Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Últimas horas de la tarde del 3 de agosto, a 1, 5 km de Samalús

por Jorge López Teulón

Cuando en julio de 1936 arreció en España la persecución religiosa, los franciscanos conventuales de Granollers (Barcelona), como tantos otros, tuvieron que buscar refugio en casa de amigos o familiares. El 3 de agosto de 1936, los milicianos detuvieron al Beato Alfonso López y el Beato Miguel Remón, después de invitarlos repetidamente a apostatar de su fe en medio de crueles vejaciones y malos tratos, fueron fusilados el 3 de agosto de 1936 cerca de Samalús (Barcelona). Beatificados por Juan Pablo II en 2001, su fiesta litúrgica se celebra el 22 de septiembre.
La comunidad religiosa de Granollers (Barcelona), era la única que la Orden de Hermanos Menores Conventuales había erigido en España, a principios del siglo XX, después de la supresión llevada a cabo por el rey Felipe II en 1567. En esa comunidad se inició, en 1906, el Seminario de la futura Provincia de España, y en ella se encontraban el postulantado y el noviciado. A partir de 1931 no se pudo acoger a nuevos jóvenes, pero en 1935 de nuevo se promovió la animación vocacional llegando a tener, durante el curso 1935-36, un grupo de diecisiete jóvenes. Acabado el curso escolar, las cosas se fueron deteriorando. La violenta persecución que se levantó en el verano de 1936 sorprendió a los religiosos en sus puestos de trabajo, dispuestos a confesar su fidelidad a Cristo.
El domingo 19 de julio de 1936 aún se celebran las misas según el horario habitual, pero a lo largo del día va creciendo el clima revolucionario. Terminada la cena, los postulantes son distribuidos entre las familias con las que se había conectado precedentemente, y el resto de la fraternidad se dispersa para pasar la noche fuera del convento; sólo se queda en él Fr. Buenaventura Remón. En la tarde del 20 de julio, los milicianos de la FAI quemaron la iglesia y el convento, mientras que los religiosos se dispersaron y buscaron refugio junto a amigos y bienhechores. Sin embargo, muy pronto fueron descubiertos y, en fechas distintas, del 27 de julio a los primeros días de septiembre, fueron arrestados, encarcelados, juzgados sumariamente, cuando lo fueron, y, en fin, asesinados por el simple hecho de ser religiosos y sacerdotes franciscanos.
 
Beato Alfonso López López
Alfonso nació en Secorún, provincia de Huesca y diócesis de Jaca, el 16 de noviembre de 1878. Desempeñó diversos oficios civiles, entre ellos el de secretario de ayuntamiento. Queriendo responder a su vocación religiosa, a los 27 años ingresó como postulante en el convento de Granollers, el 25 de julio de 1906. Fue enviado a Italia e inicia el noviciado en Ósimo (Italia). Es ordenado sacerdote el 24 de diciembre de 1911. En 1915 regresa a Granollers donde ejerce diversos servicios: la dirección de las Escuelas Antonianas -colegio externo-, en las que trabaja como maestro de tercera elemental, siendo además experto en latín y otras ciencias. Durante muchos años fue rector de postulantes y maestro de novicios. El ministerio de la reconciliación y el acompañamiento espiritual fueron campos de su apostolado predilecto.
 
Beato Miguel Remón Salvador
Fray Miguel nació en Caudé (Teruel) el 17 de septiembre de 1907. Entró en Granollers en septiembre de 1925. Hizo la profesión de votos temporales el 11 de noviembre de 1928. En Granollers pasó cuatro años en el ejercicio de diversos servicios: fue cocinero, portero y, en tiempo libre, limosnero para el seminario. En marzo de 1933 marchó a Italia, a la Penitenciaría de Loreto. En la «Santa Casa» emitió los votos perpetuos el 14 de julio de 1933. Al año siguiente regresó a España. Fray Miguel era considerado «un santo varón dotado de una fe extraordinaria».
 
Martirio de los Beatos Alfonso y Miguel
El domingo 19 de julio de 1936, el P. Alfonso y Fray Miguel pasaron la noche en casa de la familia Comas Mas, el carnicero del convento. A la mañana siguiente volvieron al convento para celebrar la santa misa; les acompañaba fray Buenaventura Remón. Al despedirse de la familia que les había hospedado, reconociendo el borrascoso momento que se cernía sobre la Iglesia y, en particular, sobre los sacerdotes, frailes y monjas, el P. Alfonso dijo: “¡Que se cumpla la voluntad del Señor! ¡Estoy dispuesto a morir por Dios!” Y Fray Miguel se despidió del señor Comas con estas palabras: “¡Haré lo que Dios quiera de mí! ¡Estoy dispuesto a morir por Cristo!”.
Hacia las diez de la mañana de aquel 20 de julio, irrumpió en el convento un grupo de milicianos con el fin de registrar la casa, pensando que encontrarían armas. A Buenaventura lo dejaron en la planta baja custodiado. Acompañados por Alfonso y Miguel, registraron toda la casa. Al no encontrar lo que buscaban, les amenazaron con incendiar el convento -lo que hicieron por la tarde- y matarlos, si los encontraban allí en su próxima visita.
Con el susto metido hasta los tuétanos, y la muerte como presagio anunciado, cada uno de los religiosos salió con la intención de buscar una casa que los acogiese. Por caminos distintos los tres frailes se volvieron a encontrar, sin previo acuerdo, en la masía Can Diego, en Llerona. La familia era bienhechora del convento y tenía un sobrino estudiando en las Escuelas Antonianas. Yendo las cosas de mal en peor, Alfonso escribe a su hermano Saturnino, residente en Barcelona, suplicándole que le procurase un pasaporte. Al mismo tiempo que intentan huir de la muerte, se preparan para ella. Cuenta la señora Antonia Nualart Palau, dueña de Can Diego, que con frecuencia les oía decir que ofrecían «su vida por la salvación de España y de la Iglesia. Constantemente rezaban el santo rosario».
El 3 de agosto, en torno a las cinco de la tarde, un grupo de milicianos de la FAI, entre los que se encuentran algunos que habían sido alumnos del P. Alfonso en las Escuelas Antonianas, registra la casa. Allí son descubiertos los tres religiosos. Los milicianos les invitan a abjurar de la fe, pero no respondieron nada. Los esposan y les dan patadas. Incitan a Miguel a blasfemar, pero él responde con energía: “¡Perdónales, Señor!”. A las blasfemias e insultos que lanzan contra ellos, responde Alfonso con el perdón: “¡Señor, perdonadles, porque no saben lo que hacen!”.

Arrestados, se les ordena subir a un furgón, y son conducidos al lugar denominado Dels Puatells, término municipal de Samalús del Vallés. Inician así su camino al Calvario. Mientras los conducen al sacrificio les dicen que son “los últimos que mataban, que los demás ya habían muerto”, y divulgaban la fortaleza y el espíritu de fe del Padre Dionisio, pronunciando uno de los milicianos estas palabras: “Así mueren los hombres”. Durante el trayecto, el P. Alfonso “exhortó a los hermanos Buenaventura y Miguel a que hiciesen un acto de contrición y les daría la absolución”. Uno de los esbirros se dio cuenta del gesto de la absolución y mandó parar el coche “de la muerte”. La comitiva se detuvo. Dirigiéndose a sus camaradas, les dice “¡que había que fusilar inmediatamente a esta calaña de gente!”. Pasado el momento de cólera, el coche reanudó su marcha, hasta llegar al bosquecillo Dels Puatells, distante un kilómetro y medio de Samalús. Aquí se les invita de nuevo a apostatar, pero ellos permanecen firmes en su fe.
En las últimas horas de la tarde de aquel 3 de agosto, unos disparos de fusil acaban con la vida de Alfonso y de Miguel. Buenaventura es dado por muerto al caer envuelto en su propia sangre, al lado de sus compañeros de martirio. Los verdugos regresan al Comité en busca de otras víctimas y, al marchar, convencidos de que están muertos, no les dan el tiro de gracia, les dan un puntapié, mientras que el jefe del pelotón exclama: “¡Vámonos, ya han caducado!”.
Fray Buenaventura Remón intenta cerrar su hemorragia y huye del lugar. Él es quien narrará, de primerísima mano, los hechos vividos en propia carne, cuyas cicatrices atestiguaban su veracidad. Cuando los de la FAI, al cabo de una hora, regresan con tres ataúdes para recoger los cuerpos de los fusilados, quedan sorprendidos al ver que sólo hay dos. Los cuerpos de Alfonso y de Miguel fueron recogidos y enterrados tres días después en el cementerio de La Garriga del Vallés, a unos cinco kilómetros de Granollers, en una fosa común, en la que posteriormente fueron inhumados muchos más.
Según testimonio fehaciente, uno de los sicarios manifestó, entre otras cosas, que el P. Alfonso, antes de morir, les dijo: “¡Vosotros me matáis; yo os perdono y espero que Dios os perdone también!”. Por su parte, el señor Mariano Gudayol, que conocía al P. Alfonso, testifica: “Sólo quiero añadir que uno de los asesinos del P. Alfonso... me dijo que el Siervo de Dios les había perdonado y que rogaría por ellos desde el cielo para su conversión”.
 
El resto de la Comunidad
·         El 6 de septiembre será martirizado el último de los franciscanos conventuales de Granollers, el Beato Pedro Rivera Rivera.
 
·         Beato Modesto Vegas Vegas (La Serna (Palencia). El 27 de julio fue detenido y tras un interrogatorio, lo condujeron al bosque de Can Montcada, término municipal de Lliçà d´Amunt, a unos cuatro kilómetros de Granollers, donde fue fusilado hacia las cinco de la tarde. Su cuerpo estuvo abandonado tres días, hasta la tarde del 30 de julio. Fue enterrado en el cementerio de Lliçà d´Amunt en una fosa común.
 
·         Los beato Dionisio Vicente Ramos y Francisco Remón Játiva (Caudé (Teruel), 1890) fueron hechos prisioneros el 31 de julio de 1936, en las primeras horas de la tarde. Entre insultos y golpes los obligaron a subir al camión “fantasma” o de la “muerte”. Los llevaron al término de Els Tres Pins, en la carretera que conduce de Granollers a Cardedeu. Llegados allí, todo decidido, fueron sacrificados inmediatamente mediante disparos de arma de fuego. Sus cuerpos permanecieron insepultos durante tres días. Después fueron inhumados en una fosa común en el cementerio de La Roca del Vallés, municipio al que pertenecía el lugar de Els Tres Pins, sin que hayan podido ser identificados.
 
 
Más información en:
 
http://www.pazybien.org/_antenaConventual_archivo/Antena22_Marzo11reduc.pdf
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