Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Beato Liberio González Nombela

por Victor in vínculis

Un monolito en el lugar de su martirio

La A-40 es una autovía en construcción que está previsto comience su recorrido en la Autovía A-6, a la altura de Adanero (Ávila), y finalice en Teruel, comunicando así de forma directa el sur de Castilla y León, Castilla- La Mancha y Aragón sin tener que pasar por Madrid. Se denominó Autovía de Castilla- La Mancha porque el propósito inicial era que uniese la autovía A-5, en Maqueda, con Cuenca, comunicando a su paso Toledo y las autovías A-4 y A-3.
 

El tramo de la autovía que nos interesa va desde Maqueda hasta el enlace Noroeste de Toledo, cuyo proyecto se ha trazado como variante de la actual N-403, salvo en la circunvalación de Torrijos, cuyo trazado aprovecha. Allí se encuentra el monumento que conmemora el martirio del beato Liberio González Nombela y que fue levantado justo en el lugar en el que fue tiroteado. La lápida recuerda a nuestro protagonista como «sacerdote ejemplarísimo y modelo de párrocos, su vida fue copia fiel de la del Divino Maestro por eso fue hallado digno de seguir los pasos sangrientos de su sagrada pasión».

El monumento, con motivo de los trabajos del Ministerio de Fomento, fue trasladado unos metros hacia adentro del terreno. En el verano de 2012 se colocó en la parte alta del monumento una cerámica con el rostro del mártir, elaborado por el talaverano Antonio García Cerro.
 
Apuntes hagiográficos

Nació el 30 de diciembre de 1895 en Santa Ana de Pusa (Toledo). Excelente estudiante, obtuvo el doctorado en Sagrada Teología. Se ordenó el 21 de diciembre de 1918. Sus primeros destinos fueron como coadjutor, en Mora de Toledo (1919) y, al año siguiente, en Bargas; capellán de las monjas de la Compañía de María y profesor del Seminario Menor de Talavera de la Reina durante el curso de 19201921. En 1922 pasó a Toledo como coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol. Dos años después, como ecónomo de la parroquia de los Santos Justo y Pastor. Finalmente llegó a Torrijos en 1925, para convertirse en párroco el 26 de abril de 1926.

Lo que trabajó en la parroquia de Torrijos difícilmente lo podrá enumerar ninguno. Fundó mil obras de piedad, de celo y de caridad. Todas las empresas apostólicas hallaban cabida en él, y todas recibían su empuje directo: Adoración Nocturna, Acción Católica, en sus diversas ramas; Hijas de María, Padres de Familia, catequesis, escuelas dominicales, conferencias de San Vicente, socorro de los pobres, Apostolado de la Oración, escuelas nocturnas de obreros y, sobre todo, las escuelas católicas para oponerse a la enseñanza laica, hostil a la doctrina de la Iglesia.



El día 5 de marzo de 1936, tras la fatídicas elecciones del mes anterior, que habían dado el triunfo a las fuerzas revolucionarias, las turbas torrijeñas se manifestaban públicamente pidiendo a gritos la expulsión del cura y buscándole con diabólica intención. Él se ocultó, prudentemente aconsejado, en el hospital del Santísimo Cristo. Allí pasó la última noche de vida en su parroquia, al cabo de once años de trabajo heroico, con todas sus ovejas. Al día siguiente, 6 de marzo, junto con su hermano Juan, abandonó la parroquia y se refugió en Santa Ana de Pusa, en casa de sus padres. Ante la imposibilidad de volver a Torrijos, el 5 de mayo del mismo año 1936, el cardenal de Toledo lo nombró párroco de Los Navalmorales. Dos meses más tarde, el 23 de julio del mismo año, las autoridades locales cerraron la iglesia y prohibieron toda clase de culto.

El Beato no tuvo otro remedio que refugiarse de nuevo en casa de sus padres, que vivían en Santa Ana de Pusa, a 8 kilómetros de distancia. Hizo el camino vestido de sotana y a pie, pero cuando llegó, las turbas lo estaban esperando para apresarlo. Eran las tres de la tarde del 18 de agosto de 1936. Fue detenido y conducido al Ayuntamiento. De camino mandaron parar el camión y le hicieron bajar poniéndole junto a un poste de teléfono, haciéndole varios disparos a los lados, como simulando un fusilamiento. El conductor del camión declaró que, mientras interrogaron en el ayuntamiento de Torrijos a don Liberio, lo mandaron a él y a su cuñado con diez milicianos a fusilar al párroco de Santa Ana de Pusa, el Siervo de Dios Juan Francisco Fernández, al que también habían detenido.

De la última carta del beato Liberio González, escrita desde Santa Ana de Pusa (Toledo), con fecha del 22 de abril 1936.

"Es de fe que a los que Dios ama, los prueba. Terminantemente lo afirma San Pablo. Esta filosofía de la Cruz no la entendemos los hombres por haber perdido el sentido de familiaridad con el Evangelio.

Seamos cada día más fervorosos y santos. Si a esto no nos llevan las tristes circunstancias que atraviesa España, no sé a qué vamos a esperar. Ante el fracaso de la civilización, de los gobiernos, de las leyes humanas, de los hombres, del dinero, de todo, no queda otro recurso que asirse a lo sobrenatural como a tabla única en este naufragio.

Tienen en estos estados del alma una especial vibración las páginas evangélicas. Esta mañana, leyendo yo la carta del Apóstol Santiago, me encontré con estas palabras: “¿Está triste alguno de vosotros? Ore ¿Está con ánimo sereno? Cante salmos.” Todo, toda la tristeza y la alegría puede y debe llevarnos a Dios por caminos de oración y alabanza".
   
 
Cien descarga y una bala

La siguiente descripción pertenece al libro “Un párroco ejemplar” del padre Teodoro Toni, de la Compañía de Jesús. Con explicación profundamente gráfica (no he podido tener en mis manos la foto… pero creo que no es necesario), empieza así la narración del martirio del Beato Liberio.
 
 “Ante mí tengo una fotografía interesante. Es un grupo de treinta y nueve mozalbetes que en su abigarrado conjunto semejan una comparsa de títeres ambulantes. No lo son. Están semialineados, semirevueltos. Unos se sientan en el suelo; otros, en un miserable banquillo. Bastantes se presentan de pie. La mitad escasamente visten pantalón de pana o rayadillo con camisa blanca; otros tantos, pantalón y camisa oscuros; alguno, el clásico mono de los marxistas. La mayoría lleva calado en formas ridículas el gorrito de los milicianos rojos; una pareja se encasqueta chalanamente la gorra pasiega; pocos van a pelo. En el grupo se adelantan sentaditos en el suelo dos niños, como de nueve años. Sonríen; los han asociado burlescamente a la fiesta.

Sería el grupo pintoresco o zafio, y movería a risa, si no fuera trágico su momento. Abundan los fusiles auténticos; pero en manos de algunos, que amorosamente los aprietan contra el regazo, parecen más bien guitarras a punto de rasguear sus cuerdas.

La fotografía es histórica. Los rostros de los personajillos son duros; se perfilan entrecejos arrugados. Sin embargo, en el ambiente de plebeyez pueblerina se barrunta la satisfacción. Unos ríen, muy pocos; otros fuman; tampoco falta quien aparenta comer. Son mozos casi todos, aunque les acompañan algunos casados. La placa (foto) se tiró después de un banquete. También las fieras tienen sus banquetes… a su estilo.

¿Qué celebraron? ¡Un hecho heroico! La muerte, o mejor dicho, el asesinato del “Mártir de Torrijos”. El haber quitado de en medio, arrebatándole la vida cuando estaba en la plenitud de sus cuarenta años, a un hombre modelo de celo cristiano y de abnegación, a un hombre a quien pusieron en camino sangrante de calvario, en púas de martirio incruento, bastante antes de bautizarle con su sangre generosa.

En la fotografía se ve con cara de comediante a uno de los jacarandosos mozalbetes, que lleva un pitillo en la boca y gafas montadas sobre las narices; alarga los labios como hocico de galgo y denota claramente que su pretensión es hacerse el gracioso. Las gafas no son suyas. Todavía yacía insepulta la víctima a quien se las arrebató. Eran del “mártir”. Chanza necia carente de toda originalidad. También en otro pueblo desgraciado encontramos a los verdugos jugando con las gafas del párroco asesinado.

Grupo histórico. Reúne a la mesnada -no a toda- que martirizó al sacerdote bueno y ejemplar que se llamó don Liberio González Nombela. Uno de los asesinos, que se sienta en la línea central de la fotografía, podría contarnos cómo el buen párroco asesinado por ellos, les prestó los servicios de la Iglesia sin cobrarle ningún estipendio. Todos ellos podrían contarnos, si fueran nobles, mucho del trabajo incesante y del cambio en bien que D. Liberio obrara en Torrijos. ¡Si no fueran tan inconscientes; si no estuvieran tan endurecidos, tan envenenados…!”.

 
Los testigos confirman que su asesinato fue una romería blasfema, una tumultuosa manifestación hostil contra el sacerdote. Conducido hasta el cruce de Barcience, lugar próximo a Torrijos, don Liberio, conminado a apearse del camión, bajó solo por su pie; le mandaron que se marchara caminando y él, viendo a los milicianos con los fusiles apuntándole, se dio media vuelta quedando con la cara vuelta hacia ellos. Dio un salto atrás, diciéndoles que dispararan, “que Dios os perdone, como yo os perdono”. Seguidamente, dispararon de veinte a treinta fusiles contra él, cayendo instantáneamente muerto.

Otro testigo afirma: “Sonó una descarga cerrada de muchos, de más de cien tiros y quedó muerto en el acto. Yo vi que, cuando ya estaba tendido en el suelo, un miliciano le descargó dos o tres tiros en la cabeza”. Su cuerpo quedó insepulto, siendo cubierto con una manta, y superficialmente enterrado allí mismo. Los asesinos celebraron el acontecimiento con una merienda en el bar de D. Leoncio Carrillo, en la Plaza Mayor, dejando constancia con esa foto histórica.

Una vez más la exhumación da veracidad a lo declarado en la Positio. Los forenses nos mostraron cómo algunos de los huesos aparecieron agujereados por la metralla. El propio cráneo -con un agujero a la altura de la coronilla- tenía en su interior, como perla que espera ser encontrada, una preciada reliquia. Se trataba de una bala esférica (de una escopeta o de un pistolón). Son balas únicas para armas de ánima lisa, debido a la carencia de estrías en el cañón de las escopetas.

El cadáver de don Liberio estuvo dos días insepulto en el campo reseco y sediento. El 18 de noviembre de 1936, a los tres meses justos de su fusilamiento, se recogieron en el campo los venerados restos y se trasladaron al cementerio de la villa de Torrijos. Con el cuerpo destrozado, aparecieron el mono azul que le cubría, el gorro de miliciano con la borla roja y una cadenita con su medalla que llevaba siempre al cuello, como prenda de amor a la Virgen bendita. Más tarde, los restos del mártir fueron trasladados a la capilla de San Gil, en la Colegiata torrijeña.
 
Dónde venerar sus reliquias

El 3 de octubre de 2007 se exhumaron sus restos, en presencia del Señor obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Carmelo Borobia Isasa. Sin ser tan impresionante como el hallazgo del cuerpo incorrupto del beato José Polo Benito fue sobrecogedor limpiar, examinar y recoger cada hueso del mártir de Torrijos que nos hablaba aún como si después de tantos años quisiera explicarnos una catequesis sobre el martirio.

Desde su beatificación el 28 de octubre de 2007, sus huesos martirizados, en rústico arcón de madera, pueden ser venerados por todos en capilla de San Gil de la Colegiata de Torrijos (Toledo). Desde allí sigue bendiciendo a su querida Diócesis.



 
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