Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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5,30h del 13 de agosto, en los PP. Escolapios de Barbastro

por Jorge López Teulón

Dos claretianos de Argentina
 
Son las 5,30. Por la puerta del Colegio de los PP. Escolapios de Barbastro salen los estudiantes argentinos: Atilio-Cecilio Parussini Sof (natural de Rosario, Santa Fe, Argentina; tiene 22 años) y Pablo Hall Fritz (natural de Cuatraché, Pampa, Argentina; de 25 años). Estos dos jóvenes seminaristas claretianos habían llegado a Barbastro, procedentes de Cervera (Lérida), el día 1 de julio de 1936, formando parte del grupo de 30 estudiantes.
 
Fueron encarcelados con los demás a pesar de haber manifestado su condición de extranjeros. Vivieron las mismas penalidades que sus compañeros. En la madrugada del 13 de agosto fueron sacados del salón y conducidos a la estación del tren, con destino a Barcelona. Tras muchas horas de tensa espera en la ciudad condal, les dieron un salvoconducto para embarcar en la nave que los llevó hasta Italia y Roma.
 
Atilio Parussini escribe a su familia: El tiempo que quedaba en la cárcel lo empleamos en rezar y en despedirnos de los 20 hermanos nuestros que allí quedarían para el sacrificio; con lágrimas en los ojos, y con mucha envidia, con amor y respeto besamos aquellas manos y aquellas frentes que pronto serían premiadas con la más rica diadema del mundo: el martirio”.
 
Cuando recibieron el aviso de que esa misma noche (13 de agosto de 1936) serían fusilados los seminaristas que quedaban en el salón, Faustino Pérez redactó esta carta en nombre de todos. Los demás la firmaron, añadiendo cada uno su último deseo espiritual. Está escrita en unos envoltorios de tabletas de chocolate. Los dos estudiantes argentinos se la llevaron consigo oculta entre su ropa personal.


Querida Congregación:
Anteayer, día 11, murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, seis de nuestros hermanos; hoy, trece, han alcanzado la palma de la victoria 20, y mañana, catorce, esperamos morir los 21 restantes. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están portando tus hijos! Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto. Cuando llega el momento de designar las víctimas hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para adelantar y ponernos en las filas de los elegidos; esperamos el momento con generosa impaciencia, y cuando ha llegado, hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban, y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada: cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡Viva Cristo Rey! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica, y a ti, Madre común de todos nosotros. Me dicen mis compañeros que yo inicie los ¡vivas! y que ellos ya responderán. Yo gritaré con todas la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte.
Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayo ni pesares: morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo.
¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, Mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los Mártires de mañana, catorce, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción. ¡Y qué recuerdo éste! Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente el mismo día en que nos impusieron.
Los Mártires de Barbastro, y en nombre de todos, el último y más indigno
Faustino Pérez. C. M. F.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María!
¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto.
Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós, adiós!
 
La noche del 12 al 13 de agosto
Ésta iba a ser para algunos la última noche. Todos se habían confesado y rezado. Los estudiantes extranjeros habían oído las últimas confidencias y enjugado las últimas lágrimas. Todos se habían acostado. Aún no habían pasado las dos horas cuando, a media noche, se abrieron las puertas entrando milicianos con cuerdas ya ensangrentadas. “¡Atención, bajen del escenario los que tengan más de 26 años!”. Como nadie los tenía nadie se movió. Tampoco de 25.

Entonces mandaron encender las luces y leyeron los primeros veinte nombres. Detrás de cada nombre una voz firme: “¡Presente!”, y bajaban del escenario. Formaban una sola fila en la pared mientras les ataban las manos a la espalda y los codos de dos en dos. Todos estaban tranquilos y resignados: sus rostros tenían algo de sobrenatural que no es posible describir. En todos se notaba el mismo valor, el mismo entusiasmo; ninguno desfalleció ni mostró cobardía. Los que quedaban en el escenario contemplaban estupefactos la escena. Oyeron a algunos perdonar a los que les ataban, a otros les vieron coger del suelo las cuerdas, besarlas y dárselas a los que les ataban. Alguno gritó: “¡Adiós hermanos, hasta el cielo!”. Uno de los guardias comentó dirigiéndose a los que quedaban en el escenario: “Vosotros todavía tenéis un día entero para comer, reír, divertiros, bailar y hacer lo que queráis. Mañana a esta misma hora vendremos a buscaros como a esos y os daremos un paseíto a la fresca hasta el cementerio. Ahora, apagad las luces y a dormir”. Las detonaciones fueron oídas por los que quedaban en el salón.
 
La noche del 14 al 15 de agosto
A pesar de las amenazas, todo el 13 y 14 transcurrieron sin novedad. Cuando dormían la noche del 14 al 15 de agosto un grupo irrumpió en el salón. Todos se levantaron como un solo hombre. Quedó excluido el H. Ramón, cocinero de la comunidad. Se abrazaron mientras les ataban y les golpeaban.

Era de noche cuando salían los 17 jóvenes del salón-cárcel. Iban cantando cuando subían al camión. De los golpes con el fusil uno cayó en el camión mismo. Colocados junto a un ribazo, unos de pie, otros de rodillas, unos con los brazos en cruz, otros con el rosario o un crucifijo entre las manos, escucharon la última proposición: “Aún estáis a tiempo. ¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir?” Apagadas por las descargas se oyó: “¡MORIR! ¡VIVA CRISTO REY!”. La soledad era casi absoluta. Desde el santuario del Pueyo la Virgen, en su fiesta, abrió los brazos con infinita ternura y los recibió en su CORAZÓN.


Unos sencillos monumentos ocupan hoy los lugares exactos de su martirio. Sus restos reposan en la iglesia de Barbastro, en su nuevo mausoleo. 51 en total. La historia de estos jóvenes ha dado la vuelta al mundo. Su Congregación ha cuidado su memoria como un tesoro. Hoy todos podemos, por fin, reconocer públicamente su santidad. Son Beatos, son Bienaventurados. Su fiesta se celebra el 13 de agosto.
Estas fueron las palabras del Beato Juan Pablo II, cuando el 25 de octubre de 1992, presidió la beatificación de los mártires de Barbastro:
“Es todo un seminario el que afronta con generosidad y valentía su ofrenda martirial al Señor... Todos los testimonios recibidos nos permiten afirmar que estos Claretianos murieron por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe y de sus votos religiosos. Por eso, con su sangre derramada nos animan a todos a vivir y morir por la Palabra de Dios que hemos sido llamados a anunciar. Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sentían el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresada con esta exclamación tantas veces cantada: "Por ti, mi Reina, la sangre dar". El mismo Santo había trazado un programa de vida para sus religiosos: "Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor”.




Estos son sus nombres
: Felipe de Jesús Munárriz, José Amorós, José Badía, Juan Baixeras, Javier L. Bandrés, José Blasco, José Brengaret, Rafael Briega, Manuel Buil, Antolín Calvo, Sebastián Calvo, Tomás Capdevila, Esteban Casadeval, Francisco Castán, Wenceslao Claris, Eusebio Codina, Juan Codinach, Pedro Cunill, Gregorio Chirivas, Antonio Dalmau , Juan Díaz, Juan Echarri, Luis Escalé, José Falgarona, José Figuero, Pedro García, Ramón Illa, Luis Lladó, Hilario Llorente, Manuel Martínez, Luis Masferrer, Miguel Masip, Alfonso Miquel, Ramón Novich, José Ormo, Secundino Ortega, José Pavón, Faustino Pérez, Leoncio Pérez, Salvador Pigem, Sebastián Riera, Eduardo Ripoll, José Ros, Francisco Roura, Teodoro Ruiz de Larrinaga, Juan Sánchez, Nicasio Sierra, Alfonso Sorribes, Manuel Torras, Atanasio Viadaurreta y Agustín Viela.
 
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