Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Oh, Trinidad a quien adoro

por El rostro del Resucitado



Celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad, en cuyo triple nombre hemos sido bautizados, con el cuál trazamos la señal de la cruz sobre nuestras cuerpos, el nombre que abre y cierra la liturgia eucarística, que culmina cada salmo y cántico de la liturgia de las horas, que acompaña a cada sacramento. Es nuestro origen, pues hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios Trinitario, y nuestro destino, pues la fórmula de la doxología eucarística expresa el sentido de cada instante de nuestra vida así como la glorificación final: "Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén".
 
El Prefacio de la Santísima Trinidad

¿Cómo sintetizar el Misterio de la Trinidad? Lo hace el Prefacio de esta fiesta:
 
"En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque Tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad. A quien alaban los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales, que no cesan de aclamarte con una sola voz: Santo, Santo, Santo..."
 
Representaciones de la Trinidad

¿Y cómo representarlo? Hay muchas imágenes cristianas de la Trinidad, hay muchas representaciones pictóricas. Algunas de ellas fueron condenadas por la Iglesia, por ser inadecuadas para expresar el dogma cristiano. Por ejemplo la llamada "Trinidad tricéfala", en la que de un solo cuerpo brotan tres cabezas, o incluso tres caras de una misma cabeza:

  
 
En otras ocasiones las tres Personas divinas se representan idénticas, con los mismos rasgos, diferenciándose a veces por algún gesto o ciertos atributos. Es la llamada "Trinidad homogénea":
 
 
Otras veces son sólo el Padre y el Hijo quienes son representados iguales:
 
 
Y, más cercana al dogma, encontramos la representación de la Trinidad en la que Padre e Hijo tienen forma humana, pero diferente, y el Espíritu Santo asume la forma de paloma. En este caso el Hijo aparece en cruz, sostenido por el Padre, o sin ella, en forma de "piedad", imitando las piedades marianas.
 

 
Uno de los ejemplos más bellos de este modelo representativo es la Trinidad del Greco.
 
La Trinidad del Greco
 
Ayer se clausuró en Toledo (España) la muestra "El Griego de Toledo", ubicada en el Museo de Santa Cruz y en otros espacios que conservan obras del Greco, como el Hospital Tavera, el Convento de Santo Domingo el Antiguo, la Catedral, Santo Tomé o San José. Más de 100 obras, procedentes de 29 ciudades de todo el mundo pudieron verse en lo que ha sido la mayor exposición hasta ahora realizada de la pintura del maestro cretense.
 
Las entradas estaban agotadas desde hacía semanas, pero ayer pude verla, "in extremis", gracias a la invitación de una guía amiga mía.
 
Precisamente, para el ático del retablo del altar mayor del Convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo fue pintado este lienzo, una de las primeras obras del Greco, por encargo de Diego de Castilla, deán de Toledo y albacea de doña María de Silva, enterrada en este convento. En la actualidad lo que vemos en este templo es una copia, pues el original se halla en el Museo del Prado de Madrid desde 1832.

 
El Padre eterno sostiene, con delicadeza, el peso del cuerpo muerto del Hijo, mientras el Espíritu Santo, en forma de paloma, sobrevuela a ambos. Numerosos ángeles, como una orla, asisten a la escena, participando del dolor y colaborando también ellos en el gesto del Padre. Obsérvense, de manera particular, las pequeñas cabezas de ángeles que sostienen los pies de Cristo.
 
 
Se ha destacado (ver ficha del Museo del Prado) la influencia de Miguel Angel en el modelado del cuerpo de Cristo y de las anatomías de los personajes, así como de Tintoretto, por el cromatismo de la obra. Además, la composición se basaría en una xilografía de Durero con la Trinidad como "trono de misericordia". El Padre no aparece tocado con la tiara pontificia, sino con la mitra hebrea.
 
Otro rasgo importante es que la escena parece delimitada por la figura de un corazón, coronado por la paloma del Espíritu Santo sobre un fondo luminoso. Este corazón aparece rasgado por la "s", como un rayo o una herida, que traza el cuerpo del Hijo. El Greco muestra así el dolor que la Redención causa en el corazón de Dios, acentuado por la mirada del Padre al rostro del Hijo muerto.


 
¿Cómo no pensar aquí en las representaciones de la Piedad, en la que María sostiene el peso de su Hijo muerto en su regazo? La escena nos adentra en el corazón del Misterio de la Trinidad, que no permanece indiferente y alejada en el cielo eterno, sino protagonista de la historia dramática de la Redención.
 
Una Trinidad más bíblica
 
Pero también en esta representación, característica de la gran tradición de la pintura occidental, topamos con un problema: la representación antropomórfica del Padre. El Padre no tiene cuerpo, ni es un anciano con barba. Por eso la tradición oriental ha preferido otro modelo iconográfico para representar el misterio trinitario: la escena de Mambré, narrada en Génesis 18,1-15, cuando Abraham recibe la visita de tres misteriosos personajes que son hospedados por el patriarca, quien recibe de ellos la noticia de que Sara al cabo de un año tendrá un hijo. La tradición judía ha visto aquí la presencia de Yahveh acompañado de dos ángeles, mientras que la tradición cristiana ve una prefiguración de la Trinidad.



Por eso el monje Andrei Rublev (1360-1430) eligió esta escena bíblica a la hora de pintar su famoso icono de la Trinidad, actualmente conservado en la Galería Tretiakov de Moscú. Para su comentario remitimos a la excelente explicación de las Hermanas Trinitarias.


 
Elevación a la Santísima Trinidad
 
Quisiera concluir esta entrada del blog con la famosa oración que Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906) dirige a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo:
 
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para esta establecerme en ti, inmóvil y tranquila como si mi alma viviera ya en la eternidad. Que nada pueda alterar mi paz, ni apartarme de Ti, oh, mi Inmutable, sino que, cada momento de mi vida, me sumerja más profundamente en tu divino Misterio.

Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada predilecta, el lugar de tu descanso. Que nunca te deje solo sino que, vivificada por la fe, permanezca con todo mi ser en tu compañía, en completa adoración y entregada, sin reservas, a tu acción creadora.

¡Oh, mi Cristo adorado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu corazón. Quisiera glorificarte y amarte... hasta morir de amor. Pero reconozco mi impotencia. Por eso, te pido que me revistas de Ti mismo, que identifiques mi alma con todos los sentimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti y que me invadas; que, tu ser sustituya mi ser para que mi vida sea solamente una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. ¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote. Quiero permanecer atenta a tus inspiraciones para que seas mi único Maestro. Quiero vivir siempre en tu presencia y morar bajo tu luz infinita, a través de todas las noches, vacíos y fragilidades. ¡Oh, mi Astro querido! Ilumíname con tu esplendor fulgurante de tal modo que ya no pueda apartarme de tu divina irradiación.

¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de amor!, desciende a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una humanidad suplementaria donde renueve su misterio.
 
Y, Tú, ¡oh Padre!, protege a tu pobre y débil criatura. Cúbrela con tu sombra. Contempla solamente en ella a tu Hijo muy amado, en quien has puesto tu complacencia.

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Sumérjete en mí para que yo quede inmersa en Ti, en espera de ir a contemplar en Tu luz el abismo de toda tu grandeza.

Juan Miguel Prim, sacerdote
elrostrodelresucitado@gmail.com 
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