Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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22h del 25 de octubre, en la Cruz Cubierta de Alzira

por Jorge López Teulón

Cuando estalla la persecución religiosa, en un hogar de Alzira (Valencia), una anciana de 83 años reúne a sus hijas, a las que había visto partir para consagrarse al Señor. Sor María Jesús, Sor María Verónica y Sor María Felicidad son clarisas capuchinas. Las tres llevan ya varios días en la casa natal. La última en llegar es Sor Josefa de la Purificación que decidió hacerse agustina descalza. Todas juntas hicieron durante varios meses vida auténticamente monástica, guardando la clausura, rezando el oficio divino y respetando las horas de silencio y recogimiento.
 
A ejemplo de la madre de los macabeos
El 19 de octubre de ese mismo año, hacia las cuatro de la tarde, un grupo de cuatro milicianos se presentó en la casa para llevarse a las religiosas. Su madre no quiso separarse de sus hijas, y todas juntas fueron encerradas en el convento cisterciense de Fons Salutis, convertido en cárcel. Allí pasaron una semana esperando la muerte. Los carceleros intentaron apartarlas de su consagración con halagos y promesas, pero ellas rechazaron indignadas sus propuestas.
A las 10 de la noche del día 25, fiesta de Cristo Rey, las cargaron en un camión y a la entrada de Alzira, en el término conocido con el nombre de “Cruz Cubierta”, las fusilaron una tras otra. Los milicianos habían pensado comenzar con la madre, pero la intrépida heroína les rogó que comenzaran con sus hijas y luego podrían seguir con ella. “Quiero saber qué hacéis con mis hijas. Si las vais a fusilar, matadlas primero a ellas y después a mí. Así moriré tranquila”.
Y después, a ejemplo de la madre de los Macabeos, volviéndose hacia sus hijas las alentó a no traicionar en el momento de la prueba el amor del esposo. “Hijas mías, sed fieles a vuestro esposo y no consintáis en los halagos de los hombres”. Momentos después veía cómo los cuerpos de sus hijas rodaban uno tras otro por el suelo, víctimas del plomo asesino.
Un testigo declara que también las animó con estas palabras: “-Hijas mías, no temáis, esto es un momento y el Cielo es para siempre”. Cuando le llegó su turno, los milicianos la increparon:
-“Oye vieja, ¿tú no tienes miedo a la muerte?”.
Pero ella contestó:
Toda mi vida he querido hacer algo por Jesucristo y ahora no me voy a volver atrás. Matadme por el mismo motivo que a ellas, por ser cristiana. Donde van mis hijas voy yo”.


Los milicianos llevaron los cuerpos de las cinco mártires al cementerio de Alzira. El 2 de julio de 1939 fueron trasladados al de Algemesí. Luego los sepultaron en la cripta del convento de Fons Salutis y, por último, el 16 de abril de 1961, los depositaron en la iglesia parroquial de San Pío X de la misma localidad. En diciembre de 1958 el proceso sobre su martirio confluyó, a ruegos del postulador de los agustinos recoletos, en el del capuchino Aurelio de Vinalesa y compañeros mártires, y el 13 de abril del año siguiente el arzobispo de Valencia dio por concluida su primera fase.


 
 
Beata María Teresa Ferragud Roig
María Teresa Ferragud Roig nació en Algemesí (Valencia) el 14 de enero de 1853. Mujer piadosa y sencilla, se casó a los 19 años con Vicente Silverio Masiá; de oficio agricultor era un hombre bueno y piadoso, con el que compartía la convicción de forjar una familia fundada en los valores de la fe.
El Señor concedió al matrimonio Masiá Ferragud nueve hijos, a los que educaron con cariño y dedicación. Las responsabilidades que implicaba atender y educar a su numerosa prole y a su esposo, no fueron obstáculo para que María Teresa participara diariamente de la celebración de la Santa Misa, de la que se nutria para poder vivir el amor en su vida familiar.
Fue devota también del Santísimo Sacramento, del Sagrado Corazón de Jesús, del rezo diario del Rosario; mujer caritativa, ayudaba a los más necesitados a través de la Conferencia de San Vicente de Paul, la cual llegó a presidir. María Teresa entendió que la fe era para la vida y su vida era fundamentalmente ser esposa y madre.
Los testigos hablan del fervor y recogimiento que reinaba en su casa. Era voz común que “en su familia eran todas unas santas”. La abundante floración vocacional con que Dios la bendijo confirma esa opinión. Su único hijo profesó como capuchino con el nombre de Serafín de Algemesí y cinco de las seis hijas ingresaron en conventos de clausura. María Vicenta, María Verónica y María Felicidad lo hicieron en el convento capuchino de Agullent (Valencia); otra, de nombre desconocido, en San Julián de Valencia; y nuestra María Josefa en las agustinas descalzas de Benigánim. Sólo Purificación quedó en siglo.
El padre murió el 31 de julio de 1916.
 
Beata María Jesús Masiá Ferragud
Vicenta nació en Algemesí (Valencia) el 12 de enero de 1882, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 26 de enero de 1902. Al inicio de la revolución española se vio obligada a abandonar el monasterio, y se refugió en casa de su madre en Algemesí. Ella y sus tres hermanas contemplativas fueron detenidas por los milicianos, y su madre quiso acompañar y compartir la suerte del martirio de las hijas. Las 5 fueron encerradas en un convento convertido en cárcel y luego fusiladas.
 
Beata María Verónica Masiá Ferragud
Joaquina nació en Algemesí (Valencia) el 15 de junio de 1884, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 26 de enero de 1904 y la profesión solemne en 1907. Compartió el martirio de su madre y sus tres hermanas.
 
Beata María Felicidad Masiá Ferragud
Felicidad nació en Algemesí (Valencia) el 28 de agosto de 1890, y fue fusilada en la Cruz Cubierta de Alzira (Valencia) el 25 de octubre de 1936. Profesó en el monasterio de Capuchinas de Agullent (Valencia) el 20 de abril de 1910. Compartió el martirio de su madre y sus tres hermanas.


 
Beata Josefa de la Purificación Masiá Ferragud
Raimunda nació en Algemesí (Valencia) el 10 de junio de 1887. Hizo sus estudios primarios en el colegio Santa Ana de su pueblo. De joven llevó una vida retirada como todas sus hermanas, y muy pronto se sintió llamada a la vida religiosa. Visitaba la iglesia a diario, comulgaba con frecuencia y se encargaba de adornar el altar del Sagrado Corazón.
El 2 de febrero de 1905 vestía el hábito de agustina descalza en Benigánim (Valencia), tomando el nombre de Josefa de la Purificación; al año siguiente pronunciaba sus votos. En el convento descolló por su amor a la vida religiosa. Sus compañeras destacan su laboriosidad, silencio y espíritu de pobreza. Fue priora de la comunidad durante un trienio (1932-35) y al estallar la guerra desempeñaba el oficio de maestra de novicias.
En julio de 1936 quiso permanecer en su amado convento, pero al no encontrar quien secundara sus deseos, hubo de abandonarlo, buscando refugio en casa de su madre. En ella se hallaban ya recogidas sus hermanas capuchina.
 


 

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