Jueves, 28 de marzo de 2024

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1.020 veces: ¡Viva Cristo Rey! (2)

por Victor in vínculis



Del Cerro de los Ángeles a toda España
Lo cierto es que aquel monumento y aquella consagración, casi siete años antes de que el Papa Pío XI publicase la encíclica Quas Primas, forjan en el pueblo cristiano y en el corazón de los sacerdotes el deseo profetizado por el Señor de su reinado social. En nombre de Cristo Rey pudieron los católicos resistir a los totalitarismos del siglo XX y muchos de ellos murieron glorificándolo y derramando la sangre por su Trono divino. Los mártires fueron testigos de la realeza de Cristo (Vicente CÁRCEL, Mártires del siglo XX. Cien preguntas y respuestas, pág. 55.Valencia 2001).
Así ocurrió en la España republicana, donde Cristo Rey fue el símbolo de la resistencia a la persecución. Gritando su nombre derramaron su sangre miles de mártires, sacerdotes y seglares, como contraposición a los “vivas” a la República, a Rusia o al comunismo que exigían los verdugos para salvarles la vida. Esto no lo entendieron muchos entonces y todavía hay algunos que siguen sin querer entenderlo ahora, pero es una verdad histórica innegable e irrefutable.
Y así, había ocurrido unos diez años antes con los cristeros mejicanos, que protestaron contra un Estado masónico, sectario, anticlerical y perseguidor. La idea de una contra-sociedad católica y la oposición al poder encontraron una convergencia en la realeza de Cristo, que se convirtió en una forma fuerte de identificación. Por ello, los mártires mejicanos murieron gritando: “¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!”.
El grito de “¡Viva Cristo Rey!” selló los labios de los mártires, porque vivieron una fe que tenía sus raíces más profundas en la realeza divina de Cristo y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
 
Por primera vez, en Méjico
Cuenta el padre Lauro López Beltrán que los obispos mexicanos pidieron al Papa San Pío X su beneplácito para ornamentar las imágenes del Sagrado Corazón colocando en su cabeza la corona y en sus manos el cetro, insignias de la humana realeza. Su propósito era reconocer y proclamar a Jesucristo Rey de Méjico y del Mundo el 6 de enero de 1914, fiesta de la Epifanía del Señor, en la cual aparece su gloria al postrarse a sus plantas los Magos ofreciéndole sus dones de oro, incienso y mirra (“La persecución religiosa en México”. Segunda parte: la Guerra de los Cristeros, 1; pp. 56-58. Editorial Tradición, S.A. México 1987).
Luis Beltrán y Mendoza, adalid de la Acción Católica Mejicana, que presenció estas brillantes ceremonias, nos dice: “En aquellas memorables jornadas -lo tengo muy grabado-, los anhelos y las resoluciones de nuestra juventud se concretaron y expresaron en un grito que se les escapó del alma, en los momentos sublimes en que Monseñor Mora y del Río concluía la Consagración de nuestra Patria al Corazón de Jesús, depositando a los pies de la Sagrada Imagen la corona y el cetro. Entonces, por primera vez se escuchó el épico grito de “¡Viva Cristo Rey!”, aquel martes seis de enero del año de 1914”.
Y así es como en este acto, de enero de 1914, Méjico se convertía en la primera nación en consagrarse a Cristo Rey.
 

22 de febrero de 1931. “Jesús, confío en Ti
Entre la Quas primas (11 de diciembre de 1925) y la persecución religiosa española de 1936, en la lejana Polonia, Nuestro Señor Jesucristo se aparecía a Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, que en la actualidad forma parte del círculo de santos de la Iglesia más conocidos. A través de ella el Señor Jesús transmitió al mundo el gran mensaje de la Divina Misericordia y presentó el modelo de la perfección cristiana basada en la confianza en Dios y la actitud de caridad hacia el prójimo.
Santa María Faustina, extenuada físicamente por la enfermedad y los sufrimientos que ofrecía como sacrificio voluntario por los pecadores, plenamente adulta de espíritu y unida místicamente a Dios, murió en Cracovia el 5 de octubre de 1938, con apenas 33 años.
Había sido el 22 de febrero de 1931 cuando Santa Faustina recibió la primera revelación de la Misericordia de Dios. Ella lo anota así en su diario:
En la noche, cuando estaba en mi celda, vi al Señor Jesús vestido de blanco. Una mano estaba levantada en ademán de bendecir y, con la otra mano se tocaba el vestido, que aparecía un poco abierto en el pecho. Brillaban dos rayos largos: uno era rojo y el otro blanco. Yo me quedé en silencio contemplando al Señor. Mi alma estaba llena de miedo, pero también rebosante de felicidad. Después de un rato, Jesús me dijo: Pinta una imagen mía, según la visión que ves, con la inscripción: "¡Jesús, yo confío en Ti!”.
Podemos atrevernos a afirmar lo siguiente: Nuestro Señor Jesucristo acepta que nuestras devociones particulares están tan arraigadas en el pueblo cristiano que esa confianza que reclamamos al Corazón de Jesús es la misma que Él desea usar como fórmula renovadora a la par que tradicional: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! ¡En Ti confío! Es como si Nuestro Señor le dijese a Santa Faustina: Usa esta tradicional advocación para dirigirte a Mí y hazlo con esta fórmula: ¡Jesús, yo confío en Ti!
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