Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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¿Pero puede un Papa "dimitir"?

por Luis Antequera

 
            O por mejor decir, "abdicar" o "renunciar", que son las palabras que, probablemente, sean las más adecuadas al caso.
 
            Después de que el tema de la abdicación papal diera lugar a regueros de tinta durante los últimos días del pontificado de Juan Pablo II, en un curioso proceso en el que vimos opinar a favor de ella a las personas que con mayor petulancia se habían jactado siempre de “pasar olímpicamente” de las cosas de la Iglesia, han venido a suscitar similar polémica unos rumores a los que da pábulo el diario italiano Libero en la noticia que titula “El Papa, tentado a dimitir”. Lo que, por nuestra parte, nos conduce a la cuestión con la que iniciamos este artículo: ¿pero puede el Papa dimitir?
 
            Lo primero que se ha de decir es que el Santo Padre está perfectamente capacitado para, efectivamente, abdicar o renunciar al trono de Pedro. Así lo aclara expresamente el artículo 332 §2 del Código de Derecho Canónico vigente:
 
            “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”.
 
            Texto que, en su brevedad, contiene, sin embargo, dos importantes implicaciones: primero, que efectivamente el Sumo Pontífice puede renunciar al trono de Pedro. Pero segundo, y no menos importante, que de la renuncia del Papa no corresponde entender a nadie sino a él, en otras palabras, no "se la presenta" a nadie, sobre la base de que no existe en la tierra autoridad superior a la suya.
 
            Tal solución se la debemos al Papa Bonifacio VIII (12941303), quien en el Liber Sextus, emite el siguiente decreto:
 
            “Depende del Romano Pontífice renunciar al papado con honor, especialmente cuando se reconoce él mismo incapaz de regir la Iglesia Católica Universal y considerando la carga que esto supone para el Sumo Pontífice" (op. cit. 1, 7, 1).
 
            La emisión del decreto no es, en modo alguno, casual, pues nace justamente para dar respuesta y aval a la renuncia papal considerable como la más importante en la historia del pontificado: la de Celestino V (1294), -predecesor, a la sazón, de Bonifacio VIII-, un ermitaño que había vivido cinco años en una cueva en el monte Morrone, el cual, una vez elegido Papa, se sintió incapaz de soportar el peso de la tiara papal, y tras cuatro meses de pontificado, renunció con la intención de volver al monte, aunque fue encerrado en la fortaleza de Fumone en la que murió. Todo lo cual le valió la santidad, pues  apenas veinte años después de morir, fue canonizado en 1313. Precisamente una oración realizada a los pies de su tumba en Aquila, dio pábulo, en su día, a los rumores sobre una posible renuncia del Papa Pablo VI (19631978), quien, sin embargo, y como es bien conocido, nunca la puso en práctica, siendo Papa hasta el día en que murió.
 
            No es Celestino V, sin embargo, el último Papa que haya abandonado por propia decisión, antes de morir, el trono de Pedro. Aunque en circunstancias muy diferentes, posteriormente a él aún lo hará Gregorio XII (14061415), éste sí, el último Pontífice en ejercitar dicha prerrogativa, el cual abdicó, al parecer voluntariamente, en pleno Cisma de occidente, situación en la que la Iglesia llegó a contar hasta con tres papas a la vez. La abdicación, ocurrida el 4 de julio de 1415, posibilitaba la reunificación del papado, que tendría lugar dos años después en la persona de Martín V (14171431).
 
            Antes que ellos, determinar si el final del Papa es por verdadera renuncia o más bien por deposición, si se trató efectivamente de Papa o de antipapa (hay pontífices en la historia de la Iglesia que son Papas en un determinado período y antipapas en otro), es, generalmente, complicado. Se suelen citar como papados en los que su titular realizó algo parecido a una abdicación (más o menos "inducida" o "ayudada" según el caso) los de Juan XII (955-964), León VIII (963-965), o Benedicto V (964-966), todos ellos pertenecientes a la época más oscura de la historia del papado. Oscura en el doble sentido de la palabra, tanto por lo corrupto de su conducta, como por la falta de fuentes existentes.
 
            Caso no menos especial es el ocurrido entre los años 1032 y 1048 en los que se alternaron en el papado Benedicto IX, que ocupó el solio pontificio en hasta tres ocasiones (10321044; 10451045; 10471048), y Silvestre III (1045) y Gregorio VI (10451046), los que lo ocuparon en las vacancias del anterior.
 
            En momentos más pretéritos de la historia de la Iglesia, pudieron también haber realizado actos rayanos en la renuncia, como siempre más o menos “inducida”, los papas San Ponciano (230-235), San Silverio (536-537) y San Martín I (649-655). Y con toda probabilidad, algún papa más que nos estemos dejando en el tintero. Pero en todo caso, como vemos, muy antiguos.
 
 
 
 
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