallaron lo que todo el mundo sabía que tenía en su casa el deán de Toledo: muchos libros, muchos papeles, instrumentos de su trabajo apostólico, cultural y social. Pero nada que le pudiese comprometer, ni un simple papel que sirviese para fundar una acusación o una sospecha.

A pesar de ello le detuvieron.

Con él apresaron también a su sobrino don Antonio Martín Poveda, y a los vecinos del segundo piso de la casa, don Félix Sáez de Ibarra, organista de la catedral, y sus sobrinos Teodoro y Félix, seminaristas de Toledo.

El crimen de todos estos detenidos era indudablemente, el mismo: el de ser personas honradas, sacerdotes o allegados de sacerdotes. Y el fin que, al detenerlos, se proponían se vio enseguida.

Los bajaron a todos al patio y los pusieron en fila. Ante ellos se colocó el pelotón de milicianos. Los milicianos prepararon sus fusiles. Y hubo un instante en que parecía como si esperasen algo. Y estaban inquietos, nerviosos. Pero lo que esperaban no llegó. El miliciano encargado de romper el fuego, llegado el momento, tembló azorado, y no acertó a manejar el arma. Sus camaradas, desconcertados y frenéticos, se volvieron contra él y se desataron en denuestos y amenazas.

-Si no vales para el fusil, tíralo, le decían.

Pero el incidente libró, por entonces, a los presos de una muerte que habían tenido muy cerca.

Fracasado el primer intento de asesinato, Polo Benito fue trasladado con los demás detenidos de su casa, a la Diputación Provincial. Pero, a los dos días, le separaron ya de su sobrino y de sus amigos y, en unión de otros sacerdotes, le llevaron a la cárcel de la ciudad.


Nuestra Señora de Guadalupe fue coronada canónicamente el 12 de octubre de 1928. Al termino de la celebración y de la comida algunos de los asistentes se retrataron en el claustro del Monasterio. El beato José Polo en el centro, sujetando un libro.

Aquí, en la cárcel, iba a celebrar el sacerdote devoto de la Virgen la novena de aquella Virgencita toledana, que era el grande amor de su corazón piadoso y sacerdotal. Y en la cárcel la celebró. ¡Qué distinta de la de otros años esta entristecida novena de la Virgen del Sagrario! Otros años, el deán rodeado de toda la pompa de su Catedral Primada, ofrecía a la Virgen los oros y las sedas, los himnos y los júbilos de la Ciudad Imperial. Y, puesto a los pies de la Señora, en plenitud de vida y de libertad, se declaraba y se consagraba esclavo de Ella. Este año, el señor deán de Toledo no puede ofrecer a la Virgen del Sagrario, en su novena, ofrendas pomposas y alegres. Sólo tiene en sus manos y en su corazón -para regalárselo a la Reina- espinas, angustias, sobresaltos. Que también le agradan a la Virgen. Y le agrada, sobre todo -y más que otros años- la ofrenda de su esclavitud que este año le hace el deán. Porque la esclavitud que este año tiene Polo Benito para ofrecérsela a la Virgen, es mucho más hermosa que la de otros años. Este año no hace falta que se declare y se consagre esclavo. Lo es, de verdad. Esclavo, preso. Y esclavo de la Virgen. Porque, por Ella, por preparar su fiesta, le sorprendieron en Toledo y le hicieron preso, esclavo. Bien puede, pues, el señor deán de Toledo apropiarse la frase de Pablo y enorgullecerse con un título parecido. San Pablo se llama a sí mismo “Vinctus Christi”; Polo Benito es “Vinctus Virginis”, el Preso, el Esclavo de la Virgen.

Y no parece sino que fue la misma Santísima Virgen la que quiso demostrar que el deán de Toledo era en la cárcel su esclavo y que era a Ella a quién Polo Benito hacía la total ofrenda de su libertad y de su vida.

23 de agosto, fiesta de la Octava de la Virgen del Sagrario. Este es el día en el que Polo Benito va a hacer, definitivamente, su oblación. La novena había sido, en verdad, muy distinta de la de otros años; el día de la Octava fue todavía más distinto.

Este día, 23 de agosto, uno de los aviadores rojos, al querer bombardear el Alcázar, lo hizo con tal desacierto que las bombas cayeron en la plaza de Zocodover e hicieron algunas víctimas. El pueblo, frenético, se amotinó. Y quiso vengarse dela impericia del aviador. Pero fue curiosa la venganza. Una turba salvaje se lanzó a la calle y llegó, desbordada, hasta la cárcel. Y en la cárcel, escogió unas cuantas víctimas que, por lo visto, tenían la culpa de la errada puntería del aviador.

Unos setenta inocentes fueron los señalados para que en ellos pudiese desfogar sus iras el pueblo irritado.

Entre ellos, el deán de Toledo, don José Polo Benito, y los dos hijos de Moscardó, Luis y Carmelo.

Eran ya las nueve de la noche cuando las víctimas salieron de la cárcel. A medida que iban saliendo, los milicianos les ataban de dos en dos. Los dos hijos de Moscardó salieron juntos y juntos les amarraron. Carmelo es un niño de dieciséis años. Pero su pelo rubio, ensortijado, y sus ojos azules le hacían parecer más niño todavía. Un miliciano se fijó en él y se sintió un poco humano.

-¡Eh, camaradas! -exclamó. -¡Soltar a ese chaval!
-¡Es que es el hijo de Moscardó! -dijeron.
-No importa. Eso es una cobardía. Anda, muchacho, vuélvete a la cárcel.



Y le quitó la cuerda que le ataba al brazo de su hermano.
El chiquillo protestaba y decía que él quería correr la suerte de su hermano y morir con él. Parecía que le daba fastidio, que se avergonzaba de que no le considerasen digno de ser mártir de Dios y héroe de España. Pero no le hicieron caso y le volvieron a la cárcel. Para sustituirle en la compañía con su hermano, tomaron a Polo Benito y le amarraron a Luis Moscardó.
¡Qué dos figuras!
Luis Moscardó, hijo del héroe y tan héroe como su padre.
José Polo Benito, deán de la Catedral Primada de España, escritor insigne, polemista incansable y celoso, apóstol y gloria de la Iglesia española.

Cuando los milicianos terminaron la tarea de amarrar a todos los presos, los subieron a unos camiones de la Dirección General de Seguridad y en ellos les pasearon por las calles de Toledo. Al pasar las víctimas, la plebe vociferaba insultos y blasfemias.

Polo Benito, apóstol hasta el fin, animaba a sus compañeros, les exhortaba y les preparaba a bien morir. Aquella voz suya, siempre docta y elocuente, tenía ahora unos extraños acentos que enardecían a los mártires y les hacían ir gozosos a la muerte. Como aquellas palabras de Cristo, dominadoras de las tempestades, esta noche las palabras del deán de Toledo, eran también soberanas y caían, señoras, solemnes y majestuosas, sobre el tumulto del populacho, sobre las oleadas de odio, sobre el horror de la muerte que se acercaba.

Pero hubo un momento en que Polo Benito se acordó de que aquella noche era el final de la Octava de la Virgen del Sagrario. Y pensó, además, que para él y para sus hermanos había una preparación para la muerte, más eficaz y más dulce que sus pláticas enfervorizadas.

Y comenzó a rezar, en voz alta, el rosario.
-“Dios te salve, María”
-“Santa María, Madre de Dios” -respondieron a coro los mártires.

Y por las calles de Toledo, hirvientes de chusma y de blasfemias, iban cayendo de los camiones fatídicos las dulces avemarías de aquel férvido rosario, el más hermoso que escucharon los oídos de la Virgen del Sagrario.

La trágica comitiva recorrió la calle de la Plata, la de Alfileritos, la de Fuente Salobre y desembocó, al fin, en la explanada del Tránsito.

Bajaron los presos de los camiones y los milicianos comenzaron a hacer los preparativos para el fusilamiento.
Polo Benito seguía con un redoblado fervor aquel rosario, que se iba ya convirtiendo en rosario de la agonía.
-“Dios te salve, María, llena eres de gracia”.
-“Santa María, Madre de Dios”.

La noche era muy negra. La tormenta se había desencadenado sobre Toledo y envolvía a la ciudad en un fragor de miedo y de amenaza.

Los milicianos hicieron que los mártires se fuesen colocando, de cuatro en cuatro, delante de la ametralladora. La luz de los relámpagos iluminaba las víctimas. Para que apuntasen con más seguridad los milicianos. Sonaron las primeras descargas. El eco de los disparos subía hacia la nube de la tormenta y era, en la nube, el trueno de la tempestad. Pero, sobre el trueno de la ametralladora y sobre el trueno de la tormenta, se oía, firme y poderosa, la voz de Polo Benito:

-El Señor es contigo, bendita tú eres…

Y el acento, dulce y emocionado, de los mártires que aún quedaban vivos:

-Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Y llegó su vez al sacerdote.

Polo Benito avanzó hasta el lugar donde habían ido cayendo sus hermanos. Corría por el suelo la sangre.
-Esta sangre de mártires -dijo con voz potente y segura-, caerá sobre vosotros y sobre vuestros hijos para formar la nueva España. ¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!
Tronó de nuevo la ametralladora.

Un relámpago envolvió, como una aureola, el cadáver del sacerdote mártir. En su mano crispada tenía el rosario. Último eslabón de su cadena de esclavo de la Virgen.
 
Tomado del libro de Aniceto de Castro Albarrán
Este es el cortejo... Héroes y mártires de la Cruzada Española, páginas 243-250 (Salamanca, 1938).
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