Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Noche del 19 de agosto, en Barcience, cerca de Torrijos

por Jorge López Teulón

Iniciamos el relato con una genial descripción del P. Teodoro Toni, sj, en su obra “Un párroco ejemplar. Don Liberio González Nombela”. Con explicación profundamente gráfica (no he podido tener en mis manos la foto… pero creo, que no es necesario), empieza así la narración del martirio de D. Liberio.
“Ante mí tengo una fotografía interesante. Es un grupo de treinta y nueve mozalbetes que en su abigarrado conjunto semejan una comparsa de títeres ambulantes. No lo son. Están semi alineados, semi revueltos. Unos se sientan en el suelo; otros, en un miserable banquillo. Bastantes se presentan de pie. La mitad escasamente visten pantalón de pana o rayadillo con camisa blanca; otros tantos, pantalón y camisa oscuros; alguno, el clásico mono de los marxistas. La mayoría lleva calado en formas ridículas el gorrito de los milicianos rojos; una pareja se encasqueta chalanamente la gorra pasiega; pocos van a pelo. En el grupo se adelantan sentaditos en el suelo dos niños como de nueve años. Sonríen; los han asociado burlescamente a la fiesta.
Sería el grupo pintoresco o zafio, y movería a risa, si no fuera trágico su momento. Abundan los fusiles auténticos; pero en manos de algunos, que amorosamente los aprietan contra el regazo, parecen más bien guitarras a punto de rasguear sus cuerdas.
La fotografía es histórica. Los rastros de los personajillos son duros; se perfilan entrecejos arrugados. Sin embargo, en el ambiente de plebeyez pueblerina se barrunta la satisfacción. Unos ríen, muy pocos; otros fuman; tampoco falta quien aparenta comer. Son mozos casi todos, aunque les acompañan algunos casados. La placa (foto) se tiró después de un banquete. También las fieras tienen sus banquetes… a su estilo.
¿Qué celebraron? ¡Un hecho heroico! La muerte, o mejor dicho, el asesinato del “Mártir de Torrijos”. El haber quitado de en medio, arrebatándole la vida, cuando estaba en la plenitud de sus cuarenta años, a un hombre modelo de celo cristiano y de abnegación, a un hombre a quien pusieron en camino sangrante de calvario, en púas de martirio incruento, bastante antes de bautizarle con su sangre generosa.
En la fotografía se ve con cara de comediante a uno de los jacarandosos mozalbetes que lleva un pitillo en la boca y gafas montadas sobre las narices; alarga los labios como hocico de galgo y denota claramente que su pretensión es hacerse el gracioso. Las gafas no son suyas. Todavía yacía insepulta la víctima a quien se las arrebató. Eran del “mártir”. Chanza necia carente de toda originalidad. También en otro pueblo desgraciado encontramos a los verdugos jugando con las gafas del párroco asesinado.
Grupo histórico. Reúne a la mesnada –no a toda- que martirizó al sacerdote bueno y ejemplar que se llamó D. Liberio González Nombela. Uno de los asesinos, que se sienta en la línea central de la fotografía, podría contarnos cómo el buen párroco asesinado por ellos, les prestó los servicios de la Iglesia sin cobrarle ningún estipendio. Todos ellos podrían contarnos, si fueran nobles, mucho del trabajo incesante y del cambio en bien que D. Liberio obrara en Torrijos. ¡Si no fueran tan inconscientes; si no estuvieran tan endurecidos, tan envenenados…!”
 
Los testigos confirman que su asesinato fue una romería blasfema, una tumultuosa manifestación hostil contra el sacerdote. Conducido hasta el cruce de Barcience, lugar próximo a Torrijos, el Beato Liberio, conminado a apearse del camión, bajó solo por su pie, le mandaron que se marchara caminando; y él, viendo a los milicianos con los fusiles apuntándole, se dio media vuelta quedando con la cara vuelta hacia ellos, dio un salto atrás, diciéndoles que dispararan, “que Dios os perdonará”. Seguidamente, dispararon de veinte a treinta fusiles contra él, cayendo instantáneamente muerto.
Otro testigo afirma: “Sonó una descarga cerrada de muchos, de más de cien tiros y quedó muerto en el acto. Yo vi que, cuando ya estaba tendido en el suelo, un miliciano le descargó dos o tres tiros en la cabeza. Su cuerpo quedó insepulto, siendo cubierto con una manta, y superficialmente enterrado allí mismo. Los asesinos celebraron el acontecimiento con una merienda en el bar de D. Leoncio Carrillo, en la Plaza Mayor, dejando constancia con esa foto histórica”.
 
Una vez más la exhumación da veracidad a lo declarado en la Positio. Los forenses nos mostraron como algunos de los huesos aparecieron agujereados por la metralla. El propio cráneo – con un agujero a la altura de la coronilla - tenía en su interior como perla que espera ser encontrada una preciada reliquia. Se trataba de una bala esférica (de una escopeta o de un pistolón). Son balas únicas para armas de ánima lisa, debido a la carencia de estrías en el cañón de las escopetas.
El cadáver del Beato Liberio estuvo dos días insepulto en el campo reseco y sediento. El 18 de noviembre de 1936, a los tres meses justos de su fusilamiento, se recogieron en el campo los venerados restos y se trasladaron al cementerio de la villa de Torrijos. Con el cuerpo destrozado, aparecieron el mono azul que le cubría, el gorro de miliciano con la borla roja y una cadenita con su medalla que llevaba siempre al cuello, como prenda de amor a la Virgen bendita. Más tarde los restos del mártir fueron trasladados a la capilla de San Gil, en la Colegiata torrijeña.
El 3 de octubre de 2007 se exhumaron sus restos en presencia del Señor Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Carmelo Borobia Isasa (bajo estas líneas). Sin ser tan impresionante como el hallazgo del cuerpo incorrupto del Siervo Dios José Polo Benito fue sobrecogedor limpiar, examinar y recoger cada hueso del mártir de Torrijos que nos hablaba aún como si después de tantos años quisiera explicarnos una catequesis sobre el martirio. Después sus preciadas reliquias fueron colocadas en la misma Capilla de San Gil de la Colegiata para ser veneradas por todos. Desde allí sigue bendiciendo a todos los que nos acerquemos a encomendarle nuestras cuitas ante Nuestro Señor Jesucristo.

 Beato Liberio González Nombela
Nació el 30 de diciembre de 1895 en Santa Ana de Pusa (Toledo). Excelente estudiante, obtuvo el doctorado en Sagrada Teología. Se ordenó el 21 de diciembre de 1918. Sus primeros destinos fueron como coadjutor, en Mora de Toledo (1919) y, al año siguiente, en Bargas; capellán de las monjas de la Compañía de María y profesor del Seminario Menor de Talavera de la Reina, en 1920-1921. En 1922 pasó a Toledo como coadjutor de la parroquia de Santiago Apóstol. Dos años después, ecónomo de la parroquia de los Santos Justo y Pastor. Finalmente llegó a Torrijos en 1925, para convertirse en párroco el 26 de abril de 1926. Lo que en la parroquia de Torrijos trabajó, difícilmente lo podrá enumerar ninguno.
Fundó mil obras de piedad, de celo y de caridad. Todas las empresas apostólicas hallaban cabida en él, y todas recibían su empuje directo: Adoración Nocturna, Acción Católica, en sus diversas ramas; Hijas de María, Padres de Familia, catequesis, escuelas dominicales, conferencias de San Vicente, socorro de los pobres, Apostolado de la Oración, escuelas nocturnas de obreros y, sobre todo, las escuelas católicas para oponerse a la enseñanza laica, hostil a la doctrina de la Iglesia.
El día 5 de marzo de 1936, tras la fatídicas elecciones del mes anterior, que habían dado el triunfo a las fuerzas revolucionarias, las turbas torrijeñas se manifestaban públicamente pidiendo a gritos la expulsión del cura y buscándole con diabólica intención. Él se ocultó, prudentemente aconsejado, en el hospital del Santísimo Cristo. Allí pasó la última noche de vida en su parroquia, al cabo de once años de trabajo heroico, con todas sus ovejas. Al día siguiente, 6 de marzo, junto con su hermano Juan, abandonó la parroquia y se refugió en Santa Ana de Pusa, en casa de sus padres. Ante la imposibilidad de volver a Torrijos, el 5 de mayo del mismo año 1936, el cardenal de Toledo lo nombró párroco de Los Navalmorales. Dos meses más tarde, el 23 de julio del mismo año, las autoridades locales cerraron la iglesia y prohibieron toda clase de culto.
El Siervo de Dios no tuvo otro remedio que refugiarse de nuevo en casa de sus padres, que vivían en Santa Ana de Pusa, a 8 kilómetros de distancia. Hizo el camino vestido de sotana y a pie, pero cuando llegó, las turbas lo estaban esperando para apresarlo. Eran las tres de la tarde del 18 de agosto de 1936. Fue detenido y conducido al Ayuntamiento. De camino mandaron parar el camión y le hicieron bajar poniéndole junto a un poste de teléfono, haciéndole varios disparos a los lados, como simulando un fusilamiento. El conductor del camión declaró que, mientras interrogaron en el ayuntamiento de Torrijos a D. Liberio, lo mandaron a él y a su cuñado con diez milicianos a fusilar al párroco de Santa Ana de Pusa, el Siervo de Dios Juan Francisco Fernández, al que también habían detenido. Mientras, una tumultuosa manifestación, como si fuera a una romería, llevaba al sacerdote al martirio. Le subieron de nuevo al camión. Llegados al cruce de Barcience, le mandaron bajar y le obligaron a caminar; él, dando siempre la cara a sus verdugos, retrocedió cuanto le dijeron, siempre con los brazos cruzados. Cuando ya le estaban apuntando con los fusiles, dijo en voz alta: “Dios os perdonará”. Sonó una descarga cerrada de muchos, de más de cien tiros, y quedó muerto en el acto.
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