"El 4 de abril de 2014, la vida de mi cuarto nieto, el primer hijo de mi hijo, acabó en un abortorio": así comienza el testimonio de Debbie, una abuela que comparte su historia en Voices of Regret, sitio web especializado en ayudar a madres que lamentan haber abortado.

El joven hijo de Debbie y su novia habían estado saliendo durante dos años, cuando de manera imprevista ella se quedó embarazada. Aparentemente, la reacción fue positiva. Ambos se comprometieron, empezaron a comprar ropa y muebles de bebé, e incluso decidieron su nombre: Cole James si era chico, Lyra Grace si era chica.

"No hicimos nada para reafirmar a esa joven madre en nuestro apoyo, toda vez que ella y mi hijo hacían planes para el pequeño y estaban deseando darle la bienvenida", lamenta ahora Debbie: "No nos aseguramos de que ese apoyo pudiese sobreponerse a los miedos e inseguridades que otros en el entorno de ella iban a magnificar en su mente. Que si no sería capaz de manejar al bebé y completar su educación, que si iba a echar a perder toda su juventud, que si nunca la apoyaríamos como le habíamos prometido... todo mentiras".

"Quienes la apartaron de quienes más estábamos intentando ayudarla fueron quienes no querían ayudarla en absoluto en su decisión de tener a su bebé: muy al contrario, estaban decididos a asegurarse de que ella tomaba la cinta transportadora de la duda y el miedo que lleva directamente hasta el aborto", lamenta la abuela del niño muerto.

Esa partida la ganaron al final los partidarios de matarlo, y ella se lo ocultó al padre: "Mi hijo conoció las circunstancias de la muerte de su hijo dos días después, cuando se despertó y encontró a la madre llorando en la entrada de la casa el terrible error que había cometido".

El caso del nieto de Debbie ejemplifica la importancia de las brutales presiones a favor del aborto de quienes supuestamente defienden el "derecho a decidir" de la madre. La madre quería tener al bebé, y éste iba a nacer en un entorno seguro y rodeado de afecto: pero quienes la rodearon terminaron decidiendo por ella.


Muy distintas eran las premisas de partida en el caso que cuenta Juda Myers en LifeNews. Juda fundó Choides4Life, una asociación para ayudar a mujeres violadas y a los hijos resultado de esa violación. Un día la llamaron desde su centro de ayuda a la mujer embarazada porque se había presentado allí, por error, una chica menor de edad pidiendo que le practicasen un aborto. "Fue mi caso más difícil", recuerda.

La niña -pues tal era- tenía 15 años y había sido violada. Ella (la llama K.) quería tener su propia vida, seguir en la escuela y luego unirse a las Fuerzas Armadas. Tener el hijo significaba apartarse de ese camino.

"Soltaba todas las mentiras que la sociedad le había contado", dice Juda: "Durante una hora mantuvo la mirada apartada de mí, aparentemente vacía de toda emoción. Le enseñamos la ecografía, pero no le afectó. Le dijeron que iba a ser un chico. Yo le hablé de mi propia heroica madre y de cuánto amaba la vida. Le conté de otras chicas de su edad que lo tenían todo mucho peor y que habían dado a luz y llevaban muy bien la vida que querían. Nada. ¡Ninguna reacción! Estaba endurecida contra cualquier sentimiento a causa del shock".

Juda confiesa que entonces perdió la profesionalidad, le rogó y suplicó y llevó el caso al terreno personal, evocando su propia historia y sintiéndose identificada con el bebé que la chica llevaba dentro: su abuela y el médico de su madre habían aconsejado a ésta que la abortara. "Agradezco a mi madre más de lo que puedo expresar con palabras que tuviese fortaleza bastante para salvar mi vida", evoca ahora.

Pero K. no se inmutaba: "Entonces mi corazón se rompió y comencé a llorar, otra cosa nada profesional". Dieron un paseo por el centro, donde abundan los objetos de bebé. "Ella no cambiaba, sólo paseaba cargando con su trauma", comenta Juda.

Justo entonces se le iluminó la mente: "Recordé que ella quería ser soldado. Le pregunté si quería serlo para salvar gente. Sus ojos se encendieron y recobraron vida. ´¡Sí!´, replicó inmediatamente. Entonces le dije que su hijo era su primera misión, y que nadie podía salvarlo sino ella. Por la apariencia de su rostro, quedó pensando en ello... y al cabo de un rato me miró, sacudió la cabeza y dijo que sí, que salvaría a ese niño".

No había pasado una hora después de aquello, cuando ya le había puesto nombre y había empezado a hacer planes para él. "Toda su actitud cambió 180 grados cuando tomó la decisión de dar vida a su hijo. ¡La vida volvió a ella! Demasiadas veces la gente se obceca en lo negativo y se apartan de la alegría. ¡La abrumadoras mentiras de que ella no podría resolver aquello y de que su vida se había acabado se desvanecieron con la excitación de ser madre! Todo depende de cómo percibamos un problema. Siempre hay una solución mejor que el aborto. Y esa niña de 15 años nunca tendría que experimentar el pesar de haber destruido a su hijo. ¡Ella ya se había convertido en esa heroína que quería ser!".

La madre de aquella joven estaba allí también, rezando para que no abortara... porque ella había padecido un aborto involuntario y conocía el dolor de esa pérdida. Quería ahorrarle a su hija un dolor aún mayor. "Al final ambas salieron del centro con una sonrisa y encarando, literalmente, la vida", resume Juda.

Entre el caso que cuenta Debbie y el que cuenta Juda, ambos embarazos imprevistos (aunque uno resultado de una relación normal, y el otro de una violencia), la diferencia final es un niño aniquilado y otro vivo, una madre que arrastra una pena y otra que venció la suya y es feliz con su hijo. Lo que definió el final de ambas historias fue, en última instancia, un buen consejo o un mal consejo. No es de extrañar que los abortistas odien a los rescatadores.