Jueves, 28 de marzo de 2024

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Beato Ricardo Plá Espí (1)

por Victor in vínculis

Un valenciano en Toledo

El beato Ricardo Plá Espí nació en Agullent (Valencia) el 12 de diciembre de 1898. A los 10 años marchó al colegio de San José, de Valencia. Después de esos primeros años, pasó al Seminario, donde será elegido para estudiar en la Universidad Gregoriana de Roma, donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Derecho Canónico. Tras su ordenación en 1922, el arzobispo Enrique Reig y Casanova, le nombró su familiar y profesor del seminario de Valencia. Cuando el arzobispo de Valencia, nombrado cardenal, llegó a su nueva diócesis de Toledo, se llevó consigo a Ricardo como secretario y mayordomo; lo será hasta la muerte del Cardenal, el 25 de agosto de 1927.

Es nombrado secretario de estudios de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Toledo. En marzo de 1924, pasó a ser capellán mozárabe de la Catedral Primada. Al morir el Cardenal, don Ricardo se quedó en Toledo, conservó la capellanía mozárabe, ejerció como profesor del Seminario y consiliario de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Se encargará también de la preparación espiritual de las visitas pastorales del cardenal Segura.

Director diocesano de los Jueves Eucarísticos, se distinguió por su amor a la Eucaristía y por la predicación. Sus sermones son claros y profundos, religiosos y de gran sentido pastoral. Todo su saber e inteligencia lo puso al servicio de la palabra de Dios, de la Iglesia y de la comunidad cristiana. No se sabe de dónde sacaba tanto tiempo para estudiar, rezar y llevar adelante tantas actividades.


De sus sermones

De la santísima Virgen se sabía plenamente lo que había de ser. Lo difícil para todo mortal hubiera sido proponer un nombre que fuese digno de una criatura  tan excelsa. Más lo que no podía brotar de la tierra lo suministró graciosamente el cielo. El Señor mismo de cielos y tierra se dignó sacarlo “de los tesoros de su divinidad, como dice san Pedro Damiano”. Y lo puso en boca del arcángel que le dice: No temas, María, como lo inspirara también el evangelista san Lucas. Nombre poderosísimo, excelentísimo y muy lleno de suavidad, que nos transparenta y hace percibir algo de las fragancias y delicias que encierra de Aquel cuya palabra es del todo creadora; de suerte que dice y es hecho cuanto dice, según atestigua el Real Profeta.

A mí se me representa este nombre como un prisma gigantesco y de múltiples y bien definidas facetas, en cada una de las cuales brilla con reverberos de luz inextinguible cada uno de esos divinos colores que son el encanto y arrobamiento de las almas netamente toledanas, por ser tan íntimamente devotas de María, y que se distinguen entre sí con los gloriosos títulos y celadoras advocaciones de Nuestra Señora de la Soledad, del Consuelo, de la Salud, de la Virgen del Valle, de la Bastida, de la Esperanza, de la Estrella y de la Paz, y de las otras varias.

Del sermón a Nuestra Señora de la Paz,
el 18 de mayo de 1930


 
 

Estaba la Madre Dolorosa junto a la Cruz, llorosa, mientras que de ella pendía el Hijo de sus entrañas”, canta el poema alegórico por excelencia de los Dolores de la Virgen, puesto en boca de la Iglesia por uno de sus esclarecidos hijos, Santiago Bendetti.

No hay amor, había dicho repetidas veces el Divino Maestro a las gentes que le seguían, ávidas de sus enseñanzas saludables y de regeneración suprema, ni más generoso ni más fuerte, ni más entero y acabado como el de aquel que está pronto y dispuesto a dar todo cuanto tiene y posee, incluso la propia vida, en beneficio de aquellos seres a quienes ama.

Pues bien, fue en la cima del Calvario donde traduciendo en hechos fehacientes la verdad de tan celestial doctrina, se entregó voluntariamente el Redentor Divino en manos de sus verdugos y sayones en calidad de víctima para poder lavar con la sangre preciosísima, que manaría a torrentes de su cuerpo sacratísimo, aquella mancha antigua con que aparecía la entera humanidad.

Pero notad, mis hermanos, mientras Jesucristo agoniza y muere en lo alto de la Cruz, para otorgar de nuevo al hombre la vida que perdiera por el primer pecado, otra víctima, más silenciosa y callada, pero de muy subido valor y significado precio, se inmolaba también, aunque de manera incruenta, a los pies del ara de la Cruz por la redención del mundo: la Virgen sin mancilla, la sin par Dolorosa.

Toledo, Viernes de Pasión, año 1933.



Martirio en dos actos

Desde enero de 1936 hasta su muerte, predicaba con mayor valentía, sin miedo. Veía cómo la Iglesia era perseguida, insultada; los sacerdotes, asesinados por la fe en Jesucristo.

El 19 de julio predicaba en la fiesta de las Santas Justa y Rufina e invitó a todos los allí presentes al martirio por Cristo, a imitación de las santas. De hecho así lo terminó:

Oídnos, vosotras, Justa y Rufina, que sois descendencia próspera divina; fructificad como rosal plantado junto a las corrientes de agua. Floreced como el lirio y dad olor y echad granosos ramos de asistencia y favores sobre vuestros devotos y entonad un cántico de alabanza y bendición al Señor en sus obras, para que haciéndolo propicio en vida y en muerte, tengamos la dicha de vivir y morir en su santa gracia y después de la peregrinación terrena, subir a los cielos  con vosotras para gozar de su vista y compañía, que es lo que nos ha de hacer felices y bienaventurados por toda una eternidad.

En estos momentos nuestra amada Iglesia en España sufre persecución y muerte; nos llegan noticias muy terribles. Obispos, sacerdotes y católicos son perseguidos y martirizados; templos incendiados y las sagradas imágenes en fuego sacrílego. Quién sabe si al salir de este templo en la fiesta de las santas  Mártires Justa y Rufina, también nosotros seamos martirizados por amor a Cristo Nuestro Señor y a la santa Madre Iglesia.
 
Pocos días después lo vivirá en su propia persona, al experimentar el martirio el 30 de julio de 1936. Días antes, el 24 de julio, había sido arrestado y estuvo a punto de ser fusilado. No sólo él, sino también sus padres y su hermana.

Así lo narra su hermana:

“A las dos de la tarde, invadieron nuestra casa; una vecina nos había denunciado… Un grupo de milicianos, con esa mujer al frente, nos sacan a la calle y después de pasar por delante de la Catedral, nos llevan por callejuelas que nunca habíamos pisado, hasta llegar a la plaza de santo Domingo, junto al Gobierno Civil…

Nos llevaron al patíbulo a los cuatro. El jefe del pelotón nos ordena para que nos coloquemos junto a la pared y con los brazo en alto. Seis de ellos nos apuntaban con su fusil. Y en aquel momento, cuando ya habían dicho: “uno, dos…”, un hombre vestido de azul, a quien no había visto jamás, joven, guapo de verdad, se puso en medio de nosotros y con voz potente dice: “¿Qué vais a hacer, bárbaros? Ese cura es un santo. De estas personas respondo yo”. Lo recuerdo como si fuera ahora, nunca se me olvidará la cara de aquel joven. No lo he vuelto a ver…

El 28 vuelven, yo intenté despistarles y se marcharon, prometiendo que volverían. Y volvieron”.
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