Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Blog

Madrugada del 5 de septiembre, en las carreteras próximas a Sabadell

por Jorge López Teulón

Al hablar de la persecución religiosa española en los años 30 y de la Congregación de los Misioneros del Corazón de María, fundados por San Antonio Mª Claret, llamados claretianos, normalmente pensamos en el testimonio de los Mártires de Barbastro. Sin embargo, esta Congregación tuvo en total 271 mártires en esa persecución marxista.
En internet podéis leer la obra “Los mártires Claretianos”. Se trata de la historia de los 271 Misioneros Claretianos martirizados en la Revolución Española de 1936 por el Padre Pedro García, misionero Claretiano
 
Los mártires de este día pertenecen a la Causa titulada de los Siervos de Dios Mateu Casals Mas, Teófilo Casajús Alduán, Ferran Saperas Aluja y 106 compañeros de los Misioneros del Corazón de María (Claretianos) de Barcelona, Lérida y Valencia. Originalmente está compuesta por siete procesos diferentes que se unificaron el 13 de septiembre de 2006.
Hoy hacemos memoria de los Siervos de Dios P. Manuel Casals y compañeros, mártires de la comunidad de Sabadell (Barcelona). De los once misioneros que constituían la comunidad claretiana de Sabadell, siete de ellos fueron mártires en el verano de 1936. Se trata del grupo formado por el P. Mateo Casals, superior de la comunidad, los PP. José Puig, José Reixac, Juan Torrents, y los Hnos. José Clavería, Juan Rafí, José Solé y José Cardona. Murieron como mártires, en solitario, los PP. José Reixac y Juan Torrents.
Aparte de los que fueron martirizados solos, el resto fueron detenidos en el mismo día en sus diversos alojamientos y conducidos a una pequeña prisión donde mantuvieron un ritmo de vida comunitaria muy parecida al acostumbrado. Al anochecer del día 4 de septiembre de 1936 unos catorce hombres armados interrumpieron con alboroto en la prisión y fueron llamando uno por uno a todos los prisioneros. Al amanecer del día 5 yacían por las carreteras los restos de aquellos misioneros junto con algunos otros en un total de diecisiete cadáveres. Fueron mártires en el silencio, la fidelidad, la fraternidad, la oración incesante y la paz de los que mueren en el Señor.
Así nos lo explica el Padre Pedro García, cmf
 
Sabadell
A principios del siglo XX fue junto con Tarrasa la ciudad de la industria textil por excelencia, constituyendo el motor industrial de un territorio pobre por naturaleza. La población se multiplica por ocho y la ciudad experimenta un gran impulso industrial, sobre todo en el textil y la metalurgia y moderniza su economía con los servicios. Sabadell dista nada más que veinte kilómetros de Barcelona. Los Claretianos regentaban en lo más céntrico de la Ciudad una iglesia que ha sido siempre un fuerte imán de las almas, porque en ella encontraban piedad y culto esmerado, pero sobre todo unos sacerdotes siempre dispuestos a atender en el ministerio de la Confesión. Los Padres, que eran ocho, casi todos ellos de edad provecta, estaban hechos a la medida para este servicio tan importante. Les ayudaban en las tareas de la casa, perfumando de santidad el ambiente de la Comunidad, tres Hermanos muy ejemplares en los que Dios tenía puesta su mirada especial para la hora de repartir palmas y coronas...


La revolución se va a cebar también en esta Comunidad pacífica, de la que ocho de sus moradores formarán en el escuadrón de los Mártires. El día 20 de Julio de 1936, se dispersaron todos y se refugiaban en familias amigas que les habían brindado asilo amoroso. Antes, todos se congregaron en la iglesia para celebrar la santa Misa. La llave del templo la depositaron a los pies de la imagen del Corazón de María para que Ella velase por todo, si es que entraba en los planes de Dios el salvar lo ya casi insalvable... El mismo día 20 ardía la iglesia en todas sus entrañas, aunque se salvaba la estructura externa, que no era poco para cuando llegase el momento de la restauración.
El adiós que se habían dado los Misioneros después de recibir la última Comunión no iba a ser muy definitivo. Porque, descubierto el refugio de cada uno -¿quién les había informado a los milicianos?- todos se encontrarían en la misma cárcel el 4 de agosto, menos los Padres Reixach y Torrents, que siguieron otros caminos.
 
Dos de la tarde del 25 de julio de 1936,
Clínica de Nuestra Señora de la Salud de Sabadell 
El Padre José Reixach, bueno porque sí, a sus setenta y un años no se avenía a vivir fuera de su convento amado. Y aquel mismo atardecer del día 20 dejaba la cristiana familia que lo acogía para volverse a la casa. ¿Qué le iba a pasar allí, solo del todo, en aquella noche de tragedia? A medianoche irrumpían las turbas en el edificio y daban con el Padre, que hubo de servirles de guía. Al llegar a la iglesia ve cómo en el centro ya están amontonados todos los objetos del culto y las imágenes, que empezaban a arder bajo el torrente de blasfemias de aquellos pobres diablos enfurecidos. Estos, sin embargo, no hacen nada por detener al bendito Padre, que se vuelve por su propio pie a la bondadosa familia que lo acogiera.

Allí les da a sus amigos la consigna:
-Si vienen a buscarme, no quiero que nieguen que estoy aquí. ¡Seré mártir como los demás!
Así tenía que ser, pues Dios aceptaba ofrecimiento tan generoso. A las tres de la mañana del 25 de julio era sacado de la casa por una turba de unos cuarenta (!) forajidos, que le disparaban en media calle y huían después avergonzados de su villanía, dejando a la víctima sin rematarla tendida en el suelo... El pobre Padre empieza a arrastrase como un reptil, camino de la Casa de Caridad, a la que se llega en unos ocho minutos y él ha de emplear más de dos horas en el recorrido. Avanza con una mano, apoyado en la tierra sobre el pecho y la cara, mientras que con la otra mano va deteniendo los intestinos que se le escapan por las heridas del bajo vientre... Llama varias veces a la puerta del establecimiento, y al fin se dan cuenta de aquellos quejidos lastimeros. Las Hermanas de la Caridad, dejado ya el hábito y vestidas de enfermeras, le atienden con el cariño que es de suponer, aunque no saben quién es el herido casi moribundo que ha llegado. El Padre, receloso de todo, disimula. A la Hermana, de la que piensa que es una enfermera seglar, le dice cariñoso:
-Chica, qué bien que lo hace usted. Ya la encomendaré a Dios en mis oraciones.
La paciencia inexplicable con que sufre y el rosario que le encuentran en el bolsillo les hace sospechar sobre la identidad del paciente, reconocido al fin por una de las presentes, asidua a la iglesia de los Misioneros:
-¡Si es el Padre Reixach!...
Todos los cuidados resultan inútiles. La Dirección de la Casa de Caridad llama a la Autoridad competente, Alcalde y Juez, que se presentan en compañía de varios milicianos, despreocupados y con los fusiles en alto. Al verlos, el Padre les salta amoroso con este exabrupto impensado:
-Si sois vosotros quienes me habéis disparado los tiros, os perdono de corazón. Quiero morir como Jesús, que también perdonó a quienes lo acababan de crucificar.
La escena era conmovedora. El Juez ordena el traslado del paciente a la Clínica de Nuestra Señora de la Salud, adonde llega a las siete y media de la mañana. A Sor Julia, que le atiende vestida de enfermera, le dice:
-¿Es usted Hermana o enfermera?... ¡Cuánto que me alegro, Hermana! Me voy al Cielo. Allí rogaré por usted.
No había remedio. El intestino, perforado por varias partes, emitía hemorragias continuas. Los labios no dejan de soltar jaculatorias fervorosas. Hasta que pierde el conocimiento, y entrega su alma bella en las manos de Dios. Eran las dos de la tarde.
 
Los 6 mártires del 5 de septiembre
Los seis mártires que componen el grueso de la Comunidad caen en manos de los milicianos de una manera misteriosa. Durante el mismo día, 4 de agosto, son buscados en sus respectivos domicilios, requeridos nombre por nombre y con todos los datos personales exactos. No hay remedio, y todos van a parar a la cárcel. A la cabeza de ellos, el Superior Padre Mateo Casals, seguido del venerable Padre José Puig, que ha celebrado ya sus bodas de oro sacerdotales; de los Hermanos José Clavería y Juan Rafí, ya cercanos a los setenta; del Hermano José Solé, en plena madurez y rendimiento, y del Hermano José Cardona, joven esperanzador de sólo veinte años.
Parece mentira, pero nos vamos a encontrar con una cárcel que no se parece en nada a las que ya conocemos de otras partes. Casi no se puede creer, y menos en un Sabadell, ciudad con tanto obrero marxista. Una cárcel casi vacía, donde nuestros Misioneros encuentran solamente a nueve presos, un Padre Escolapio y ocho excelentes jóvenes carlistas. Con una tolerancia casi total de las autoridades carcelarias, llevan los presos una vida tranquila, ordenada, cada uno en su celda, y con facilidad para reunirse y rezar juntos el Rosario a la Virgen. A los seglares les traen la comida sus familiares. A los nuestros, comprada con el dinero que trajeron al venir, se la prepara con esmero el buen cocinero Hermano Cardona. El anciano y candoroso Padre Josep Puig escribe a unos amigos:
-Nos encontramos bien, y parece como si estuviéramos en casa.
Hasta se prometían y les hacían entrever la libertad. Sólo que a finales de agosto caía en poder de los nacionales la ciudad vasca de Irún. Y había de venir la venganza en la retaguardia roja... Muchos milicianos van a partir para el frente y antes han de probar su fe en la causa roja asaltando la cárcel y matando a todos los presos. Desde hace algunos días han sustituido al custodio Sr. Navarro por dos guardias de Asalto y por dos milicianos. En esta noche del 4 de Septiembre, por imposición de los nuevos amos, el Sr. Navarro ha tenido que retirarse, igual que el Director al que han exigido las llaves. Despiden a los guardias de Asalto, y dice uno de los milicianos:
-Las once y media. Hemos de comenzar la faena.
Y la faena consistió en sacar a los presos de sus celdas y tenerlos preparados para cuando llegasen los coches. Bocinazo del primero. Y el Director oye desde su apartamento contar: Uno, dos, tres, cuatro... Otro coche, y nuevo recuento. Igual con otro tercero. Con el cuarto vehículo ya no se oyeron más que tres números, sin llegar al cuatro. Los quince presos, convertidos en cadáveres, aparecían al amanecer del día 5 en las carreteras de los alrededores…

 
 
  • Siervo de Dios Mateu Casals Mas que nació el 10 de septiembre de 1883 en Bagá (Barcelona). Martirizado en San Quirze del Vallès (Barcelona).
 
  • Siervo de Dios Josep Puig Bret, natural de Cistella (Girona), nació el 28 de abril de 1860.
  • Siervo de Dios Joan Rafí Figuerola que nació el 30 de octubre de 1885 in Vilabella (Tarragona).
  • Siervo de Dios Josep Clavería Mas, natural de Vic (Barcelona), nació el 29 de agosto de 1875.
  • Siervo de Dios Josep Solé Maimó que nació el 21 de agosto de 1890 en La Guardia Lada (Lleida).
Los cuatro sufrieron el martirio en Terrasa (Barcelona).
 
  • Siervo de Dios Josep Cardona Dalmases natural de La Molsosa (Lleida), nació el 31 de marzo de 1916. Asesinado en Sabadell (Barcelona).
 
El último, el 17 de marzo de 1937
El Padre Juan Torrents, cuando sea declarado Santo por la Iglesia, habrá de aparecer en su imagen con el rosario en la mano... Como en las horas interminables de la pensión y de la cárcel no tenía nada más que hacer, los rosarios a la Virgen se sucedían uno tras otro sin la menor interrupción, de modo que llegó todos los días a cifras divertidas e inimaginables... A algún compañero que le visitó en su celda solitaria, lo detuvo con estas palabras:
-Un momento, por favor, que termino esta decena.
Y así hasta el 17 de Marzo de 1937, cuando la Virgen bajaba a la cárcel de San Elías de Barcelona para llevárselo al Cielo...
El día de la dispersión de la Comunidad prefirió marcharse de Sabadell hacia Premiá de Mar con algunos parientes suyos. De allí regresó a Barcelona para ir a parar, después de varios ensayos por otros alojamientos, en una fonda segura que le había procurado una devota penitente suya, y de la cual ya no se movería, pues no le convenían más desplazamientos ni a sus 73 años ni a la ceguera que padecía. Y allí permaneció hasta bien entrado Febrero de 1937, cuando un bombardeo del ejército nacional dio en el blanco de los Talleres Elizalde. ¿Consecuencias?... Represalias rojas. Registro en la pensión, en la que destrozaron todo objeto religioso que hallaron. Y detención del Padre Torrents, que, inocente como él solo, no supo disimular. Y a la terrible cárcel de San Elías, de la cual no salía ningún sacerdote ni religioso más que para ir a la muerte. Como le sucedió al Padre Torrents el día 17 de Marzo, cuando lo sacaron para llevarlo al cementerio de Montcada...


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