Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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¡Magistral!

por Victor in vínculis

Una vez más quiero dar públicamente las gracias al Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos por ofrecer una lección magistral sobre el tema de la persecución religiosa. No creo que se pueda decir tanto sobre un tema tan complejo en una homilía. Hasta nos dado ejemplo sobre cómo se predica. Una pura catequesis sobre el martirio, sobre cómo nos interpelan los mártires y sobre la persecución religiosa en los años treinta en nuestra nación. Conceptos y expresiones absolutamente claras. El sacerdote que quiera predicar de ahora en adelante sobre estos temas (en especial, para celebrar las misas de acción de gracias por los nuevos 522 mártires) ya tiene la homilía hecha. Clara y concisa.

Y para los que han aprovechado para sembrar cizaña, unas observaciones
1.       El Papa Francisco con su intervención dejó claro qué es lo que se celebraba. De acuerdo, que se están multiplicando las intervenciones y los mensajes grabados, pero el Papa no faltó a la cita.
2.      El cardenal Ángelo Amato venía como legado pontificio con toda la confianza del que lo ha enviado.
3.      Y si el Papa nombra un nuevo Prefecto, cosa que de momento no ha hecho, el cardenal Amato cumplió los 75 años el pasado 8 de junio… Que todavía alguno saldrá diciendo que el Papa lo “jubila” por su homilía.
España, bendecida por la sangre de los mártires 
 


1. La Iglesia española celebra hoy la beatificación de 522 hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: “Ahora -dice el libro del Apocalipsis de San Juan- se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo” (Ap 12, 10). Los mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará” (Lc 9, 23-24). Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2, 12).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado, la Iglesia en catorce distintas ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987, fue la beatificación de tres Carmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 de marzo de 2001, con 233 mártires; la del 28 de octubre de 2007, con 498 mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la Almudena de Madrid, el 17 de diciembre de 2011, con 23 testigos de la fe.
Hoy, aquí en Tarragona, el Papa Francisco beatifica 522 mártires, que “versaron (vertieron) su sangre para dar testimonio del Señor Jesús” (Carta Apostólica). Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este último grupo incluye tres obispos ­Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén; Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida y Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona- y, además, numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.
2. En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30 treinta, vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, destruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico. El Papa Pío XI, en la encíclica Dilectissima nobis, del 3 de junio de 1933, denunció enérgicamente esta libertina política antirreligiosa.
Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, sacerdotes, seminaristas, porque eran religiosos, religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes.
En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico italiano, en un artículo de 1933, publicado en el periódico “El Mati” de Barcelona, escribía con intuición profética, que las modernas ideologías son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones romanas (Luigi STURZO, Miscellanea londinese, vol. II, anni 19311933, Bologna 1967, p. 286. El artículo fue publicado en El Mati de Barcelona, el19 diciembre de 1933).
3. Queridos hermanos, ante la respuesta valiente y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísimos sacerdotes y seminaristas, me he preguntado muchas veces: ¿cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que renegar de la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los seminarios y en las casas de formación los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su vocación. Era una verdadera pedagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes e incluso gozosos en su testimonio supremo.
4. Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación.
La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas micidiales (mortíferas) de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.



5. Y ahora una segunda pregunta: ¿por qué la beatificación de los mártires de muchas diócesis españolas adviene (se celebra) aquí en Tarragona?
Hay dos motivos. Ante todo el grupo más numeroso de los mártires es el de esta antiquísima diócesis española, con 147 mártires, incluido el obispo auxiliar Manuel Borrás Ferré y los jóvenes seminaristas Joan Montpeó Masip, de viente años, y Josep Gassol Montseny de veintidós.
El segundo motivo nos viene del hecho que, en los primeros siglos cristianos, aquí en Tarragona, “ecclesia Pauli, sedes Fructuosi, patria martyrum, tuvo lugar el martirio del obispo Fructuoso y de sus dos diáconos, quemados vivos en el 259 d.C. en el anfiteatro romano de la ciudad.
Recordemos brevemente el martirio de estos dos primeros testigos tarraconenses, porque repropone (presenta) la dinámica esencial de toda persecución, que, por una parte, muestra la arbitrariedad de las acusaciones y la atrocidad de las torturas, y, por otra, la fortaleza sobrehumana de los mártires en el aceptar la pasión y la muerte con serenidad y con el perdón en los labios.
Tarragona, sede de una floreciente comunidad cristiana, en el siglo III fue objeto de una violenta persecución, por obra del emperador Valeriano. Fueron víctimas de ella el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. De su martirio tenemos las Actas, que nos transmiten los protocolos notariales del proceso, del interrogatorio, de las respuestas, de la condena y de la ejecución (Se puede ver el opúsclo muy bien documentado de PEDRO BATTLE y HUGUET, Santos Fructuoso Obispo de Tarragona y Augurio y Eulogio diáconos. Las Actas de su Martirio. Tarragona 1959. Estas Actas eran conocidas incluso fuera de la iglesia tarraconense. Por ejemplo, el poeta español Aurelio Prudencio, hizo una traducción detallada y fiel en el Himno VI de su “Peri stephanon” o “Libro delle corone”. Incluso san Agustín en el sermón del día de la fiesta del santo comenta el texto).
La captura de Fructuoso y de sus diáconos tuvo lugar la mañana del domingo del 16 de enero del 259. Llevado a la cárcel, Fructuoso rezaba continuamente y daba gracias al Señor por la gracia del martirio. Además, también allí continuó su obra de pastor y de evangelizador, confortando a los fieles, bautizando y proclamando el Evangelio a los paganos. Después de algunos días, el 21 de enero, los tres fueron convocados por el cónsul Emiliano para el interrogatorio. Fructuoso y los diáconos se negaron a ofrecer sacrificios a los ídolos, reafirmando su fidelidad a Cristo. Los tres fueron entonces condenados a ser quemados vivos. Llevados al anfiteatro, el santo Obispo gritó con fuerza que la Iglesia no quedaría nunca sin pastor y que Dios mantendría la promesa de protegerla en el futuro.
¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguos y modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todo nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que el gozo de Dios es perdonar... “¡Aquí está todo el Evangelio, todo el cristianismo! No es sentimiento, no es “buenismo”. Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negativa que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y éste es el gozo de Dios(Papa Francisco, Ángelus del 15 de septiembre de 2013).
Estamos entonces llamados al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y del odio. Jesús decía: “Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial” (Lc 6, 36). Conviene hacer un examen concreto, ahora, sobre nuestra voluntad de perdón. El Papa Francisco sugiere: “Cada uno piense, ahora, en una persona con la cual no está bien, con la que se haya enfadado, a la que no quiera. Pensemos en esta persona y en silencio, en este momento, recemos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona(Papa Francisco, Ángelus del 15 de septiembre de 2013). La celebración de hoy sea pues la fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz.
7. De aquí surge un segundo mensaje: el de la conversión del corazón a la bondad y a la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y del pecado.
Todos -buenos y malos- necesitamos la conversión. Todos estamos llamados a convertirnos a la paz, a la fraternidad, al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas. Así han actuado nuestros mártires, así han obrado los santos, que -como dice el Papa Francisco­ siguen “el camino de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza” (Papa Francisco, Meditación del 19 de abril de 2013).
 
Es un mensaje que concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida cristiana. Pero hay que ir contra corriente: ir contra corriente “hace bien al corazón, pero es necesario el coraje y Jesús nos da este coraje. No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto sucede sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, conversión y perdón a nuestro pecado” (Papa Francisco, Homilía del 28 de abril de 2013).
Así se han comportado los mártires, jóvenes y ancianos. Sí, también jóvenes como, por ejemplo, los seminaristas de las diócesis de Tarragona y de Jaén y el laico de veintiún años, de la diócesis de Jaén (José María Poyatos). No han tenido miedo de la muerte, porque su mirada estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la eternidad sin fin en la caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y sobreabundante la misericordia de Dios.
Perdón y conversión son los dones que los mártires nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a los corazones, la conversión crea fraternidad con los demás. Nuestros Mártires, mensajeros de la vida y no de la muerte, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y fraternidad. Será este el fruto precioso de esta celebración en el Año de la Fe.
María, Regina Martyrum, siga siendo la potente Auxiliadora de los cristianos.
Amén.

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