Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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La tumba de los mártires de Almagro

por Victor in vínculis



Entre la mucha documentación de Fray Antonio Trancho, que ha tenido a bien hacerme llegar su familia, está una descripción detallada de la tumba de los mártires. Sin embargo, entre lo más preciado del envío, doña Carmen Fernández Corredera, hija de sobrino carnal, me ha escaneado unas cartas fechadas el 28 de abril, el 4 de junio (“No sabemos en qué parará todo este malestar que atravesamos. Corrieron rumores de una pronta disolución de las Órdenes religiosas, pero son completamente falsos. Hace unos días escribió un diputado a un religioso de esta, diciéndole que ni remotamente se pensaba en la disolución de las Órdenes religiosas. Quiera Dios que sea verdad todo esto”) y el 7 de julio de 1936 (“Por aquí tranquilidad absoluta, sin que nadie nos moleste lo más mínimo…”). Cierro esta serie con esta foto coloreada del Padre Trancho.



La revista “Veritas” (año I, nº II), revista de los estudiantes dominicos de la provincia Bética recoge en unos de sus artículos la historia de los “Mártires de Almagro”. En sus páginas el famoso Fray Abelardo Lobato OP (1925-2012), que fue de los primeros profesos tras la persecución religiosa en septiembre de 1942, hace esta descripción del sepulcro donde han colocado a los mártires.
 
La tumba de los mártires

En nuestra iglesia se ha erigido la tumba destinada a guardar los restos de los gloriosos mártires de Almagro. No intentamos aquí describirla minuciosa y científicamente. Sólo daremos una sencilla idea de lo que es y de lo que significa.

El que viene de la calle, una vez pasado el atrio del templo, encuentra este monumento a mano izquierda, bajo el techo de bovedilla que sostiene el coro. Por hallarse en este ángulo del templo y como incrustado en el mismo muro de la torre y ser escasa la luz que aquí llega de las altas ventanas pierde la tumba algo de su aspecto llamativo. Llegado a él, podemos contemplarle a nuestro sabor. La primera impresión es de majestad y de tristeza, semejante a la que se experimenta al entrar en un cementerio. Aquella cruz negra y ancha, clavada en el sepulcro y sobre un fondo blanco se impone de pronto a nuestra mirada.



El sarcófago y la cruz, rodeados de un arco, son las líneas esenciales de la tumba. Toda ella es de mármol, excepto la columna y el arco labrados en piedra azulada Bateig. El estilo en nada desdice del que tiene la iglesia a quien parece querer imitar en sus rasgos generales. Pero más bien podemos afirmar ser estilo propio del buen gusto del artista que lo ha construido.

Las pilastras que estriban en el mismo pavimento, dan apoyo al fuste. Fasciculado éste en tres columnillas se eleva adosado al muro y remata en un capitel con dos series de hojas de acanto. De aquí arranca el arco, conopial, como el que lleva la puerta que da acceso a la torre desde la iglesia, del que sólo se distingue por terminar en tres grandes hojas de acanto. Se eleva la tumba tanto como el coro le permite: unos cinco metros aproximadamente. De una pilastra a otra se extiende una gran losa de mármol con las siguientes inscripciones: SUPRASIGNATI FRATRS NECATI SUNT IN PERVIGILIO ASSUMPTIONIS S. MARIAE VIRGINIS ANNO DOMINI 1936 PROPTER DEI HONOREM ET PATRIAE LIBERATIONEM.

Y más abajo dos estrofas del Himno de los Santos de la Orden
 
Salvete cedro Libani
plantae virentis Ordinis,
quae prata nunc coelestia
impletis almo germine.
O inclytae propagines
vestros juvate filios
in valle maesta debile
nos roborar surculos
 
Sobre esta losa hay una especie de repisa y en ella se apoyan tres pares de columnillas gemelas y fasciculadas, de solo dos módulos, que sostiene el sarcófago. Por ser el fuste de tan pequeñas dimensiones, los capiteles de estilo corinto y las volutas poco pronunciadas el monumento adquiere un aspecto agradable, sencillo y elegante.

El sarcófago es una obra de arte. El mármol de Macael -símil Italia- adquiere allí todo su esplendor y luce toda su blancura de nieve. La mitad se oculta en el muro. La cima va elevándose como la tierra de los sepulcros. Su altura no llega a medir un metro. En medio y en los extremos de su cara exterior lleva ornatos y molduras geométricas, con trifolios y lazos, que semejan cristalerías de ventanas góticas. Pero lo más saliente son los dos escudos de la Orden, colocados entre esas molduras, uno a cada lado del sarcófago. Aquí el primor y la fineza del artista no pudieron llegar a más. Hasta las cuentas del rosario que rodean a uno como la cinta que lleva el lema “laudare, benedicere et praedicare” en torno del otro, llaman la atención por la delicadeza con que están labrados. Ambos prisioneros en un marco caprichoso y ondulante. Aquí se encuentran las riquezas del arte. Aquí hablan ideas encerradas en las piedras.

Y sobre el sarcófago la cruz. Cruz de riquísimo mármol negro mañaria. Cruz ancha, muy ancha, que extiende sus brazos y cobija los rostros de aquellos que en vida amaron la cruz y se abrazaron con ella. En el mármol blanco de Monóbar (Alicante) aparecen sus nombres bajo aquellos brazos, como gotas de sangre desprendidas del madero.

Cruz negra en un monumento blanco. Blanco y negro: colores enlazados como la palma y la corona de los mártires, como la tierra parda y la sangre roja. Sobre la tierra de los sepulcros la cruz, siempre la cruz que extiende sus brazos sobre el mundo y mira a lo alto. La redención pide un calvario. Sólo en esa cruz se puede partir de la tierra para arribar al cielo. Recuerdo y lección. Blanco y negro juntos como la alegría y el dolor, como la vida y la muerte en este mundo, como el hábito que llevaron nuestros mártires.

Ahí queda la piedra cantando a los mártires y ahí quedan los restos de los mártires ocultos en la piedra. Desde el ángulo del templo en el silencio y en la paz de la tumba, seguirán rezando su ferviente oración: la oración del martirio y el canto de la victoria. Allí, bajo el coro, donde cantamos nosotros, nos enseñarán a vivir y con sus ejemplos aprenderemos a morir. Vivir cantando para morir triunfando.
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