«La mía es una vida llena de amor». Empieza así Stefania Tanganelli, originaria de Arezzo, de 53 años de edad, frente a una taza de café. Y te desconcierta inmediatamente con su sonrisa serena.

El 25 de marzo de 2001, Stefania fue abandonada por su marido después de ni siquiera diez años de matrimonio, con un hijo de casi 8 y toda una vida por delante.

«Mi marido nunca ha mirado atrás y yo estaba sola y aturdida. Después de un periodo de soledad conocí a un buen muchacho que tenía un proyecto importante para mi y para mi hijo junto a él».

Por esas fechas, Stefania vuelve a frecuentar la parroquia, después de una larga ausencia, para garantizar a su hijo una educación cristiana.

Y aquí entra en escena el padre espiritual de Stefania, que después de un cierto tiempo la pone frente a la verdad: deberá elegir entre su novio y el Señor, no podrá seguir recibiendo la Eucaristía en su nueva condición.

¿Y que sucedió?

«El padre Gregorio (nombre del padre espiritual de Stefania, ndr) me dijo que rezara al Señor para que me hiciera entender qué era verdaderamente importante para mí. Me aconsejó que me tomara un mes de tiempo y así lo hice, compartiendo sus indicaciones. Fue el mes más increíble de mi vida. Pude percibir claramente la inmensidad del amor de Cristo, mi corazón apenas podía contener tanta gracia. Entonces todo fue claro para mí y con sencillez fui a mi novio y le dije que permanecería una esposa fiel y que elegía a Jesús en mi vida. No podíamos seguir viéndonos. Fui a ver a padre Gregorio para comunicarle mi elección en confesión: salió del confesonario, me abrazó y se puso a llorar».


-Exacto. Fiel a un promesa que hice el día de mi matrimonio. Fiel al proyecto de vida que empezamos juntos. “Serte fiel siempre, en la alegría y en el dolor”. Desde el primer instante del matrimonio sabemos que el dolor puede formar parte de la vida de pareja, pero ni siquiera el dolor más desgarrador, ni siquiera el hecho de que tu esposo te dé la espalda pueden romper ese vínculo que el Sacramento ha convertido en sagrado. Porque ese Sacramento es mucho más que el amor humano, en él está Jesús que se une a los dos esposos de manera estable e indisoluble.


-Jesús permanece. Es en virtud de esto, de esta presencia particular y poderosa, que se entiende plenamente la identidad del separado cristiano. ¿Jesús desaparece cuando nos separamos? No. Desaparecen tantas personas en el momento de las dificultades, muchos de los que consideramos amigos, pero puedo decir por experiencia personal que el Cristo de las nupcias está conmigo. Y con Cristo permanece el amor, porque el amor verdadero dura para siempre: tú te puedes ir, pero no por esto yo dejo de amarte.

-No existe una vida familiar inmune al sufrimiento. Ciertamente, mi vida es una vida también de sufrimiento, pero yo vivo en la verdad y esto es lo que cuenta. Nosotros debemos ser testigos de esta alegría, de la alegría de Cristo, de la alegría de la verdad. A todos me gustaría decirles que esta alegría no me la puede quitar nadie, esta gran gracia que se ha manifestado en mi vida, hoy tan bella y tan plena, no puede ser ofuscada por nada ni por nadie. Tenemos que decir a quienes viven situaciones similares a la mía: el Señor no os deja solos, confiad en Él.

-Nada ni nadie, repito, podrá privarme de esta fuerte y segura presencia de Jesús en mi vida. Creo y espero, y por esto rezo, que la doctrina de la Iglesia en el tema de los separados vueltos a casar no cambie. Cambiarla significaría de golpe minar los fundamentos de tres Sacramentos: matrimonio, confesión, Eucaristia.

»El ”fiel para siempre” de la fórmula del matrimonio cambiaria y lo que hoy es pecado dejaría de serlo y el Cuerpo de Cristo verdaderamente presente en la hostia consagrada sería rebajado. Tal vez se ha abierto alguna fisura y será difícil reparar el daño, pero yo seguiré siendo testigo del hecho que lo que al mundo le parece imposible, con Cristo se convierte no sólo en posible, sino en maravilloso. Mi condición la vivo en la carne: una vida de continencia sexual, de disciplina, es lo más lejano que hay a lo que te propone el pensamiento dominante y, ciertamente, no es fácil. Sin embargo, la castidad, vivida como don, como regalo a Jesús, se convierte en un suave yugo.



-Sentí esa necesidad en 2012, percibí que tenía que hacer algo así durante una peregrinación a Medjugorje. Con la ayuda de padre Gregorio elaboré algunos puntos fundamentales.

»Castidad, huir de las tentaciones: a un corazón puro le corresponde siempre un cuerpo puro. Amor hacia mi marido que se concreta en oración diaria por él y por mi familia. Obediencia: vivir cada día la verdad del Evangelio, rendirse a Cristo, doblegar mi voluntad. Pobreza: vivir con gratitud de mi trabajo en el uso oportunamente distanciado de los bienes materiales. Adoración eucarística cuando sea posible, Santa Misa diaria, confesión mensual. Servicio a la Iglesia en la forma del servicio a la familia que sufre y compromiso a vivir la vocación de madre con dedicación total. Estos son los ingredientes de mi regla.
 
-En 2008 conocí a un grupo de esposos separados procedentes de toda Italia, que vivían como yo la fidelidad en el matrimonio. Su guía era – y lo sigue siendo – monseñor Renzo Bonetti, que hasta el año 2009 fue director de la Oficina Nacional para la Pastoral de la Familia de la Cei (Conferencia Episcopal Italiana, ndt) y Consultor Pontificio para la Familia.

»A partir de la primavera de 2012 este grupo maduró la idea de constituir una verdadera y propia fraternidad, que hoy se llama “Asociación fraternidad esposos para siempre”. El objetivo no es sobrevivir a un dolor, sino vivir plenamente el propio camino de santidad. Todo al servicio de la Iglesia, testigos de carne y hueso de que la fidelidad al matrimonio es posible aunque el amor no sea correspondido por tu cónyuge.

»Nuestra asociación está incluida en el proyecto más amplio Misterio Grande (www.misterogrande.org), que nace del deseo común y compartido por algunas parejas de esposos cristianos de expresar su identidad más verdadera en la belleza del matrimonio. Mi regla lo único que ha hecho es codificar lo que ya existía en el ánimo de muchas personas como yo.

-Yo no puedo olvidarme porque he visto el trauma de mi hijo. Pero la impresión es precisamente esa: se ha llegado incluso a decir que la aprobación de una ley sobre el divorcio breve sirve también para aliviar el dolor de los hijos. Nos olvidamos en cambio que para ellos el verdadero sufrimiento inicia en el momento en que los padres se separan definitivamente. Y yo puedo testimoniarlo porque hoy escucho a muchas personas que viven en mi misma condición y cuyos hijos han tenido muchos problemas en el colegio, en la vida afectiva, en la vida diaria. A este tema, también en ocasión del Sínodo, no se le han dedicado suficientes palabras. ¿Qué pasará con esos hijos cuyos progenitores tienen una segunda familia? ¿Cómo podrían reaccionar a la "normalización" de un segundo matrimonio? Son cuestiones que deberían aconsejar prudencia tanto en sentido eclesial como laico.

-El riesgo es grande. Se está jugando con la familia. Si la Iglesia quiere abrir el acceso a los sacramentos a los que se han vuelto a casar, ¿qué le dirá a las familias que viven con compromiso y sacrificio un matrimonio fiel? Si el Estado destruye la estructura que es el pilar de la sociedad, ¿qué futuro nos espera?.

-No podría ser de otro modo. Ya lo he dicho: Jesús está siempre conmigo, está siempre con nosotros si lo queremos, si Le dejamos espacio en nuestro corazón. Es la alegría de vivir y de testimoniar nuestra Verdad. Permíteme que lo repita: el Señor nos quiere felices, nos da la verdadera paz, que no es la paz del mundo. Nos trata con misericordia, una misericordia verdadera, que es la que utilizó con la adultera: “Tampoco yo te condeno, ve y no peques más».

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)