Martes, 16 de abril de 2024

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Ante el icono de la Navidad

Ante el icono de la Navidad

por La divina proporción


Cada año celebramos la Navidad y esta repetición predispone a que la vayamos haciendo algo cotidiano, inmanente, mundano. Lo que se repite deja de estar en el espacio simbólico de lo extraordinario y pasa a reposar en el espacio de lo rutinario. La Navidad nos parece maravillosa, pero por la oportunidad de vernos con nuestra familia e intercambiar regalos. El nacimiento de Cristo queda como causa o excusa, escondida detrás de las prisas, los preparativos y lo circunstancial. La Navidad se convierte con facilidad en un evento social que celebramos para nosotros mismos y no debería ser así. Pero el Misterio de la Encarnación se abre paso si dejamos abierta la puesta de nuestro corazón.

Hoy en día abrir el corazón a lo trascendente y sagrado es una heroicidad. Lo aparente, lo funcional, lo humano, es más importante que Dios mismo. Dentro y fuera de la Iglesia, lo social se ha convertido en el centro de nuestra vida cotidiana. Lo social es central y desde su centralidad, define qué es la periferia. Lo social define quienes son aceptados o excluidos, quienes merecen misericordia aparente y quienes quedan excluidos sin redención alguna. Lo social es lo que nos lleva a definir como rigoristas a nuestros hermanos en fe y a acoger, con aparente misericordia, a quienes son hermanos en lo social. Podemos llegar a juzgar a Dios y concluir que es injusto, mientras rehusamos juzgar lo que daña a nuestros hermanos.

Pero estamos en Navidad y en estas fechas podemos recolocar el Centro de nuestra fe en su Lugar: Cristo, que nace entre nosotros para rectificar la vara torcida y hacer florecer el terreno yermo y estéril. Que la santidad sea nuestro objetivo y la fraternidad nuestra casa. Que nadie quede excluido por amar a Dios sobre todas las cosas. Que nadie ose llamar injusto a Dios ni se jacte de "misericoridoso" maltratando a sus hermanos. Que nadie deje de juzgar lo que daña su hermano, ni deje de tenderle la mano para que rectifique su camino. Hoy es el día del Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Dios nace en la sencilla y pobre cueva que es nuestro corazón. Espera que lleguemos a Él y le adoremos de rodillas.

¿Qué hacer ante tan inmenso acontecimiento?
  • Busca un momento para orar ante el icono. Si te cercas con otras personas, mejor. No te olvides de traer contigo lo todo que eres, tu dolor y tus gozos. Da gracias por todo ello al Señor.
  • Olvida tus preocupaciones. Busca la paz profunda de corazón y prepara tu ser para aceptar la sorpresa, lo extraordinario, la mano tendida del Señor.
  • Traza sobre ti la cruz en la que Cristo nos regaló la redención. Mientras la trazas, date cuenta qué significa cada palabra: “En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”
  • Lee dos textos fundamentales dentro de la Palabra de Dios Lucas 2, 1-20; Jn 1, 1-4. 914. En estos textos se recoge el nacimiento del Señor.
  • Mira al Icono y permite que tu mente encuentre el silencio necesario para dejar que sea el icono el que hable. Una vez haya dado un par de pasos en el sentido trascendente de la celebración de la Navidad, podrás entender lo que significa desear a otras personas:
Mi boca proclamará la alabanza del Señor del Señor hacedor de todas las cosas y hecho entre ellas, revelador del Padre y creador de la madre. Hijo de Dios, del Padre pero sin madre; hijo del hombre, de madre pero no de padre; grande como Día de los ángeles, pequeño en el día de los hombres; Palabra Dios antes de todos los tiempos; Palabra carne en el tiempo oportuno; hacedor del sol, hecho bajo el sol; ordenador de todos los siglos desde el seno del Padre, santificador del día de hoy desde el seno de la madre; en aquél permanece, de éste sale; creador de cielo y tierra, nacido bajo el cielo en la tierra; inefablemente sabio y sabiamente mudo; llena el mundo y yace en un pesebre; gobierna los astros y toma el pecho materno; tan grande en la forma de Dios como diminuto en la forma de siervo, de modo que ni aquella magnitud disminuye por esta menudencia, ni esta menudencia se ve oprimida por aquella magnitud. Cuando tomó los miembros humanos, no cesó en sus obras divinas ni dejó de llegar con fortaleza de un extremo a otro y de disponer con suavidad todas las cosas cuando se revistió de la debilidad de la carne fue recibido, no encerrado, en el seno virginal, para que a los ángeles no se les privase del alimento de la sabiduría y nosotros gustásemos cuán suave es el Señor. (San Agustín Sermón 187, 1)
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