Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Beato Joaquín de la Madrid

por Jorge López Teulón

El sacerdote Emilio José Reol García nació en Burgos en 1913. Estudió en el seminario de Toledo, bajo la custodia del beato Joaquín, y se ordenó en junio de 1936. Tras servir a la diócesis en diversas parroquias de Guadalajara, pasó a ser párroco-arcipreste de Puebla de Alcocer, donde permaneció largos años. Jubilado pasó sus últimos años en Palencia, donde murió. Según su deseo se le enterró en Puebla de Alcocer el 13 de noviembre de 1999. De él hemos recibido este relato que se conserva mecanografiado en la Postulación. El beato Joaquín de la Madrid fue beatificado el 28 de octubre de 2007.

A manera de prólogo
Como un deber de gratitud y en lo que sea posible cooperar a ensalzar la figura del “Padre Joaquín”; por expreso deseo del Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Anastasio Granados García, obispo auxiliar del Arzobispado de Toledo, me he decidido a recopilar en estas cuartillas los hechos que aún perduran en mi memoria, de la vida del “Padre de los Huérfanos”. Unos porque los vi en los años que, bajo su protección, estuve en el Colegio por él fundado, y otros que se transmitieron por las generaciones que por dicho Colegio pasaron.
Cualquiera de los niños allí acogidos podría aportar estos o más datos, los que someto a la consideración de todos los supervivientes del colegio, para que puedan ser corregidos y completados por ellos; lográndose así, un pequeño guión de la vida ejemplar de este sacerdote modelo, que honra a la Archidiócesis, al que muchos debemos nuestra formación espiritual y el haber podido alcanzar la cima del sacerdocio.
Como último sacerdote salido de este semillero de vocaciones sacerdotales de la calle de San Miguel, y por haber convivido con el Padre los últimos momentos de su vida, me creo en la sagrada obligación de hacerlo.
En cuanto a lo sobrenatural de algunos hechos de su vida, es la Santa Iglesia y la jerarquía quien tiene que juzgarlos. Yo me limito a describirlos solamente. Que todo sea en honor de aquel que se entregó en todo para nosotros, D. Joaquín de la Madrid.
 
Ascendientes y nacimiento
Nació este apóstol de la Caridad en un pueblecito de los Pirineos Catalanes, llamado Bellver, el 6 de noviembre de 1860. Fueron sus padres, don Rafael de la Madrid Baeza y doña María del Carmen Arespacochaga y Armenta. Este ejemplar matrimonio fue bendecido por Dios con cuatro hijos: Rafael, Jesús, Joaquín y María de la Cinta.
Ambos consortes llevaban en sus venas sangre de personas ilustres, ya por su santidad, ya por los grandes servicios prestados a la madre patria. Según el árbol genealógico de la familia, que tantas veces pude contemplar, contaba entre ellos a Santo Domingo de Guzmán, la Beata Beatriz de Silva y por el apellido de los Ahumadas, a Santa Teresa de Jesús.
Desde muy pequeño, dio señales de una verdadera vocación al sacerdocio, fomentada por los desvelos de su santa madre, Dª. Carmen, por lo que al ser trasladado su padre, funcionario de Aduanas, a la ciudad de Murcia, ingresó en el Seminario de dicha ciudad a la edad de diecinueve años, pues por su dolencia cardiaca, lo habían demorado durante algunos años.
 
Primera fundación
Una vez en el Seminario, su vocación se fue acrisolando más y más, y su espíritu de caridad se fue manifestando tan palpablemente en obras que, antes de ser ordenado sacerdote, con motivo de una gran inundación que sufrió esta ciudad por el año 1880, compadecido de tantos niños y niñas como quedaron huérfanos a causa de la catástrofe, y con la ayuda de dos almas grandes, reunió cierto número de estas niñas y bajo el amparo de María Inmaculada, funda un asilo donde poder cobijarlas, bajo la protección de dos señoras, que se entregan por entero al servicio de estas niñas.
La riada también motivó una campaña internacional, y hasta incluso el Comité de la Prensa Francesa editó en diciembre el periódico Paris-Murcie, en el que escribirán Víctor Hugo, Daudet y Zola, entre otros, que fue un magnífico vehículo para sacudir las conciencias en beneficio de las víctimas, siendo Francia uno de los países que más se volcó en la ayuda. Aunque en realidad hasta 33 países llegaron a volcarse con los damnificados, algo totalmente inédito hasta esa fecha.
Confecciona unas reglas o estatutos, por los que se han de regir en lo sucesivo y las viste con el hábito de las Franciscanas Concepcionistas. Esta Institución cuenta con la aprobación de la jerarquía eclesiástica y se va agrandando cada día más esta benéfica obra, y al cabo del tiempo van surgiendo nuevos colegios en diferentes puntos de España.
Surgen las envidias y las malas interpretaciones sobre esta obra y por el hecho de trasladarse la familia de don Joaquín a Toledo, tiene que hacerse cargo de dicha fundación el P. Malo, de la Compañía de Jesús. Transcurrido el tiempo y al fallecer las primeras cooperadoras del Padre Fundador, las religiosas que continuaron en la obra, posponen al P. Joaquín en segundo lugar, reconociendo al P. Malo como a su único fundador. Pero la verdad sienta sus fundamentos en un Capítulo General del Instituto, donde algunas religiosas allí reunidas, afirman que oyeron a las Madres Fundadoras, Sor Paula y Sor Matilde, que el verdadero fundador fue el joven seminarista Joaquín de la Madrid.
Mas como a él lo único que le importaba era hacer la caridad sin ostentación, una vez en Toledo, se dedica por entero a sus huérfanos y desvalidos. Recibió la ordenación sacerdotal el 18 de diciembre de 1886.


 
Fundaciones en Toledo
Establecida la familia en Toledo, su caridad no pide treguas y se decide a alquilar una casa en el Callejón del Vicario, donde se puedan refugiar cierto número de mujeres pobres, que por haber perdido a sus esposos y por su situación económica, no pueden pagar el alquiler de sus viviendas; mas este nuevo acto de caridad, como el anterior, se ve criticado por algunas personas, llegando a afirmar que “así fomentaba la vagancia”, por lo que con perjuicio de las mismas, se ve obligado a desistir de su acción caritativa.

Pero Dios le tenía reservado para que se dedicase íntegramente a nosotros, los huérfanos; y como su espíritu de caridad era inquieto y en su corazón ardía el deseo de servir a Dios y glorificarle por medio del amor a los necesitados, funda un nuevo colegio, solo para niños huérfanos de padre y madre pobres, en un cigarral, que en la actualidad es propiedad de los hijos del Dr. Marañón, al otro lado del río Tajo, pasando por el puente de San Martín, poniéndole como era su obsesión, bajo el amparo y con el título de la Inmaculada Concepción.
Reúne a unos hermanos legos, a los que da unos estatutos, haciéndoles Terciarios Franciscanos, con el fin de que salgan a pedir limosna para sostener así a los niños allí acogidos. Para darles ejemplo, él es el primero que con la cesta debajo del manteo sacerdotal, va diariamente a la Plaza de Abastos a pedir, de puesto en puesto, para alimentar a los huérfanos que le aguardan allí en el cigarral.
Tras ejercer en la parroquia de Azucaica (1887), fue capellán del convento de San Juan de la Penitencia (1888) y, en 1889 fue nombrado capellán del Hospital del Rey, donde siguió ejerciendo la caridad con los ancianitos, al mismo tiempo que atendía a los huérfanos. Mas como diariamente tenía que trasladarse desde el cigarral a la ciudad, algunos maleantes, con capa de menesterosos, llegaron a darle algunos atracos en perjuicio de sus huérfanos acogidos y aconsejado por personas sensatas, decidió trasladar el colegio a la Calle de San Miguel nº 9, junto a la iglesia del mismo nombre, donde definitivamente quedaría establecido el colegio de niños huérfanos de padre y madre pobres. Desde allí, en el rincón desconocido de Toledo, fue forjando a los niños en el temor de Dios y a muchos en el camino del sacerdocio.


Cargos y misión apostólica
El cuidado y dirección del orfelinato no le restaron tiempo para cumplir con su misión de extender el reinado de Cristo por medio de la predicación; de tal manera que se puede decir que no hay santuario en Toledo y pueblo en la provincia, donde no sembrase la semilla del Evangelio, destacando entre todos ellos el pueblo de Camuñas, donde al parecer había un gran número de prosélitos de las sectas protestantes, que por su palabra y por la gracia de Dios, vinieron al verdadero redil de la Iglesia de Jesucristo.
De su celo apostólico y los efectos conseguidos dan fe los recuerdos que en todas partes dejó, y todo ello sin percibir emolumento alguno, pues nunca midió el fruto de su predicación por los derechos que de ella pudiera percibir. Tenía una verdadera obsesión por la predicación de la palabra divina; de tal forma que, diariamente, antes de la Santa Misa, como preparación a la misma, la meditación que los colegiales debíamos hacer era siempre explicada por él; unas veces tomada del Santo Evangelio del día y las más, de las obras de San Buenaventura, al que llegó a comprender de tal forma, que nos hacía vivir a todos el espíritu de tan santo y sabio doctor.
A pesar de su humildad y trabajo en silencio, los superiores comprendieron sus dotes naturales que sobresalían en sus composiciones oratorias, y en premio a ellas, sin contar con el doctorado en ninguna de las disciplinas eclesiásticas, en 1911 fue nombrado Capellán de Reyes en la Santa Iglesia Catedral y posteriormente Chantre de la misma. Cargos estos que desempeñó con el beneplácito y admiración de todos, mientras su salud se lo permitió, pues llegó un tiempo que por la Santa Sede fue dispensado de asistir a coro en la Catedral, e incluso del rezo del Oficio Divino, aunque él no se privaba de hacerlo en la mayoría de los días.
En los últimos años en que se acentuó su dolencia, le fue concedida la gracia de poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en su propia habitación y con esta concesión, la de poder cumplir con el precepto dominical todos los moradores del colegio.
 
Confianza en la Santísima Virgen
Si podemos decir que hay almas que han llegado a enamorarse de la Virgen, una de ellas es la del Padre Joaquín. ¡Cómo nos hablaba de Ella! ¡Qué confianza tenía en la Señora y qué frutos conseguía de esta confianza! Cuántas veces la necesidad llamó a las puertas del colegio, aunque no apareciese al exterior. Cuántas veces Nuestra Señora del Sagrario y más aún Nuestra Señora de la Esperanza en San Cipriano, vieron ante sus pies al “padre de los huérfanos”, pidiéndole pan para sus pequeñuelos y ¡oh, prodigio!, al acercarse a las puertas del colegio, con una alegría que se reflejaba en su rostro, veía como un hombre se acercaba con un saco de pan, sin saber quién le había mandado. Cuántas veces le inquietaban las letras de las deudas que el colegio había contraído en panadería, carnicería, farmacia, etc. etc., y que al comunicárselo a la Madre de los Huérfanos, las veía zanjadas por un giro que llegaba de América o de los Hermanos Legos, que estaban postulando por los distintos puntos de España.
Todo esto hacía que su amor a la Virgen fuese tan grande, que nos contagiaba a todos en él y llegásemos a pedirle cosas, las más pequeñas, con la confianza de conseguirlas siempre.
 
Amor a la Eucaristía
Su amor a la Eucaristía fue tal que todos los días, durante las vacaciones de verano, tenía expuesto el Santísimo Sacramento en la capilla, ante el cual nos reunía a todos los que permanecíamos en el colegio en esa época, y nos hablaba del amor de Jesús a los pobres.
¡Con qué amor y gusto adornaba el Monumento en el día de Jueves Santo! Cómo conocían todos los que le visitaban el gran amor a la Eucaristía que había en el director de todo aquello. Todo su afán era que nos acercásemos a la Sagrada Comunión diariamente.
 
Amor a los huérfanos
Estos dos grandes amores los compartía con el que profesaba a los huérfanos, pues cuántas veces se llegó a decir de él: “A don Joaquín puede usted pisotearle, escarnecerle… pero si toca a uno de sus huérfanos, se pondrá como un león”. Y era verdad, nadie podía ultrajarlos, pues a pesar de su tranquilidad proverbial, se ponía como una fiera. Solía decir: “¿Solo porque no tengan padres que les defiendan? Pues me tienen a mí que soy su padre”.
Su amor era más que maternal, con todos los detalles del amor de una madre. En pleno invierno se levantaba de su lecho (a pesar de su enfermedad) y recorría el dormitorio de los niños y si alguno daba muestras de tener frío, él mismo le arropaba, y si era preciso, se quedaba él sin mantas en su lecho para arropar al que lo necesitaba.
Aún en los más pequeños detalles, era exquisito: nos compraba juguetes en las ferias de Toledo y en las Navidades nos obsequiaba con dulces, pensando que lo mismo habrían hecho nuestras madres si viviesen. Su vida era pobre en tal extremo, que no quería tener más que una sotana y si era preciso remendarla, lo hacía con el fin de emplear el dinero que pudiese costar otra en beneficio de los niños. Para que nos hiciésemos la idea de que no estábamos solos en el mundo, nos reunía al finalizar el día, antes de acostarnos, para despedirnos como las madres hacen con sus pequeñuelos.
 
Hechos prodigiosos
En multitud de ocasiones nos suplicaba que, al ser sacerdotes, no regateásemos la bendición sacerdotal, pues él había visto grandes prodigios obrados por Dios, por mediación de la misma.
Don Antonio Laya Quero, huérfano del colegio, que después fue párroco de Ampuero-Limpias (Santander), tenía una hermana al servicio del doctor don Baldomero Castresana, oftalmólogo, con residencia en Madrid. Esta chica padeció, según el pronóstico del mismo doctor, una úlcera en cada ojo. Aconsejada por el doctor, fue a Toledo a comunicárselo a su hermano, por si era gustoso en que la operara dicho señor. En su visita, el Padre Joaquín le dijo: “No tengas cuidado, pues esto no será nada”, y al mismo tiempo la bendijo. Al llegar el día señalado para la operación, el doctor Castresana la observó los ojos y no viendo nada anormal, dijo: “Aquí ha ocurrido algo extraordinario, pues veo que no tienes nada de lo que efectivamente vi el otro día”. Ella le explicó lo ocurrido y el señor admitió que su curación se la debía a ese sacerdote.
En otra ocasión, un hermano de don Gregorio Gómez Gómez (sacerdote este de Santa Olalla), que trabajaba en la Fábrica de Armas de Toledo, padecía de hernia y se decidió a operarse. Fue a Madrid de consulta un sábado y le dijeron que regresara el lunes, para hospitalizarle. Regresó a Toledo, visitó al P. Joaquín y al explicarle la decisión que había tomado, al despedirle le dio la bendición. Al presentarse en la mesa de operaciones, los médicos operadores le dijeron: “No tienes necesidad de operación, pues no hay nada de lo que vimos el otro día”. Como en el caso anterior, él explicó lo que había ocurrido y afirmaron: “A él se lo debes”.
En los últimos tiempos de su vida, el P. Joaquín salió con mucho trabajo a la explanada llamada “el corralillo”, frente al comedor del Alcázar, donde jugaban unos niños y una madre, con mucho dolor, veía que su pequeño no podía hacerlo por un gran dolor que tenía en una rodilla. Al contestar la madre al P. Joaquín que no jugaba su hijo debido a su dolencia, hizo sobre la rodilla del niño la señal de la cruz y al instante el niño se unió a los demás chicos y se puso a jugar.
 
Un fenómeno especial: la sangre
Por su afección cardiaca, repetidas veces tuvo que pasar unos días en un balneario, hasta que los médicos decidieron extraerle la sangre, con lo cual experimentaba una notoria mejoría. En una ocasión, allá por el año 1928, el Dr. Grinda, especialista en pulmón y corazón, hizo esa experiencia de la extracción en presencia del Dr. Carrión, ambos de Madrid y algo especial notarían en la sangre, cuando le dijeron: “Guarde usted la sangre extraída y verá una cosa especial”. Él dijo: “Sapos y culebras”; mas durante diez años, tantas cuantas veces se le extraía la sangre (500 cm.³) cada quince días, se conservaba unas veces en frascos, otras en un plato, el cual se ponía a la intemperie y las más al vaciar la copa graduada, se solidificaba con un caparazón exterior.
Al cabo de los años, tanto lo que se había guardado en frascos como lo demás, se conservaba fresca y de un color grosella claro, pero sin corromperse. En París, donde llevó un frasco de esta sangre el Sr. Obispo de Ciudad Real (alumno del colegio, se refiere al Beato Narciso de Estenaga), para ser analizada, no pudieron explicar cómo se conservaba sin corromperse, lo mismo en estado sólido como en líquido. Todos los que sabían algo de este fenómeno, solicitaban un poco de esta sangre que, sin él saberlo, les dábamos como una reliquia. Aún el mismo médico del colegio, don Ángel Moreno, conservó esta sangre, afirmando que era de un santo.
En pequeñas porciones, aún la conservan algunas personas. El día de su martirio algunas mujeres, desafiando las furias de sus asesinos, empaparon los pañuelos en la sangre recordando este fenómeno.
 
Visión de los hechos futuros
Conservaba una composición fotográfica de la reina Isabel II, la Madre Sacramento, Padre Claret y Sor Patrocinio, y nos decía: “Algún día veréis en los altares a estos Siervos de Dios. ¿Se cumplirá?” Dos de ellos, les honra ya la Iglesia como santos.
Desde los comienzos de los trastornos políticos de antes de la República, nos decía: “Veréis correr la sangre de los sacerdotes por las calles de España”, caso que se cumplió ampliamente en los días de la persecución roja.
 
Primeros días de la persecución roja
Desde que se proclamó la República, ya veía él la catástrofe que se cernía sobre España y nos mandó redoblar nuestras oraciones para que el Señor diese valor y entereza a los mártires que tendría la Iglesia en nuestra Patria, animándonos a todos para que cuando esto llegase, diésemos testimonio de nuestra fe.
Al proclamarse el estado de guerra en Toledo, el día 17 de julio de 1936, nos reunió a los pocos que estábamos en el colegio (pues en precaución, había enviado a su pueblo a la mayor parte de los niños), nos fuimos a la capilla y ante Jesús Sacramentado, rogó que tuviésemos serenidad ante los acontecimientos que se presentaban.
Una vez roto el frente de la ciudad y adueñadas las fuerzas rojas de la misma (menos el Alcázar), nos encomendó a la Santísima Virgen, pues temía que flaqueásemos ante la persecución. Tres días estuvimos aún en el colegio, adonde llegaban las noticias de los desmanes que se cometían por las calles; mas como no nos inquietaban, no se pensó en tomar una determinación. Una vez que dio comienzo el bombardeo al Alcázar y por la proximidad del colegio, decidió que saliésemos de allí.
El Siervo de Dios Serapio García Toledano, sacerdote, antiguo alumno y por aquel entonces subdirector del colegio, ofreció su casa para que se refugiase en ella el P. Joaquín y todos nosotros; al menos estaríamos más alejados de los bombardeos. Cuando llegó el momento de tener que salir, nos reunió en la capilla y exhortándonos a defender a Cristo “pase lo que pase”, nos dio la bendición con el Santísimo Sacramento, recogió las Sagradas Formas en el porta-viáticos y al despedirse de la imagen de la Purísima Concepción, que tantos años había presidido y vigilado el colegio, me pidió que nos reconciliásemos mutuamente antes de partir. Era la primera vez que ejercía ministerio sacerdotal, administrando el sacramento de la Penitencia, y al ver a mis pies a aquel santo y decirme: “Será el primero que confiesas y quizá el último que me confiese”, vacilé en tal extremo, que tuvo que decirme: “Hijo, te olvidas de imponerme la penitencia”.
Salimos por las calles en verdadera procesión eucarística, pues todos sabíamos que con nosotros iba Jesús Sacramentado, llevado por un santo.
Muchos se extrañaban de que el P. Joaquín aún fuese con el hábito talar, y él les decía: “No me privéis de vestir de sacerdote”. “Mire usted, le decíamos, que es un peligro para todos ir así”. Mas él contestó: “Si Dios nos tiene escogidos, cúmplase su voluntad”.
Pasados dos días, nos trasladamos a la calle de las Tornerías, al comercio de ultramarinos de D. Enrique Pozas, quien nos recibió con todo cariño e incluso, exponiéndose al peligro de ser detenido por tenernos allí, nos dio toda clase de comodidades (en lo que era posible en esas circunstancias), y allí estuvimos con otras personas que había refugiadas, hasta el día veintisiete que fue el del martirio.
Todos los días llegaban noticias de los sacerdotes que eran fusilados por los rojos y esto hacía tan honda mella en el P. Joaquín que llegamos a temer por su salud, creyendo que habría que avisar al practicante para extraerle de nuevo la sangre; pero esto sería con perjuicio de ser sorprendidos por los milicianos. Entonces el Sr. Pozas se decidió a presentarse ante el Alcalde republicano de la ciudad para exponerle el caso. Este prometió que ya había pensado en el P. Joaquín, y que creía y aseguraba que nadie en Toledo le haría nada. Es más, se ofreció a ir a recogerle y llevarle al Ayuntamiento para mayor seguridad de su persona.
Mas a estas buenas palabras, se adelantó un miliciano llamado “Cascales”, que vivía en la pescadería de enfrente, y como veía a muchas mujeres que entraban en casa del Sr. Pozas con el pretexto de hacer compras y preguntaban por el P. Joaquín, llegó un momento en que vio a este cruzar la tienda, donde teníamos que subirle de vez en cuando para poder respirar, pues el corazón se la oprimía, y como no consintió quitarse la sotana, al ver un sacerdote en aquella casa, sin fijarse (al parecer en quien era), denunció el caso a las milicias, que no tardarían mucho en personarse a detenernos.
A todos nos animaba con su palabra y a los más de los refugiados administró la Sagrada Comunión. En medio de la zozobra y de la turbación, por la incertidumbre de los hechos que pudiesen ocurrir y con el fin de no ser gravosos a la familia que nos había recogido, y con la certeza de que no nos harían nada, sabiendo que éramos del colegio de D. Joaquín, nos mandó al colegio a recoger los pocos víveres que allí había para que, de esta manera, nos librásemos del espectáculo de verle detener. Él se quedó orando por nosotros y al vernos de nuevo, exclamó: “Gracias, Madre mía, yo sabía que me habías de escuchar”.
Mas los acontecimientos seguían en aumento y el número de sacerdotes martirizados se multiplicaba, por lo que en un arranque doloroso, nos dijo a un seminarista de Teología y a mí: “Marchaos, vosotros que sois jóvenes, por si os podéis salvar, que dentro de poco vendrán a prenderme”.
Así lo hicimos; mas como ovejas sin pastor, ¿dónde dirigirnos? Fuimos cobardes, la verdad, al no quedarnos con él y haber seguido la misma suerte. Nuestro calvario hasta salir de Toledo y ser detenidos para ingresar en la cárcel en Madrid, nada vale para el glorioso martirio que hubiésemos conseguido a su lado.
 
Martirio
Nota: Lo que a continuación se narra, me lo han dicho algunas personas que lo presenciaron, siendo la primera la Reverenda Madre Sor Mercedes, Hermana de la Caridad, que a la sazón estaba con ellos, pues era sobrina de D. Serapio, martirizado el mismo día que el Padre Joaquín.
A los pocos instantes de nuestra marcha, estaba el P. Joaquín en oración cuando se presentaron unos desconocidos por mandato de “Cascales”, diciendo: “Nos han dicho que hay aquí unos sacerdotes”. El Padre se presentó a ellos y les dijo: “Hijos, ¿qué mal os he hecho yo?
Un joven seminarista, que de ordinario cuidaba del P. Joaquín y que se había quedado con ellos, al oír estas cosas, comenzó a correr y al llegar a la Cuesta de los Pajaritos, le dieron el alto. Él en su aceleramiento, no quiso pararse y allí mismo cayó al suelo de un tiro que le dieron. El Padre Joaquín, a pesar de la distancia del lugar a la casa de Pozas, dijo: “¡A Estanislao le han matado!”. Efectivamente, pocos momentos después pasaba por allí la comitiva que llevaba al P. Joaquín y después de darle la absolución, quiso pararse un momento ante él, pero no se lo consintieron.
Según unos, al llegar a la Plaza de los Postes decidieron martirizarle allí; según otros, a pesar de que no podía andar, le obligaron llegar al Tránsito, donde le martirizaron. Aún llevaba algunas perrillas en el bolsillo y las distribuyó entre los asesinos, diciendo: “Tomad, esta es la última limosna que os puedo hacer”. Algunos de ellos, que eran de Toledo, las habían recibido otras veces y al ver este rasgo del Padre, dijeron: “Nosotros no matamos a este hombre”. A lo que contestaron otros milicianos de Madrid: “Pues no sé qué os habrá hecho este hombre”. “Pues si no le matáis vosotros, lo haremos nosotros”.
Me han asegurado personas que siguieron de cerca al Padre, que en el momento de caer en tierra, vieron un resplandor cerca del árbol donde le fusilaron; es más, que el árbol se secó a los pocos días. ¿Fue una ilusión del fogonazo de la descarga? ¿En realidad se obró este fenómeno? Yo no lo puedo asegurar.
Algunas mujeres que estaban allí presentes y que sabían el prodigio de la sangre que se conservaba sin corromperse, se arrojaron al suelo a empapar los pañuelos en la que cayó en aquellos momentos, para guardarla como recuerdo.
A los pocos momentos se presentaron unos agentes de la autoridad, por mandato del Sr. Alcalde a recoger al Padre Joaquín, pero ya era tarde: acababa de morir. Así terminó su vida este santo varón, que toda la había consagrado a los demás.
 
Sacerdotes del Colegio
La obra que comenzó en un cigarral de Toledo, bajo el amparo y dirección del Padre Joaquín, se vio coronada por cincuenta y cuatro sacerdotes, amén de otras personas que descollaron en la sociedad. Entre los primeros, merece especial mención el Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo de Ciudad Real, Don Narciso Estenaga Echevarria, martirizado por los rojos en la capital de su Diócesis.
Tres hermanos, de los cuales uno fue Magistral de la Catedral de Guadix, otro subdirector del Conservatorio de Música de Madrid y el tercero director de la Banda Municipal de Vigo. Estos tres hermanos, D. Faustino (martirizado en Guadix), D. Benito y D. Mónico, eran oriundos de Bargas. No era condición indispensable que los huérfanos fuesen de la provincia de Toledo, pues la mayoría procedía de otras provincias de España, aún cuando la mayor parte, al ordenarse, nos incardinábamos en la Archidiócesis de Toledo.
También cuenta este colegio, entre los seglares, hombres modelos en sus oficios y profesiones, que adquirieron su perfeccionamiento en el mismo, llegando a ocupar altos puestos en municipios y empresas particulares, cumpliendo con las enseñanzas y ejercitándose en la virtud de la caridad que en él aprendieron y que supo infundirles el Padre Joaquín.
 
Pequeñas excusas
Como se dice al principio, otros huérfanos del colegio podrían aportar muchos más detalles, pero Dios sabe el número sin número de obras de caridad que hizo en su vida el Padre Joaquín, y al premiárselo con el martirio, esperamos todos que desde el cielo nos seguirá protegiendo a todos los que en la tierra le debemos todo lo que somos.

Hasta aquí el relato de don Emilio Reol.

Dónde venerar sus reliquias


          El beato Joaquín fue enterrado en una fosa común del Cementerio Municipal de Toledo. El 1 de febrero de 1941 fue trasladado, dentro del mismo cementerio, a una tumba de su propiedad, en la que estaban enterrados sus padres. Cuando abrieron la fosa identificaron el cadaver, ya que una parte de su cuerpo estaba incorrupta, le reconocíeron también por las largas medias que llevaba, dada su enfermedad. Se le entierra junto al Siervo de Dios Serapio García.

El 16 de octubre de 2007 se produce su exhumación y traslado a la Catedral Primada de Toledo. Sus restos pueden venerarse en la Capilla del Sagrado Corazón de la Catedral toledana.
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