Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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El viernes pasado peregrinamos con la Congregación al Santuario de Nuestra Señora de EL Henar

Beata Martina Vázquez, capitán general del Ejército Español en los altares

por Victor in vínculis

Recorrer España, y sus santuarios y parroquias, es encontrarse con la presencia viva de nuestros mártires de la persecución religiosa. En esta parroquia, uno fue bautizado; en aquel convento, otra hizo su profesión perpetua; en aquella iglesia, un sacerdote celebró su primera misa; en una ermita, a las afueras del pueblo, un grupo martirial pasó sus últimas semanas… Así nos ha sucedido el viernes pasado, cuando poníamos fin a la peregrinación estival de la Congregación Marian, en Cuéllar, provincia de Segovia. Y, concretamente, en el Santuario de Nuestra Señora del Henar.



Santuario del Henar

En la Edad Media existió un poblado con el nombre de Santa María del Henar. De dicho poblado no quedan restos arqueológicos, pero sí queda constancia documental de que en 1247 dicho poblado pagaba los tributos. Documentos de 1430 y 1580 afirman que la ermita de Santa María del Henar estaba en ruinas. Entre 1642 y 1644 se construyó el templo. El culto a la Virgen del Henar y el auge del santuario se deben a la figura del párroco de Cogeces del Monte (Valladolid), don Juan Rodrigo, quien fue nombrado administrador del santuario en 1651. El papa Gregorio XV concedió la celebración de la fiesta en 1621, llegando a su apogeo durante el siglo XVIII cuando se construyeron el camarín, el convento y se reformó el templo; enriqueciéndose éste con numerosas obras de arte. El siglo XIX supuso para el santuario un periodo de decadencia, trasladándose numerosas veces la imagen de la Virgen a la villa de Cuéllar. En 1905 se construyó la carretera que une la villa de Cuéllar con la Ermita y en 1924 se encargaron de la administración del santuario los carmelitas calzados o de la antigua observancia, quienes siguen cuidando de la ermita en la actualidad. No hay que confundir esta orden con la de los carmelitas descalzos, que se encargan de custodiar el sepulcro de San Juan de la Cruz, junto al santuario de la Virgen de la Fuencisla, patrona de Segovia.

El logro de la venida de los carmelitas al Henar se debe a una mártir. La beata Martina Vázquez de Cuéllar, hija de la Caridad. En 1959 sus restos mortales fueron trasladados al santuario y colocados en el camarín de la Virgen de El Henar. Como reza una lápida allí colocada “por cuya gestión vinieron a este Santuario los carmelitas en 1924”. Su localidad natal le dedicó una calle con su nombre en el año 2010. Fue beatificada el 13 de octubre de 2013, en Tarragona.
 
 
Los carmelitas se fueron, después de 96 años, en el verano de 2020, y ahora es Rector del Santuario, el sacerdote cuellarano Carlos Miguel García Nieto. Tras recibirnos y hablarnos del año Jubilar Henarense nos explicó la vida de la Beata Martina Vázquez.
 
BEATA MARTINA VÁZQUEZ GORDO

Así narra Sor Ángeles Infante Barrera, hija de la Caridad, en el perfil biográfico de las Beatas Mártires de Valencia la vida de Sor Martina.

Nació en Cuellar (Segovia) el 30 de enero de 1865. Sus padres Zacarías y Antonia eran dueños de la confitería de aquella ciudad y educadores cristianos de una familia numerosa de ocho hijos. Desde niña se mostró inteligente, abierta y audaz. Experimentó la vocación a través de un buen consejo del párroco que no veía como voluntad de Dios sus relaciones de noviazgo con un joven de Toro (Zamora). Aceptado el consejo y percibido como llamada divina, decidió ingresar en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Con tesón y constancia superó la oposición paterna y logró realizar el postulantado en el Hospital general de Valladolid a los 31 años. Ingresó en el Seminario de la calle Jesús de Madrid el 26 de febrero de 1896. Terminada su formación inicial tuvo varios destinos: Hospicio y Colegio Medalla Milagrosa de Zamora, Hospital de Segorbe, Casa Provincial de Madrid, Hospital Doker de Melilla y de nuevo, el Hospital, Escuelas y Comedor de Caridad de Segorbe (Castellón). Desde 1906 hasta 1936 desempeñó servicios de responsabilidad como superiora local, asistenta o vicaria provincial y organizadora de los Hospitales Militares del norte de África. En todos los destinos destacó por su coraje e intrepidez a favor de los pobres.

Era de fe firme, carácter abierto, ávida de hacer el bien a todos, valiente, creativa y tenía gran sentido del humor. Sabía superar todas las dificultades con optimismo y esperanza, sin arredrarse ante los problemas.
 
 
 
CAPITÁN GENERAL DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
 

Entre los años 1918 al 1923 ocupó el cargo de asistenta en el Consejo Provincial, razón por la que estuvo destinada en la Casa Central de Jesús, nº 3, en Madrid. El 31 de agosto de 1921, el Rey disponía que con toda urgencia se implantase el servicio de asistencia de la Hijas de la Caridad de la Congregación Española de San Vicente de Paul en los Hospitales militares establecidos en las tres Comandancias generales de África.

En el año 1923 se produce el descalabro de las tropas españolas en el desastre de Annual. Los soldados heridos son numerosos y se necesitaban enfermeras en el norte de África. Ante el requerimiento del Rey que pide ayuda, Sor Josefa Bengoechea, Visitadora, le contesta:

-Majestad, no 24 Hermanas sino 42 Hijas de la Caridad saldrán mañana mismo y, al frente de este batallón de bálsamo y paz, marchará Sor Martina.

Efectivamente ella fue la responsable de los hospitales militares en este tiempo, desde su puesto de superiora en el de «Doker», de Melilla (1923-1926).

Todo cabía en su corazón maternal: limpiar pisos, atender y escuchar a los soldados heridos y dar órdenes a los militares, cuando la situación lo requería. Estaba convencida de que así continuaba la misión de Jesucristo. Por eso repetía con alguna frecuencia:

-A mí los soldados y los pobres son los que me tienen que llevar al cielo.

Cierto día llegó al Hospital de «Doker» un camión con soldados heridos y muertos, mezclados unos con otros. Ella se puso a descargar y reanimó a unos cuantos de los que habían dado por muertos. Los soldados conductores del camión decían:

-Usted es nuestra verdadera madre.

Al ver que no había sitio donde colocar tantos heridos pensó en que los jefes tenían en Melilla un Casino propio para ellos. Con aquel local se podría solucionar el problema. Sor Martina se dirigió a los jefes y les dijo:

-Yo necesito esos salones para hospital de enfermos.

Un jefe se opuso con aires autosuficientes. Entonces ella cogió el teléfono y llamó a Don Juan de la Cierva, ministro de la Guerra, y le dijo:

-No me quieren ceder el casino y no tengo dónde poner tanto herido, Vuecencia dirá lo que hago.

El Sr. Ministro mandó inmediatamente un telegrama a Sor Martina Vázquez nombrándola Capitán General para que hiciera cuanto deseaba. Los jefes militares del casino, al tener noticia de este nombramiento, se pusieron a sus órdenes y le ayudaron a poner en el casino las camas necesarias para los heridos y enfermos.

[La Unión Ilustrada, del 9 de marzo de 1924]

Sería largo de narrar tantos momentos verdaderamente emotivos en esta guerra. Una vez terminada, Sor Martina contaba que había ido al monte Gurugú, donde los moros tenían emplazados los cañones y tiró un puñado de medallas de la Milagrosa y, al tirarlas, dijo:

-Si algún día yo puedo, vendré a poner en este monte una estatua de la Milagrosa.

Hasta uno de los jefes musulmanes le regaló una tela de seda preciosa para hacer un manto a la Virgen del Henar, patrona de Cuellar, su pueblo natal. Y que como nos contó don Carlos Miguel, se conserva en el Museo del santuario.

EL MARTIRIO
 
Al estallar la guerra, la Comunidad fue despedida Hospital. Ella y las Hermanas se refugiaron en la casa de una antigua alumna, donde vivían como presas. Amenazadas de muerte varias veces y viendo que el martirio era una realidad cercana, ella aconsejó la preparación inmediata. Se confesaron por escrito con un sacerdote que vivía enfrente de ellas clandestinamente y les dio la absolución a través del cristal de su ventana. Esto sucedió la víspera de su martirio el 4 de octubre de 1936. Ese día, al saber que era apresada para morir, se puso el hábito y seguidamente fue conducida en un camión al lugar del martirio, en la carretera de Algar de Palancia. Ella misma pidió no proseguir más lejos para efectuarlo. Previamente se arrodilló, encomendó su alma a Dios, rezó por sus perseguidores y les ofreció públicamente su perdón. Después pidió morir de frente, con los brazos en cruz y el crucifijo entre los dedos de su mano derecha. Antes de recibir los disparos confesó su fe así: “Creo en las palabras de Cristo: Quien me confesare delante de los hombres, también yo le reconoceré delante de mi Padre”. Los milicianos que dispararon habían sido socorridos por ella en el Comedor de Caridad que había fundado.

Frente a la Virgen del Henar descansan los restos de la religiosa.
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