Jueves, 28 de marzo de 2024

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El Santo Niño de La Guardia (y 3)

por Victor in vínculis

Su culto comenzó muy temprano, pues ya en las visitas eclesiásticas, a partir de 1501, hallamos referencias a los santuarios constituidos en los lugares donde el tierno niño padeció o fue enterrado y La Guardia le tomó por Patrón, celebrando fiesta solemne así en el día de los Santos Inocentes como el 25 de marzo o en la semana de quasimodo; desde 1580 se votó para en adelante la celebración el 25 de septiembre de cada año.

Procesión del Niño de la Guardia por el Claustro de los Reyes del convento dominico de Santo Tomás de Ávila (foto de Mayoral Fernández tomada en 1945). Un cronista de la Orden informaba de que en el S. XVII que los Reyes Católicos habían donado una Hostia que habían intentado profanar unos judíos de La Guardia, y fue consagrada en 1488, antes del auto celebrado en 1491: “La Hostia consagrada fue tomada con gran reverencia y llevada por orden de los Reyes Católicos y los inquisidores fue puesta en el Sagrario del Altar Mayor del Real Monasterio de Santo Tomás donde hoy se ve...”. Esta reliquia fue conocida en su época como “Sacramento de los Herejes” y custodiada en una cajita de nácar que la princesa Margarita donó con este fin.

También las autoridades religiosas dieron reiteradas pruebas de devoción hacia el mártir; así el cardenal Siliceo, que en 1547 alegaba en abono de su Estatuto de limpieza la crucifixión de aquél, y el cabildo de la Iglesia primada, que en 1613 pedía a varios cardenales y a la Congregación de Ritos licencia para rezar al inocente mártir a lo menos en todo el arzobispado toledano.
Al arzobispo Alonso de Fonseca se debe el encargo del antiguo retablo que se puso en la cueva de la crucifixión, así como al cardenal Lorenzana el haber mandado pintar, de la diestra mano de Francisco Bayéu, el martirio del niño en los claustros de la Catedral Primada.


 
Debido al mal estado de las pinturas del Claustro de la Catedral de Toledo el arzobispo Francisco de Lorenzana, aconsejó su reposición, para lo que se acudió a los maestros entonces de más fama, Francisco Bayéu y Mariano Salvador Maella, ambos pintores de cámara, quienes ejecutaron entre los años 1776 y 1782 trece composiciones pictóricas.
La que nos interesa se encuentran en la puerta del Mollete llamada así -aunque también se la conoce como puerta de la Justicia o puerta del Niño Perdido- porque en ella se daba diariamente a los pobres un auxilio consistente en una limosna de pan cocido en piezas entonces llamadas “molletes”. Se trata de una puerta gótica, con elementos mudéjares, labrada por Alvar Martínez durante el pontificado del Arzobispo D. Sancho de Rojas (14151422), enmarcada por la parte interior por el fresco llamado “Rapto del Santo Niño”.

La pintura representa el rapto del niño Cristóbal, parroquiano de San Andrés, y su crucifixión por los judíos raptores en el vecino pueblo de La Guardia, cercano a Toledo. Al lado izquierdo de la puerta, se ve a dos hombres tocados con turbante y sombrero que se llevan por la fuerza al niño, que se resiste. A la derecha, el niño está clavado en la cruz, mientras un hombre que lleva en la boca un cuchillo desciende, con el corazón del niño en la mano, por una escalera y otro hombre que está de pie le observa o parece conversar con el anterior. Fondo de paisajes con árboles. En lo alto, la gloria con unos ángeles que bajan al Santo Niño la palma del martirio. La parte inferior de la pintura se perdió hace tiempo pero en el museo catedralicio se guarda el boceto o borrón de la pintura que está fechado en el año 1776.
 
Consta asimismo de la admiración que le profesaron monarcas como Fernando V, Carlos I y Felipe II. Como ya dijimos, el papa Pío VII confirmó su culto en 1805.
Carecemos de espacio para aludir siquiera debidamente al cúmulo de milagros que desde el mismo momento de la sangrienta muerte del mártir se atribuyeron a su mediación: la devolución de la vista a su madre ciega, las cuatro curaciones obradas con ciertas personas de Alcázar de Consuegra al comenzar el 1492; un tullido, una mujer con la boca torcida hacía más de dieciocho años, un sordo total y una pobre ciega, aparte de otros mil prodigios referentes a niños quebrados y enfermos de todas clases cuya curación detallan los rótulos que sobre cada caso pendían del santuario de La Guardia.
También la poesía, así latina como castellana, cantó la pasión del infante toledano, a quien se refiere el popular romance:
Del Quintanar y Tembleque
se parten ocho judíos
Con dañados corazones
en busca del santo niño.
Y no es de extrañar que, al ponderar don Francisco de Quevedo en el memorial por el patronato de Santiago cuánto le sobra al Niño de La Guardia para copatrón y aun para patrón de España, escribiese al rey: “No es traslado de la pasión de Cristo en una parte, es un original espantoso, con exceso de azotes en falta de años. Este es, Señor, grande abogado que puede interceder a Dios, como no puede otro alguno, por la pasión que Cristo pasó por él y por la que él pasó por Cristo”.

El convento de Trinitarios de Torrejón de Velasco (Madrid), además de casa de religiosos, era noviciado, un centro de formación donde se instruía en Filosofía y en el pensamiento teológico cristiano a los novicios que deseaban tomar los hábitos y profesar. Uno de los más destacados oradores y escritor fue Fray Antonio de Guzmán, nacido en la Villa de Torrejón de Velasco,
Su obra “Historia del Inocente Trinitario Santo niño de la Guardia”, recoge el macabro suceso del asesinato del niño conocido como Juan (o Cristóbal, como le llamaban sus captores), de unos 4 años de edad, secuestrado en la Puerta del Perdón de la Catedral de Toledo por Juan Franco, vecino de La Guardia ayudado por unos judíos, en agosto de 1490.


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