No puede hablarse de causa-efecto ni se trata de generalizar, porque concurren otros factores: pero los casos de niños que se quitan la vida en un contexto de divorcio de sus padres permiten una reflexión que no suele hacerse, y que afronta, consultando a varios expertos, Benedetta Frigerio en La Nuova Bussola Quotidiana
 
Hacía cinco años que sus padres se habían separado y que ella, adolescente de 14 años de Catania, vivía el peso de esta ruptura. Ciertamente había otros factores (sensibilidad, contexto histórico, libertad…), pero lo que es un hecho es que la semana pasada, volviendo a la casa materna después de haber pasado el fin de semana en la de su padre, se ahorcó, dejando una nota de adiós a sus padres en la que les explicaba su gesto. Se sabía que desde la separación de sus padres la joven no era la misma. Era buena, como si ese dolor hiciera que sintiera más empatía hacia el dolor de los otros, pero llevaba sobre sus hombros una carga demasiado pesada: "Una muchacha luminosa, amada por todos, pero que tenía siempre un mirada triste; quizás la separación de sus padres la había marcado profundamente", comentó su profesora de lengua y literatura.
 
Éste no es un caso aislado y recuerda el del niño que en 2012, con solo 10 años de edad, se suicidó ahorcándose con una bufanda porque, según los abuelos, "no había aceptado la separación de sus padres. Había sufrido mucho y no había superado el dolor. Era la única sombra en el corazón de Filippo".


Sombra, tristeza, reflejos en la mirada, como si el pensamiento del mal estuviera, de alguna manera, siempre allí, fijo en la mente, distrayendo, haciendo que estos niños no estén nunca totalmente presentes y sean, por lo tanto, capaces de afirmar la realidad que se revela ante ellos. Como un miembro del cuerpo que tiene una herida perenne y en el que es imposible dejar de pensar. Quien no ha vivido una situación así tal vez no pueda comprender, pero "cuando la pareja se separa, el hijo siente un dolor desgarrador, como si le partieran en dos", ha explicado la doctora Margherita Spagnuolo Lobb, directora de la escuela de psicoterapia de Gestalt Hcc Italy, comentando el suicidio de la joven siciliana de 14 años.


Margherita Spagnuolo Lobb, psicóloga especialista en psicoterapia.

Estos dos casos extremos, que narran la desesperación de una generación que quizás no lleva a la muerte física, pero sí al rechazo de la vida mediante otras formas nihilistas cada vez más presentes (anorexia, droga, violencia, apatía, compulsiones de distinto tipo), hacen evidente que la herida psicológica del divorcio y de la separación es mortal para toda la sociedad. Porque cada hombre debería poder crecer con la certeza, más o menos consciente, de haber nacido y de vivir como consecuencia de un acto de amor que nada podrá romper, ése entre su padre y su madre, dos figuras que para él son inseparables. La negación de esta promesa ínsita en el nacimiento, y de esta identidad, el concebirse fruto de un bien eterno, coincide por lo tanto con el fin de la existencia.
 
Es como si el hijo sintiera que le mataran; ya no sabe quién es ni de dónde viene. Como dice Lobb, algo se rompe en él que le lanza al extravío, al miedo y a la desconfianza hacia todo. Porque si el lugar en el que se encuentra la seguridad para crecer y aventurarse en la vida desaparece, ¿en qué puede creer? ¿En qué terreno firme puede apoyar los pies para afrontar la vida diaria con confianza?

"Mi madre y mi padre se han separado dos veces; primero la separación entre ellos y luego la separación de sus 'parejas'. Sólo puedo confiar en mí mismo. Ya no creo en nada porque si me decepciono de nuevo, ¿qué hago?", es el infierno descrito por un muchacho de 16 años de un instituto de formación profesional. Y es la muerte también de quien decide negar cualquier posibilidad de bien antes que correr el riesgo de pasar, de nuevo, por un sufrimiento indecible. Es el dolor causado por la negación de la caridad gratuita por la que venimos al mundo, el único motivo por el cual todo hombre vive, trabaja e incluso peca, con la esperanza de encontrarla de nuevo. 
 
Cuando esta esperanza es totalmente sofocada sucede lo que escribió una joven hace años, antes de suicidarse en los baños de una estación de Roma: "Reconozco que me habéis amado, pero no sois capaces de ser un bien para mí. Me habéis dado todo, incluso lo superfluo, pero no me habéis dado lo indispensable: ¡no me habéis indicado un ideal por el cual valiera la pena vivir! ¡Por esto he decidido quitarme la vida! Perdonadme, pero no tengo otra elección" [texto citado por el cardenal Angelo Comastri en esta carta, n.n.].
 

Episodios que la prensa tiende a censurar, aunque la joven (como tampoco nosotros hacemos) no juzgaba a sus padres de un modo definitivo, sino que expresaba un hecho. Porque todo puede ser perdonado y redimido, pero las consecuencias del mal se pagan y es mejor conocerlas de antemano, junto a las posibles soluciones. La tragedia de la falta de un sentido amoroso por el que vale la pena el sacrificio de permanecer y de afrontar la existencia es tal que, de hecho, sólo el encuentro con el amor con A mayúscula permite que se vuelva a esperar. El Amor que, efectivamente, ha "usado", por decirlo como lo expresa Giovanni Testori (19231993) en El sentido de nacer ("en ese momento Dios está allí para continuar su creación"), la unión de procreación de los padres. Ese único Amor que puede transformar la muerte en una nueva vida, esta vez inmortal.
 
En el último libro de Alessandro D’Avenia, L’arte di essere fragili, aparece la carta de un muchacho, hijo de dos cónyuges separados que habían tapado su ausencia llenándolo de bienes materiales; el joven, para hacerse notar por sus padres, había hecho de todo. Sin embargo, leyendo los libros del autor se había encendido un luz en él y le da las gracias a D'Avenia de este modo: "¡Soy huérfano aunque mis padres existan! ¡Lo único que he aprendido es que una mirada, un abrazo son capaces de aniquilar todos los objetos que hay en el mundo y será lo primero que enseñe a mis hijos! ¡Gracias de nuevo!”.


Padres e hijos es una de las obras de Vittoria Sanese traducidas al español.

Parecido a lo que explicó durante una entrevista a Tempi sobre los "hijos del divorcio" la conocida psicóloga de la familia Vittoria Sanese: "Si alguien les hace compañía dando un significado y dignidad a su existencia y dolor, ofreciendo un amor constante, entonces la herida será transfigurada. Y el niño podrá entender que existe un amor que resiste. Y que el estar, el permanecer, tiene un significado bueno. Es necesaria, por lo tanto, la fe en otra paternidad", que puede ser "un adulto que sepa transfigurar la realidad en positivo y por el cual, para quien cree, pasa el amor fiel de Dios". 


Vittoria Sanese, psicóloga de pareja y de familia, ha dirigido durante años un consultorio familiar en Rímini.

Incluso a través de una herida que puede encontrar verdadero consuelo en la tierra sólo con la fidelidad al vínculo de Dios del cónyuge traicionado y la redención en la reunión de los padres. Pero que cicatrizará de verdad sólo en el Cielo.
 
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).