Es una táctica común de la propaganda proabortista considerar que la oposición al aborto es propia de personas religiosas y por razones exclusivamente religiosas, como si eso desvirtuara al movimiento provida. Pero lo cierto es que no es así, y el grueso del argumentario provida se basa en hechos y datos que tienen poco que ver con la religión, y mucho con la biología, la filosofía y el derecho.

Por ese motivo son muchos los ateos contrarios a que las madres maten a sus hijos antes de que nazcan. Como Charles C.W. Cooke, licenciado en Historia y Política Moderna por la Universidad de Oxford y colaborador del New York Times, el Washington Post y el Los Angeles Times, entre otros medios como la publicación conservadora National Review, donde en un reciente artículo da cuenta de sus motivaciones antiabortistas al tiempo que se declara ateo y alejado de toda perspectiva religiosa.

Como es obvio, Religión en Libertad no comparte sus ideas en ese sentido, pero hemos considerado relevante dar a conocer su testimonio como ejemplo de que la vida de los inocentes no solo preocupa a quienes la reconocen como un don de Dios, sino a todos aquellos que la reconocen como, sencillamente, humana.

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Oposición laica al aborto

Me opongo al aborto desde el primer momento en que supe que existía.

Para mí es una oposición prepolítica y preideológica. Al crecer, no sabía mucho ni me interesaba demasiado el mundo que me rodeaba, pero sabía una cosa: estaba en contra de matar a los bebés y no entendía a los que no lo estaban.

No me han llevado a esta posición. De hecho, llegué a ella a pesar de mi entorno, no por él. En Inglaterra, la mayoría de la gente está a favor del aborto y cuando el tema sale a relucir, es dentro de un contexto que nunca me ha convencido: la religión. Como defensor acérrimo de la conciencia, soy amable y respetuoso con los creyentes religiosos. Pero yo no lo soy, nunca lo he sido y no estoy cerca de serlo.

Un ateo... ¿fundamentalista religioso?

Naturalmente, estoy agradecido a las tradiciones religiosas en las que me he criado indirectamente, y soy plenamente consciente de la monumental influencia que han tenido en la visión del mundo que me paso los días defendiendo. Pero no acepto las afirmaciones metafísicas que me correspondería aceptar si me convirtiera. No creo en el cielo, ni en el infierno, ni en el alma, ni en los milagros, ni en el poder de la oración de intercesión, ni tampoco en Dios. Creo que los seres humanos son excepcionales y valiosos y merecedores de derechos inalienables, pero para ello no me apoyo en nada sobrenatural.

Charles C.W. Cooke, durante una entrevista televisiva sobre uno de sus libros, 'El manifiesto conservador'.

Menciono esto porque, casi siempre que escribo sobre el aborto, recibo cartas en las que se me acusa de ser un "fundamentalista religioso". Pero esto, por supuesto, es un sinsentido; en parte porque ni siquiera soy un laico religioso y, también, porque uno no tiene que tener ninguna creencia religiosa para considerar que los argumentos más populares a favor del aborto son poco persuasivos. En lo que a mí respecta, el argumento principal contra el aborto no presupone ni se basa en la existencia de Dios, sino que sostiene simplemente que el aborto implica el asesinato de un ser humano inocente, y que el asesinato de seres humanos inocentes está mal. Para mí, al menos, Dios no tiene nada que ver con ello.

No es "tu" cuerpo

En Estados Unidos, la mayor parte de la retórica que despliegan los defensores del aborto se centra en la madre: "Mi cuerpo, mi decisión" y todo eso. Como hombre de tendencia libertaria, este tipo de argumento me parece atractivo en casi todas las circunstancias. Es un país libre, y si sus adultos libres desean inyectarse heroína en el cuerpo, cubrirse la cara con tatuajes, negarse a vacunarse contra el covid-19 o cortarse los genitales, sus decisiones me resultan en general indiferentes.

Pero con el aborto no estamos hablando realmente del cuerpo de la madre, sino del otro cuerpo que está en juego. Y, aunque no hay duda de que el embarazo puede ser difícil, es el otro cuerpo el que se enfrenta a una muerte segura durante un aborto. (Lo que hay que hacer cuando la propia vida de la madre está en peligro es, por supuesto, una cuestión moral totalmente diferente).

El doctor Anthony Levatino llegó a practicar 12.000 abortos antes de convertirse en un gran defensor de la vida antes del nacimiento. Aquí explica uno de los procedimientos más comunes de aborto cuando el feto ha alcanzado cierto grado de desarrollo. 

Está de moda, lo sé, decir a los hombres como yo que lo que las mujeres decidan hacer con sus propios hijos no es de nuestra incumbencia. Pero esto simplemente no es cierto cuando esa elección implica acabar con la vida de esos niños. Sabemos lo que pasará si nos negamos a matar a los no nacidos: seguirán viviendo. Que, en determinadas circunstancias, las madres no deseen que esto ocurra no puede ser el fin de la historia.

Cada persona, un valor propio y específico

Los argumentos utilitarios a favor del aborto adolecen del mismo problema. "¿Qué pasa si los padres no quieren al niño?", suele preguntar la gente. "¿Y si el niño crece pobre?". "¿Y si la superpoblación hace que nos quedemos sin comida, o hace que la tierra se caliente más allá del límite?". "¿Y si el gobierno no proporciona el nivel de gasto en bienestar que algunos desearían?". Pero a menos que estas preguntas sean convincentes cuando se habla de matar a un bebé de un mes, o de matar a un niño de cinco años, o de matar a una persona de 80 años, no veo qué relevancia podrían tener para los no nacidos.

Sospecho que mi horror ante la idea de que algunas personas sean simplemente desechables se hizo más fuerte como resultado del trabajo de mi madre. Antes de jubilarse, mi madre daba clases a niños de preescolar con necesidades especiales, como autismo, síndrome de Down y parálisis cerebral, y durante casi una década fui voluntario para ayudar en las sesiones semanales que dirigía.

En algunos países, niños como los que enseñaba mi madre se consideran infrahumanos; en Islandia, por ejemplo, el gobierno se jacta con frecuencia de haber "erradicado" el síndrome de Down, cuando lo que significa en la práctica es que los padres de Islandia han matado a todos los niños cuyas pruebas prenatales habían revelado esta condición.

Pero nadie en estas sesiones parecía pensar que estos niños eran algo más que ligeramente diferentes, tan dignos de amor, atención y dedicación como cualquier otro, y por tanto yo tampoco.

(El problema de eliminar a las personas incómodas le parece obvio a la gente cuando hablamos, por ejemplo, de los ancianos que han desarrollado Alzheimer, sobre los que a ningún médico se le ocurriría decir: "Hemos curado a tu abuelo... matándolo").

Tener a mis hijos ha reforzado mi oposición al aborto, entre otras cosas porque, al convertirte en padre, te das cuenta de cuánto hay de cada persona desde el momento en que tu hijo nace.

Hay, por supuesto, factores ambientales en la crianza de los niños, y solo un tonto podría argumentar lo contrario. Pero también hay cosas que no se pueden explicar, como por qué un niño tiene mal genio y el otro no, o por qué a uno le gusta el ketchup y al otro no, o por qué uno es capaz de repetir la música en la tonalidad en la que la escuchó mientras que el otro la transpone salvajemente antes de perder la melodía.

Sin eufemismos

Es algo horrible de reconocer, pero debemos reconocerlo, que, desde que el aborto se hizo fácilmente accesible, hemos eliminado a millones y millones de seres humanos individuales, cada uno con sus propias debilidades, defectos, talentos y dones, y que lo hemos hecho en nombre de la conveniencia, y sobre una concepción falsa de lo que constituye, y no constituye, un "derecho".

Sospecho que hay una razón por la que los defensores más acérrimos del aborto son tan reacios a debatir la cuestión sin recurrir a eufemismos implacables ("justicia reproductiva") o atribuyendo motivos rebuscados a sus oponentes ("odio a las mujeres" / "extremismo religioso"), y esa razón es que un examen contundente del tema en cuestión debería, como mínimo, llevarle a uno a proceder con cautela.

A lo largo de los años, me han echado en cara todo tipo de intrincadas explicaciones sobre por qué yo, un no creyente, podría estar tan interesado en salvar la vida de seres humanos que, si se los deja a su suerte, llegarán a experimentar toda la belleza, el desamor y el misterio de la vida. Pero, con todo, la respuesta es sencilla: soy uno de ellos.

Traducción de Elena Faccia Serrano.