A Anna Corry, una australiana madre de tres hijos cuyas edades van de los 17 a los 11 años, le diagnosticaron un cáncer de mama que finalmente se extendió. Murió este Jueves Santo a la edad de 50 años.

Sin embargo, pocos días antes de morir, esta católica feligresa de la parroquia de Santa Bernardita de Castle Hill (Sídney) quiso dejar por escrito por qué desde su condición de enferma se oponía a la eutanasia.


Precisamente, en Australia está abierto el debate sobre la eutanasia. Una ley entrará en vigor en uno de los estados mientras que ya se debate en otro. Su testimonio desde la enfermedad es no sólo un alegato de una mujer en estado terminal sino que además conoce el mundo médico pues es enfermera. Sus palabras están, igualmente, impregnadas de su profunda fe cristiana.

The Catholic Weekly, semanario de la Archidiócesis de Sídney, ha recogido este último deseo de Anna, que vivió sus últimos días en un centro de cuidados paliativos rodeada por su familia.

Esta madre de familia estaba sufriendo grandes dolores pero aseguró que haber puesto fin a su vida mediante la eutanasia o el suicidio asistido habría supuesto robarse a sí misma, a su familia y a sus amigos una “increíble cantidad de alegría” durante sus últimas semanas de vida.


Corry afirmaba que con este cáncer había en ella “picos y valles” intensos tanto física como espiritualmente. Confesaba que tuvo que superar la ira, la ansiedad y la angustia por tener que dejar a sus hijos.

Pero también quiso expresar su gratitud por la enfermedad, pues según ella enriqueció su matrimonio y le enseñó el valor de la amistad y la generosidad. Además, pudo apreciar de una manera mucho más profunda el tiempo.




“No sabía que un matrimonio podría ser tan feliz hasta ahora”, aseguraba esta mujer.

Anna proseguía afirmando que “le he dado a mi esposo la oportunidad de servirme de una manera que nunca antes había hecho, y ahora nos amamos más que nunca”. De haber optado por la eutanasia no habría podido experimentar esto.

“Es un amor muy profundo, es un amor muy personal, aunque también un poco temeroso porque no estaremos juntos en un sentido humano, aunque lo haremos a través de la oración”, agregaba esta madre de tres hijos.


Cientos de amigos y familiares, explicaba ella, han estado rezando por su curación física así como por una cura espiritual que le permitiese aceptar la voluntad de Dios para ella. Anna confirmaba que la segunda solicitud le había sido concedida con creces.

“Antes de entrar en este hospital comencé a confiar en Nuestro Señor, y comencé a sentir una paz y una alegría que nunca había sentido antes, y una aceptación de su voluntad”, afirmaba.

Y añadía que "algunos de mis días aquí son equivalentes a los días más felices de mi vida", como su boda o el nacimiento de sus hijos


Anna se refirió también a aquellos que insisten en que la Iglesia debe mantenerse al margen del debate de este tipo de leyes y que aseguran que los enfermos terminales deben tener más poder de decisión para acabar con su propia vida. Ella aseguraba, cuando ya estaba muriéndose, que a través de su propia experiencia con la enfermedad había descubierto más argumentos contra la eutanasia, muchos de ellos que poco o nada tenían que ver con su fe católica y que podrían ser utilizados por personas no creyentes.

“Los que optan por la eutanasia –explicaba Anna- están potencialmente robando a amigos y familiares bellos actos de bondad y servicios que les pueden proporcionar mucha alegría”. De hecho, afirmaba que su familia no habría podido disfrutar de esos momentos si ella hubiera optado por el suicidio asistido cuando supo que iba a morir y que vendrían más dolores.

“Si les hubiera dicho a mis hijos que estaba estudiando la eutanasia se sentirían hubieran sentido despojados de estar con su madre durante semanas o meses y podría haber generado mucha ira en su interior”, proseguía ella.

Pero además ponía otros ejemplos. Si se conociera un nuevo de tratamiento o cura, “imaginad cómo se sentiría la familia. Sería un enorme sufrimiento para ellos".


Anna, que además era enferma, afirmaba que para nada quería juzgar a nadie con sus palabras y que entendía el miedo al avance de una enfermedad terminal, la llegada de la muerte, la pérdida de independencia y el dolor físico.
“El diagnóstico de una enfermedad terminal puede suponer una tensión enorme y miedo para una persona y su familia”, dijo ella. Pero tampoco hay razón para temer un dolor como este al final de la vida.

Ella indicaba que “se puede tratar cualquier tipo de dolor, y yo mismo he sido testigo de ello. No puedo entender por qué a las personas no se las informa de que el alivio del dolor puede ser totalmente adecuado".

Pero además apuntó a otra causa que lleva a la eutanasia a muchos. “No se sienten que su familia cuide de ellos. He oído que mucha gente dice que no quiere cargar a su familia, se sienten solos o están completamente desconectados de sus familiares. “Se trata más de dolor emocional, en mi opinión, que de dolor físico”, concluyó.

Anna Corry finalmente cumplió todo lo que dijo. Disfrutó de su familia hasta el final, se dejó cuidar por su marido y sus hijos, se despidió de sus amigos que la sostuvieron con la oración y murió en paz este Jueves Santo.