La Fundación Jérôme Lejeune celebró este miércoles 3 de abril el 25º Aniversario de la muerte del profesor Lejeune, quien descubrió en 1958, a la edad de 32 años, la primera anomalía cromosómica en el hombre: la trisomía 21, causa genética del Síndrome de Down.

El homenaje, que se celebró en la Fundación Cofares, consistió en un coloquio sobre la figura de Jérôme Lejeune y su contribución a la Cultura de la Vida, en el que se presentó su libro En el comienzo, la vida (editado junto a la BAC) y una misa de acción de gracias celebrada en la Iglesia de Santa Elena, que fue oficiada por Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, y Mario Iceta, obispo de Bilbao.

El coloquio sobre la vida del profesor Jérome Lejeune, que se encuentra en proceso de beatificación, estuvo moderado por el director de esta Fundación en España, Pablo Siegrist, e intervinieron en él las doctoras Mónica López Barahona, que preside la Fundación Jérôme Lejeune, y Blanca López Ibor, Jefe de Onco-hematología pediátrica del Grupo HM Hospitales. Ambas mostraron su gran admiración por Lejeune, por la grandeza de su vida y su importante contribución a la ciencia y a la defensa de los más débiles.

La grandeza de todas las personas

López Ibor destacó cómo conocer la vida de Lejeune le ayudó a descubrir la grandeza a la que están llamadas todas las personas; desde este descubrimiento no sólo trabaja para curar a “sus niños”, como ella los llama, sino que procura que no pierdan de vista la belleza de la vida durante todo el proceso de su enfermedad.

En el coloquio se manifestó la gran contribución a la mejora de la vida de las personas con Síndrome de Down que propició Lejeune con su descubrimiento y la atención médica que les brindó durante toda su vida. Este descubrimiento fue un hito histórico, ya que por primera vez se establecía un vínculo entre ciertas discapacidades y las anomalías cromosómicas.

En noviembre de 1962, el profesor Lejeune recibió el premio Kennedy y más tarde, descubrió cómo otras alteraciones cromosómicas estaban en la base de otras patologías genéticas, como el Síndrome del "maullido de gato". Todos estos avances llevaron a considerarle como el padre de la genética moderna.

En octubre de 1965, adquirió la titularidad de la primera Cátedra de genética fundamental de Europa, en la Universidad de la Sorbona de París. Y, al año siguiente, fue nombrado jefe del servicio de la misma especialidad en el hospital Necker Enfants Malades, de la capital francesa. Allí trabajó hasta su muerte en la atención a los niños con discapacidad intelectual de base genética, buscando terapias eficaces contra las anomalías causantes de esta discapacidad e investigando sobre las afecciones de origen genético en general.

En agosto de 1969, la Sociedad Norteamericana de Genética concede a Lejeune el «William Allen Memorial Award», la más alta distinción que pueda otorgarse a un genetista. Desde su llegada a San Francisco, donde se hacía la entrega de este reconocimiento, percibe claramente que se considera la posibilidad de autorizar el aborto de los embriones con síndrome de Down. El profesor Lejeune ve cómo su descubrimiento, más que servir para la mejora de la vida de las personas con discapacidad, va a emplearse para la eliminación de los embriones afectados por la trisomía 21. Su discurso en el acto de recogida del premio es un alegato decidido hacia la dignidad y la belleza de la vida de estas personas y una llamada de atención a la responsabilidad de los médicos y los científicos. Su posicionamiento firme en la defensa de la vida de los más débiles, que se tradujo en su oposición decidida a los sucesivos proyectos legislativos de despenalización del aborto en Francia le impidieron de hecho optar al Premio Nobel, al que fue un firme candidato por el valor de su ciencia.

Defendió sus ideas incluso en la sede de las Naciones Unidas, donde se trataba de justificar la legalización del aborto. Allí se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo: “He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Desde entonces, y hasta su muerte el 3 de abril de 1994, fue firme en la defensa de la dignidad y la vida de todas las personas, especialmente los más vulnerables.

Su invariable postura en la defensa de la vida llevó al Papa Juan Pablo II a nombrarle presidente de la Academia Pontificia de la Vida, que el Santo Padre creó pocos meses antes de su muerte, al converger ambos en la creencia de que el aborto es la principal amenaza contra la paz.

Presentación del libro En el comienzo, la vida

Con motivo de este aniversario, el homenaje de la Fundación Jérôme Lejeune al profesor Lejeune incluye el lanzamiento del libro En el comienzo, la vida, que recopila las conferencias que impartió en momentos especialmente significativos de su vida, editado junto con la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Sobre este libro, Mónica López Barahona señaló: “Lejeune supo mirar con una mirada nueva a las personas con síndrome de Down, a sus pequeños, como él los llamaba. Una mirada llena de amor y profundo respeto hacia ellos y una mirada cargada de esperanza en poder llegar a entender este síndrome, de tal modo, que pudiera llegar a mejorarse y, eventualmente, a curarse”.

Algunas de las ideas destacadas en este libro son las reflexiones de Lejeune sobre cómo algunos médicos no son capaces de ver la luz de la dignidad personal cuando se encuentran frente a estas situaciones. Ante lo que él, a partir de su propia experiencia, decía: “Pretender afirmar que todos los niños no deseados, no aceptados, serán todos rechazados y desgraciados es una enorme falsedad”.

El acto culminó con una misa de acción de gracias por la vida de Jérôme Lejeune, que se encuentra en proceso de beatificación, en la Iglesia Santa Elena de Madrid. La ceremonia estuvo presidida por monseñor Iceta, concelebrada por monseñor Reig Plá y el párroco de Sta. Elena. En la homilía, el obispo de Alcalá destacó de Jérôme Lejeune que puso todo su trabajo al servicio de la vida, sobre todo de la de los más frágiles, siendo así un faro en medio de la oscuridad. Poniendo de ejemplo al venerable Lejeune, Mons. Reig Pla dijo que nuestro mundo de hoy sigue necesitando de ese faro y animó a todos los cristianos a llevar a cabo la vocación a la que estamos llamados, con ánimo y esperanza, porque no importa que sean pocas personas las que alumbren, mientras haya esa luz que ilumina al final la verdad y la vida triunfarán.