Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Un escolapio de Mora de Toledo (1)

por Victor in vínculis

La Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (Sch.P.) fue fundada por San José de Calasanz. Durante la Guerra Civil Española (1936-39) más de 250 escolapios fueron asesinados. Sólo en la diócesis de Barcelona, por poner un ejemplo, sufrieron el martirio sesenta escolapios. En 1995 fueron beatificados los trece primeros religiosos de las Escuelas Pías.

La cruz de los mártires” de Consuegra recoge el nombre de los padres Cristóforo Rodríguez del Álamo, Emiliano Lara Camuñas, Gregorio Gómez-Miguel García, José Moraleda Rodríguez, Manuel Fuentes Gómez-Miguel y Moisés Vázquez Manzano. Por su parte, en Mora sufrió la persecución religiosa el padre Fermín Redondo Díaz.



Nació Fermín en Mora (Toledo) el 23 de septiembre de 1878. Cursó sus estudios primarios en el pueblo, tutelado por sus piadosos padres Juan Redondo y Catalina Díaz. Conoció y trató a varios escolapios y muy joven todavía, solicitó ingresar en las Escuelas Pías, en cuyo noviciado de Getafe (Madrid) vistió por primera vez la sotana, el 10 de noviembre de 1892 y profesó de votos temporales el 26  del mismo mes, después de un noviciado de dos años.

Tranquilos y provechosos corrieron los años de sus estudios, así en el gran seminario de Irache (Navarra), como en el teologado de San Pedro de Cardeña (Burgos). Emitió los votos solemnes el 8 de julio del año penúltimo del siglo. El 11 de septiembre siguiente se le destinó a la comunidad de Getafe. Aquí inició su carrera de Ciencias Exactas. Poco antes de iniciar sus estudios universitarios había recibido la ordenación sacerdotal.

Cantó su primera misa en Mora. En Getafe enseñó Ciencias Exactas, durante dos sexenios. El 28 de noviembre de 1912 fue destinado al colegio de Celanova (Orense).
 
El P. Fermín Redondo tuvo ocasión de demostrar en este destino su capacidad de organizador y administrador. Sin duda, la vistosidad del colegio y adecentamiento del monasterio se debieron a la hábil economía del P. Fermín. Numerosas obras de restauración, mejoras y hallazgos pictóricos y artísticos dieron celebridad y renombre al escolapio moracho en toda la comarca. Mas llegó un momento en que su salud quebrantada le impidió proseguir en este ritmo de dinamismo y pidió ser exonerado del cargo.

El 7 de septiembre de 1917 se le diagnosticó que padecía una afección crónica al hígado que le aquejaba desde que tenía apenas 20 años de edad, y que por lo visto se acentuó ahora en forma muy molesta. Le acompañó esta dolencia hasta la muerte.

“Suelen ser esta clase de enfermos irritables, intemperantes y de genio puntilloso; pero nuestro futuro mártir -escribe el padre Moisés Rodríguez- supo, a fuerza de resignación y de virtud, sobreponerse de tal modo, que quien no conocía su dolencia, le consideraba como el más feliz de los nacidos”.

Los días 25, 26 y 27 de febrero de 1918 se celebró el tricentenario de la fundación de las Escuelas Pías, con diversos actos. La salud del padre Redondo seguía empeorando y el 21 de enero de 1920 salía como enfermo para Yecla (Murcia). Allí pasó tres años. El 2 de octubre de 1923  regresaba con destino al colegio de Getafe, donde permaneció hasta su muerte. En esa residencia tuvo por último superior al padre José Olea Montes, quien nos ha trazado del futuro mártir esta semblanza:

“Una de sus grandes virtudes, y tuvo muchas, fue la humildad. Cumplióse en él, al pie de la letra, aquella célebre frase: Los hijos de Calasanz viven humildes para morir ignorados. Conocí al P. Fermín en sus años mozos, allá en 1899; hablé con él en diferentes ocasiones; y convivimos juntos en el colegio de Getafe durante los tristes años de 1934 al 36. Por diversos conductos  supe de sus méritos, que le granjearon el título de profesor de profesores… Montaña altísima fue nuestro P. Fermín, así en la piedad como en las letras. Era amigo de todos y sumamente apreciado para cuantos le trataban”.

El P. Moisés Rodríguez  perfiló su retrato físico y moral con estas pinceladas: alto, seco, enjuto, avellanado, como el ingenioso Hidalgo manchego, tenía como él la inquietud de espíritu y le atormentaba la sed de verdad y de justicia.

Si tenía intuición para las matemáticas, en las que era investigador afanoso y maestro consumado, nadie más opuesto que él a implantar la rigidez matemática a la vida, ni más propicio a disimular y transigir”. “Jamás tuvo una arista en su carácter, ni asperezas en su trato, ni dobleces en su espíritu, abierto y expansivo como las llanuras de la Mancha”.

El mártir escolapio junto a unos sobrinos.
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