Jueves, 28 de marzo de 2024

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Redentoristas mártires en Cuenca (y 2)

por Victor in vínculis

Padre Julián Pozo Ruiz de Samaniego
Julián vino al mundo en Payueta (Álava) en 1903. Su padre murió cuando él era un niño, y su madre era hermana del redentorista P. Samaniego. Con el fin de apoyar su vocación misionera, es enviado al jovenado de El Espino, conocido por su madre en visitas a su hermano redentorista. Era un niño de carácter reflexivo, y desarrolló a lo largo de su vida un don para el consejo y la orientación. Pero terminados sus estudios en 1913, en lugar de ser enviado al noviciado, regresó a su casa. Sus deseos vocacionales fueron cumplidos al ser llamado al noviciado poco después, superadas las reticencias de algunos redentoristas sobre su idoneidad.
Profesó en 1920. En 1921 enfermó de tuberculosis, y fue enviado de nuevo a su pueblo natal, con el fin de que los aires conocidos le otorgaran una pronta recuperación. A los cuatro meses regresó al Teologado de Astorga. En 1923 volvió a recaer con una fuerte hemoptisis, y en esta ocasión se repuso en la comunidad redentorista de Nava del Rey. Recibió la ordenación sacerdotal en 1925, y en el verano de 1926 fue destinado a Granada, donde coincidirá con el también mártir P. Goñi, ambos condiscípulos en profesión, estudios y ordenación, que volverán a reunirse en la comunidad de Cuenca en 1936. En la ciudad de la Alhambra, el P. Pozo tuvo la oportunidad de conocer a la Sierva de Dios Conchita Barrecheguren y a su padre, futuro Siervo de Dios Padre Francisco Barrecheguren. Sus cohermanos lo tenían por un hombre sensato, apacible, sagaz y con rostro de niño. Tenía especiales capacidades para el sacramento de la reconciliación. Estaba entusiasmado con las obras de San Alfonso. De Granada pasó a Cuenca, en donde residió desde 1928.

El P. Pozo abandonó el convento el 20 de julio y fue recogido en casa de las hermanas Muñoz, junto con el H. Victoriano. Ellas les preguntan qué dirán si vienen a por ellos a la casa, y responde: “Pues presentarnos como lo que somos: religiosos y redentoristas. No tenemos mártires... ¡a ver si somos los primeros!”. Enterado el P. Pedrosa, superior de la comunidad, de la muerte de dos cohermanos el día 31 -los PP. Olarte y Goñi- dio orden de que el P. Pozo y el H. Victoriano se refugiaran en el Seminario. Su custodia estaba en manos de la Guardia Civil y se pensaban que eso garantizaba su seguridad. Pero no fue así. El 9 de agosto, el P. Pozo y el presbítero Crisóstomo Escribano, secretario del obispado de Cuenca, fueron sacados con dirección al martirio. Ambos murieron en el kilómetro 8 de la carretera de Cuenca a Tragacete, cosidos a balazos.
El P. Pozo tenía 33 años, y fue martirizado mientras rezaba, de rodillas, con un crucifijo en una mano y el rosario en la otra. Murió como si de un mártir clásico se tratase, en actitud amorosa de víctima y ofrenda. Su cadáver fue reconocido por la ropa.
 
Padre Xavier Gorosterratzu Jaunarena
Xavier nació en Urroz (Navarra) en 1877. Durante su infancia trabaja en las labores ganaderas de su familia. A los catorce años muestra deseos de hacerse religioso y es rechazado por los capuchinos de Lecároz, que le consideran demasiado mayor. Una misión de los Redentoristas en su pueblo le abre las puertas al cumplimiento de sus deseos vocacionales. Pero como tenía 16 años y sólo sabía comunicarse bien en vasco, se le orientó para profesar como hermano coadjutor.
Hizo el postulantado en Astorga (León) y el noviciado en Nava del Rey (Valladolid), lugar en el que los superiores decidieron orientar su vida hacia el sacerdocio, por claras muestras de inteligencia. Emitió la profesión religiosa como misionero redentorista el 8 de septiembre de 1896 y estudió Teología en Astorga. Fue ordenado sacerdote en 1903, y tras un corto periodo en El Espino (Burgos), volvió a Astorga como profesor de Filosofía y Ciencias. Era hombre de gran talento, pensamiento y erudición. En 1913 pasó a Pamplona, y destacó como predicador de misiones populares, en lengua vasca y en castellano. Nunca llegó a dominar bien el castellano en la conversación, lo que no le ocurría escribiendo. Publicó dos obras históricas, y compuso un manual inédito de filosofía. En 1927 se le destinó a Madrid, a la Basílica Pontifica de San Miguel, de la que saldrá tres años después para Pamplona. El 6 de enero de 1933 fue enviado a Cuenca con carácter provisional (estaba a punto de viajar a Roma para estudiar en los Archivos Secretos del Vaticano la personalidad de fray Bartolomé Carranza), pero allí vivirá el desenlace de su vida, dando la vida por la abundante redención.
El 22 de julio de 1936 se escondió en el domicilio de don Elpidio Miranzo, amigo de la comunidad. El 28 se trasladó al Seminario, refugio de religiosos y sacerdotes, creyendo que sería un lugar más seguro. Varios testigos narran cómo continuó ejerciendo su servicio sacerdotal entre los refugiados, animándoles a dar la vida si fuese necesario, con plena conciencia de la posibilidad de un próximo martirio. Llegaron confidencias sobre su futuro fusilamiento el 8 de agosto, pero se retrasó hasta el día 10. Lo sacaron del Seminario a las 2 de la madrugada del día 11, para ser ejecutado, atado al H. Victoriano. Ambos entregaron su vida cerca del cementerio de Cuenca.
El reconocimiento de su cadáver no tuvo dificultades, ya que el sepulturero se había tomado la molestia de anotar los datos de los ejecutados. Su cadáver estaba bien conservado, con sangre en los pies del ataúd, con la carne flexible. Sus restos y los de sus compañeros, fueron trasladados posteriormente a Madrid. Actualmente están en la capilla de la coronación de la Parroquia-Santuario del Perpetuo Socorro de la capital.
 
Hermano Victoriano Calvo Lozano
Se llamaba Víctor y había nacido en Horche (Guadalajara) el 23 de diciembre de 1896. Él mismo señaló a su madre como su educadora en la fe, y dijo que de niño fue iniciado en lecturas piadosas. La lectura de la Regla de San Benito sembró en él la semilla de la vocación religiosa. Pero la dificultad de encontrar a alguien que pudiera orientar su espíritu dejó dormido su ideal monástico. Con motivo de la muerte de su madre volvió a plantearse entregar la vida al Señor. No sabe muy bien cuál es la voluntad de Dios. Participa con entusiasmo en la santa misión que predicaron los Redentoristas en su pueblo. Él se suscribió a la revista “Perpetuo Socorro” y adquirió libros de San Alfonso.
Su afición a la lectura espiritual le hizo plantearse estudiar para sacerdote, pero se veía con demasiada edad. Además, sus obligaciones con su familia y sus recursos no bastaban para pagarse los estudios. No descartó el hacer la carrera militar y que, a través de ella, pudiera pasarse a los estudios eclesiásticos. Mientras hacia el servicio militar en Madrid, se acercó a los Redentoristas de la calle Manuel Silvela, el Santuario del Perpetuo Socorro, en varias ocasiones, pero cuando iba a tocar la campana, rápidamente se arrepentía y daba la vuelta. Su padre rechazó sus ideas vocacionales cuando le fueron reveladas. Fue el cura de su pueblo quien escribió a los Redentoristas solicitando su ingreso.
Finalmente, el 31 de marzo de 1919, Víctor abandonó su hogar y su pueblo sin despedirse de nadie. Dejó sobre la cama una carta que explicaba su marcha. Profesó como Hermano Coadjutor Redentorista el 13 de noviembre de 1920, con el nombre de Hermano Victoriano. En 1921 fue destinado a la comunidad redentorista de Cuenca. Primero fue hortelano, y también sacristán y portero. Se ofreció para ir a las misiones de China. Era silencioso, pero profundo. Un dato destacable es que fue director espiritual de una joven comprometida con la Iglesia de San Felipe, desde 1929. Para ella escribió retiros espirituales y otras obras que se conservan como testimonio de su especial carisma, que se añade a la heroicidad de su destino martirial.
El 20 de julio de 1936 se escondió en el domicilio de las Hermanas Muñoz. Después de conocer que los PP. Olarte y Goñi habían sido fusilados, el H. Victoriano se refugió en el Seminario con el P. Pozo. Allí corren rumores de ejecuciones el día 8 de agosto. El P. Pozo fue asesinado el día 9. A las 2 de la madrugada del día 11, con las manos atadas, en compañía del P. Gorosterratzu, fue conducido al cementerio de Cuenca. Entregó su vida al Redentor en silencio, sin negar su fe y su condición de religioso.
En sus restos podía verse destrozado el tórax, lo que hace suponer que después de muerto los milicianos se ensañaron con su cadáver. Fue trasladado, junto a sus compañeros, a Madrid, donde reposan sus restos en la actualidad.
 
Padre Pedro Romero Espejo
Pedro era oriundo de Pancorbo (Burgos) y nació en 1871. En el pueblo hubo misiones de jesuitas y redentoristas durante sus años mozos. Su padre lo puso a estudiar latín con el fin de llevarlo a un convento, ya que el muchacho decía tener vocación sacerdotal. Ingresó en El Espino, muy cerca de su localidad natal. Emitió su profesión religiosa como misionero redentorista en Nava del Rey, el 24 de septiembre de 1890. Ordenado sacerdote, fue destinado desde 1896 a la predicación de misiones populares. Residió en Astorga la primera década del siglo XX.
El P. Romero tuvo que aceptar con humildad sus limitaciones. Dicen las crónicas que tenía un tono de voz desagradable, que su estilo predicando era anticuado y que no era lo suficientemente flexible en su mentalidad como para adaptarse a las difíciles situaciones que planteaban los lugares a los que iba. Como religioso era muy observante, pero ese hecho no despertaba precisamente simpatías a su alrededor. Sus compañeros destacaban su espíritu de pobreza, su seriedad y su timidez. Su vida no era precisamente lo que esperamos de un santo: simpatía, admiración de las gentes, afabilidad, benignidad, grandes cualidades, etc. De hecho, los superiores decidieron desligarlo de la pastoral extraordinaria por no considerarlo cualificado.



            Pero Dios actúa con criterios que no son los humanos, y este hombre padeció por causa de su fe y de su condición de religioso sacerdote. Sus miedos se transformó en heroicidad en la persecución religiosa. Bien es verdad que le costó mucho aceptar el mandato del superior de la comunidad de Cuenca de abandonar el convento y de no volver a él a partir del día 23 de Julio de 1936. Se refugió en las Hermanitas de los Pobres como si fuera un anciano más. Allí celebraba la eucaristía y atendía a las peticiones que le llegaban de asistencia religiosa. En agosto de 1937 el asilo quedó bajo el control de la CNT, y los ancianos buscan refugiarse en casas particulares. El P. Romero se escondió en casa de la señora Herráez, pero su suegra le denunció, y es llamado a comparecer ante el gobierno civil. Declaró tranquilamente su condición de redentorista. El veredicto fue incluirlo en la asistencia social, quizás por su precario estado y avanzada edad. Abandonó la casa de Beneficencia, en la que burlas y blasfemias atormentaban su carácter. Desde entonces, vivió mendigando por las calles de la ciudad, con el rosario y el crucifijo a la vista. Rehusó la acogida en domicilios particulares, para no ponerlos en peligro, y siempre que se llamaba para administrar sacramentos, acudía sin tardanza.
Un año vivió como mendigo. Su salud se quebrantaba poco a poco. En mayo de 1938 fue encarcelado por desafecto al régimen. Un joven sacristán, llamado Gabriel Lozano, le cuidó en la cárcel y testificó sobre los últimos días del P. Romero. Enfermó de disentería. Le llegó notificación de una próxima liberación, pero a los pocos días fue anulada. Finalmente, se le presentó una enterocolitis, y murió, a consecuencia de los padecimientos sufridos en la persecución.

           En ningún momento renunció a su condición creyente, consagrada y sacerdotal, como se ve en su biografía. Aunque no fue asesinado, el desenlace de su vida fue reconocido como martirial por el tribunal que investigó la causa del martirio de los redentoristas muertos en Cuenca durante la persecución religiosa.


Información obtenida en las páginas de los redentoristas:

http://testigosdelaredencion.blogspot.com/p/martires-de-cuenca.html

http://www.redentoristas.org/martirescuenca.html
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