Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Seminaristas claretianos de Cervera

por Victor in vínculis

Persecución Religiosa en Cervera
El día 21 de julio de 1936 la muy numerosa Comunidad Claretiana de Cervera recibió por teléfono de parte del alcalde de la ciudad la orden de desalojar el edificio de la antigua Universidad, en el plazo de una hora.




          La Comunidad salió por la puerta de la huerta, y se dispersó en diversos grupos: 21 se quedaron en Cervera -parte en el Hospital, parte en familias conocidas-, y los restantes (15 Padres, 44 Estudiantes, 25 Hermanos y 38 Postulantes), subieron a unos autobuses que les esperaban en la calle enviados por el Ayuntamiento.
Estos atravesaron la ciudad camino de Sant Ramón y llegaron hasta Torá, con intención de dirigirse a Solsona, pero los revolucionarios de esta ciudad no los admitieron, y los autobuses volvieron ya de noche a San Ramón, en cuyo convento Mercedario dieron asilo a los fugitivos. Allí pasaron la noche y en la misa del día siguiente, celebrada a primera hora, los jóvenes renovaron sus votos religiosos, y algunos hicieron la profesión perpetua. El día 23 por la mañana se dispersaron nuevamente. Los Estudiantes y algunos Hermanos emprendieron el camino de Mas Claret, finca claretiana a 7 km. de Cervera.
 
Padre Manuel Jové
Llegados a Mas Claret resolvieron dividirse en grupos. Uno formado por el P. Manuel Jové y 14 jóvenes estudiantes profesos salió el día 24 por la tarde camino de Vallbona de les Monges, pueblo natal del P. Jové. Al anochecer llegaron a Montornés, siendo bien recibidos por los vecinos, atendidos en el café del pueblo, y acogidos después por diversas familias, pudieron cenar y descansar. En una casa dejaron una fotografía colectiva con una crucecita identificando a los dos huéspedes. "Guardadla bien. Pronto seremos mártires".
El sábado día 25 a primera hora salieron de Montornés. Pasaron por Guimerà, y, ya cerca del santuario de La Bovera tomaron la precaución de ir de dos en dos y separados a distancias de diez minutos.
No les valió la cautela, pues fueron descubiertos por vigilantes de Ciutadilla (Lleida), que salieron a su encuentro y apresaron a los dos últimos. Les condujeron al pueblo entre fusiles, y avisaron por teléfono al comité de Sant Martí de Maldà para que saliera al paso del resto de religiosos.
Los encontraron descansando a la sombra de un roble, a tres kilómetros de Rocafort. Eran doce estudiantes, porque el P. Jové se había adelantado hasta el pueblo para planificar con un amigo suyo el hospedaje de todo el grupo. Estando este amigo con el presidente del Comité local agenciando los pases necesarios, llegaron a Rocafort los del Comité de Ciutadilla y de Sant Martí, en busca del P. Jové. El buen amigo volvió aprisa a su casa e intentó convencer al P. Jové, para que se escapara por la puerta trasera pues lo matarían. Fue inútil. Cuando supo que todos sus estudiantes estaban ya detenidos en el centro socialista de Ciutadilla, dijo: “-Tengo sobre mí su responsabilidad y no los puedo abandonar”; y fue a entregarse a los del Comité.
 
Presos en el centro socialista de Ciutadilla
Los de Ciutadilla les dieron de comer, y queriendo desentenderse de su suerte, que preveían trágica, llamaron a Cervera y Lleida. El Comité de Cervera dijo que ellos ya habían hecho su trabajo echándolos de la ciudad, pero los de Lleida respondieron que enviaban de inmediato por ellos a gente “bregada y dispuesta a todo”.
A media noche se presentaron dos coches del Comité de Lleida. Sus ocupantes, después que cenaron y bebieron copiosamente, anunciaron a voz en cuello: “Ahora vamos a divertirnos un rato con éstos”. La diversión de sangre duró 4 horas.
Tras un registro furibundo, les encontraron rosarios, cilicios y crucifijos. Al P. Jové le arrancaron el crucifijo que lleva en el pecho y se lo tiraron al suelo para que lo pisotee, pero él responde: “¡Antes morir!”. Se lo dieron a besar y de un puñetazo que le hizo sangrar, intentaron metérselo por la boca.
En el trascurso de aquellas cuatro horas al P. Jové le desabrocharon la ropa, le hicieron bajar los pantalones, y cuando iban a mutilarlo en las partes genitales uno del pueblo se opone, y les hace desistir de la mutilación, pero sin poder evitar que hagan un nuevo corte al P. Jové, con renovado y abundante derramamiento de sangre que le mancha la ropa interior.
Los catorce jóvenes son también objeto de diversión. A unos intentan hacerles tragar el rosario que llevan, a otros les pegan entre burlas y blasfemias. Vocerío, golpes, bofetadas, apaleamiento es lo que oyen horrorizados los vecinos del pueblo. En uno de estos terribles golpes la víctima sale despedida contra el cristal de la ventana con tal fuerza que el cristal salta hecho añicos. Abren el maletín del P. Jové y sacan un "preservativo" que los milicianos mismos habían metido en él un rato antes. Los milicianos cogen del bolsillo del joven Lluís Plana la fotografía que lleva consigo de su hermana María, religiosa de Santa Joaquina Verduna, superiora en el vecino Colegio de Verdú, y la presentan como "su querida".
Un testigo del pueblo, hombre de izquierdas, dirá: -“Éstas barbaridades no deben hacerse a nadie”- y al volver de madrugada a casa le confesará a su madre: “-Nada temo sobre las responsabilidades de lo que está pasando en el pueblo, pero sí por lo que he visto esta noche”.
A las ocho de la mañana del domingo 26, y atados por los codos de dos en dos, salieron de la sala, y a empujones los echaron escalera abajo entre burlas y carcajadas.
Arrastrados hasta el camión, se les lanza como si fueran fardos. Se sentaron en cuclillas formando dos hileras a lo largo del vehículo y un miliciano, sin desatarles los brazos, les fue atando también, de dos en dos, por las piernas.
El camión se para dos horas en Verdú. El sol de julio atraviesa el toldo de lona. Y los mártires se asfixian. Piden agua para beber y el centinela de turno desata a uno de los quince que pasa a cada uno el anchuroso botijo típico de Verdú. Siguen en silenciosa oración y profunda meditación. Los vecinos los contemplan estremecidos.
Pasadas dos horas, el camión arranca, y a las cuatro de la tarde del domingo llegan al control de Lleida.
-“¡Buena redada!, pero ¿para que los traéis aquí? El cementerio está allá atrás…
-Nada de eso, los del Comité de Lleida tienen mucho trabajo, así que atrás… ¡y listo!
 
Nosotros sabemos que morimos por Cristo
Retrocedió el camión y cuando llegó al cementerio de la ciudad de Lleida, un gentío estaba esperándolos. Desatados solamente de los pies, pasaron silenciosos y serenos entre miradas hostiles. Llevaban a los quince misioneros hasta la pared de las ejecuciones, seguidos de un piquete de unos cuarenta escopeteros. Cierran la verja y ante su reja se agolpan gentes desalmadas que no quieren perderse el espectáculo.
El P. Jové los bendice y anima: “-Ellos sólo saben que nos matan, pero nosotros sabemos que morimos por Cristo, ¡Viva Cristo Rey!” Le pusieron el primero de la fila, y el sepulturero testificará que mientras alineaban a los demás para fusilarlos, preguntaban en son de broma a cada uno:
-Tú, tan joven, ¿también quieres morir por Dios?
-Sí, yo también muero por Cristo.
Dispararon primero sobre el P. Jové y tres jóvenes, que lanzaron el grito de “¡Viva Cristo Rey!”, mientras los contemplaban los otros once. Después de estos cuatro mataron a cuatro más, y después a otros cuatro, y por último a tres. Al cabo de un rato se oyeron unos disparos aislados de pistola.
Eran las dos de la tarde del 26 de julio, fiesta de santa Ana, cuando los cuerpos de los quince mártires claretianos eran llevados a la fosa común, mientras sus almas habían ya subido al Cielo. Fue imposible su identificación y traslado al mausoleo de los mártires claretianos en el propio cementerio, porque fueron de los primeros enterrados en la fosa común, en la que se amontonaron después al menos dos capas más de víctimas encima de ellos, con un total de unos quinientos cadáveres.
Sus restos no pueden ser venerados, pero sí sus nombres glorificados y se puede pedir su intercesión.

            Son éstos:
Onésimo Agorreta Zabaleta, CMF (20 años).
Amado Amalrich Rasclosa, CMF (24 años).
Javier Amargant Boada, CMF (19 años).
Pedro Caball Junca, CMF (19 años).
José Mª Casademont Vila, CMF (21 años).
Teófilo Casajus Alduan, CMF. (21 años).
Antonio Cerda Cantavella, CMF (20 años).
Amadeo Costa Prat, CMF (20 años).

José Elcano Liberal, CMF (22 años).
Luis Hortos Tura, CMF (19 años).
Manuel Jové Bonet, CMF (40 años).
Miguel Oscoz Arteta, CMF (24 años).
Senén López, CMF (21 años).
Vicente Vázquez Santos, CMF (20 años).
Luis Plana Rabugent, CMF. (22 años).
 
En este mismo día 26, derramaron también su sangre por Cristo los claretianos:
P. Gumersindo Valtierra Alonso, CMF. Superior de la residencia de Barcelona- Ripoll, detenido en plena calle, consumó su martirio el 26 de julio. Francesc Xavier Surribas Dot, CMF y Joan Costa Arnau, CMF, ambos de la Comunidad de La Selva del Camp (Tarragona) asesinados en Lleida.
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